No cabe
duda que el ser humano ha encontrado una amplia gama de posibilidades para
pasar el tiempo. Es cuestión de gustos y cada quien desarrolla la afición de su
preferencia.
Aun
aceptando lo anterior reconozco que me cuesta mucho entender que una persona
pueda entretenerse pasando las horas sumido en un profundo silencio con la
esperanza de que un leve movimiento en la tanza sea la señal anhelada de que
algún pez picó la carnada. Y no son pocos los que desarrollan esta vocación de pescador
artesanal. Hasta no hace mucho era una actividad exclusiva de varones,
actualmente es posible encontrar algunas féminas aun cuando constituyen una
franca minoría.
El sol
apenas anda saliendo cuando comienzan a llegar los pescadores con una
asistencia y puntualidad digna de mejores causas, cargando un equipo más o
menos sofisticado en el que no faltan carnada, plomadas, cuchillo, tabla,
cubetas, radio, algún frugal alimento, una botella de agua y por supuesto el
infaltable gorro que cuanto más antiguo, será más apreciado.
Jesús
Silva-Herzog Márquez se ocupa del tema y establece la tajante diferencia de este
grupo respecto a los cazadores (aun cuando en algún tiempo fueron vecinos en la
clásica categoría de cazadores-pescadores-recolectores).
En la pesca habrá fanfarrones, pero no
existe esa arrogante aristocracia de los cazadores. Frente al abolengo de la
caza, Robert Hughes resalta el carácter republicano del arte de pescar. Lo
único que hace falta es tiempo y agua. En la pesca se enlazan a la perfección
los dos modelos de vida humana: la vida activa y la vida contemplativa. El
pescador, una mezcla de héroe y anacoreta.
Casi tan numeroso es el grupo de pescadores como de
aquellos a quienes nos resulta incomprensible la pasión por esta actividad.
Entre estos últimos no falta -es el caso de Groucho Marx- quien sospecha que en
esto tiene que haber gato encerrado. “Un amigo mío siente por la pesca un
entusiasmo desmedido. Sostengo una teoría acerca de los hombres que sienten
locura por la pesca. (…). Es una de las pocas excusas válidas que quedan para
que un hombre pueda huir de la esposa y de los niños.” Y no se crea que don
Groucho andaba tan errado. Renato Leduc, citado por José Ramón Garmabella, presenta
una prueba contundente a este respecto.
Cuando vivía en París, cada vez que
tenía tiempo acostumbraba pasear por las orillas del Sena y siempre veía a un
tipo con aspecto de jubilado que se pasaba las horas enteras sentado con una
caña de pescar. Como en el Sena no se puede pescar sino un catarro porque no
hay peces, intrigado un día le pregunté:
—Oiga, ¿y por qué se pone a pescar
aquí si no hay peces?
El tipo me respondió:
—Por una razón muy sencilla: a pesar
de que perfectamente sé que aquí no hay peces, lo hago por el hecho de poder
liberarme, aunque sea por unas cuantas horas, de mi mujer porque tengo treinta
años de casado y soportarla cada día me es más difícil.
Lo que ya me parece un despropósito es la existencia de
canales de cable que trasmiten torneos de pesca (y aún más insólito el que haya
quien los vea). Ahora bien, de acuerdo con Fabrizio Mejía Madrid, el asunto
tiene su complejidad ya que no es nada fácil pescar al pescador justo en el momento en que llega la recompensa
por tanta paciencia.
En el canal de deportes, la televisión
por cable transmitía torneos de pesca en Lake Taho con una cámara fija y
cerrada sobre un venerable anciano que parecía dormitar frente a su caña de
pescar. La imagen pasaba entonces a otro competidor y nunca podíamos ver cómo
el primer anciano, olvidado desde hacía rato por los camarógrafos, sacaba el salmón.
Siempre sucedía así: en el instante en que tomaban la otra orilla del lago, en
la orilla contraria alguien pescaba algo o forcejeaba a brazo partido con una
ballena blanca. Cuando la cámara llegaba, sólo podíamos ver un pez boqueando ya
en la canasta. Toleré un torneo completo sólo para comprobarle a mi hermana que
el floor manager de ese canal tenía
la peor suerte que se haya transmitido por televisión.
Eso sí, no dejo de reconocer que en parte los admiro ya
que los pescadores son librepensadores que cultivan un oficio que va contramano
del tiempo histórico que habitamos. Así la cultura del éxito, la eficiencia, la
ambición y el poder que se fundamenta en aquello de que el tiempo es oro, en
realidad que los tiene muy sin cuidado.
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