martes, 8 de octubre de 2013

El teatro en la escuela


Mucho se habla por estos tiempos de la crisis educativa. En ello parece haber consenso, en donde no lo hay es acerca de cuáles deben ser los caminos para mejorar la educación. La temática tiene su complejidad. Con frecuencia se habla de “la Reforma” de la educación cuando en realidad la escuela está llamada a vivir en permanente estado de reforma porque en ello le va la vida. Asimismo existen muy disímiles opiniones en relación a las causas de la crisis y por tanto a la atribución de responsabilidades en la misma. Son muchas, y diversas, las definiciones de qué debe entenderse por “calidad educativa”.

Sin embargo la presencia del arte en la escuela parece importar muy poco. Y sí, es cierto que sus acciones están a la baja porque no cotizan en el vínculo prioritario que apunta a la relación entre escuela y trabajo. Sin embargo el arte, y en este caso concretamente nos referimos al teatro, adquiere enorme relevancia en el proceso de formación; Marcelo N. Viñar evoca una experiencia de enorme importancia al respecto.

En mi adolescencia, yo vi mi primera obra de teatro (…) Después de la obra, el director (Atahualpa del Cioppo, quien fuera durante muchos años director del elenco uruguayo El Galpón) nos deslumbró con su retórica.
Una de sus frases quedó inscrita para siempre en el terreno fértil de mis trece años:
“El cuerpo se defiende mejor que el alma. Porque si no como, tengo una sensación de hambre, pero si no escucho a Mozart nada me avisa, sólo hay el silencio y la soledad.”

Ninguna reforma educativa sensata puede dejar de lado al arte en sus diversas manifestaciones. Y ya que estamos con el teatro, es conveniente transcribir un texto escrito por Max Aub luego de asistir a una función de teatro escolar. Cabe aclarar que Aub fue un muy exigente crítico en el género durante la década de los cuarentas. Sus artículos eran sumamente duros respecto a directores, actores, escenógrafos, apuntadores…, ni siquiera el público se salvaba de sus críticas. Es posible suponer que su pluma era muy temida en el ambiente.

En ese contexto llama la atención su artículo titulado “El teatro en la escuela: El Tinglado, en el Instituto Luis Vives” publicado en El Nacional, México, 30 de agosto de 1947. 

La función está anunciada para las seis y media. Son las seis. Todavía está el decoradillo sin armar, una puerta sin pintar, las luces sin conexión; los actores afanados con pinceles, martillo, bisagras y clavos –sin vestir-. Las actrices mejor prevenidas, se pierden en ensayos de maquillaje, ayudadas por compañeras emocionadas.
(…) todos participan, por una razón u otra, de la alegría que desencadenan los actores. Éstos se mueven felices. Se acostaron tarde el día anterior, ensayando; levantáronse con la luz del sol para repasar sus papeles, ir de compras (papel, cartón, clavos, un martillo, una sierra, la pintura, dos pinceles, unas plumas –que los trajes de época son alquilados-), clavar, tomar medidas, vender boletos. A esto y lo otro ayudan los compañeros del grupo. La finalidad razonada es la compra de un microscopio para la escuela, pero los medios son el teatro. ¿Qué tiene el teatro que tanto les atrae? No es la gloria ni el qué dirán. No son los aplausos de sus familiares, si es que vienen. Es el teatro. Así, sin más: salir a representar, por el gusto de hacerlo.
¡Cómo ríen los pequeños! ¡Cómo se divierten los mayores! No es teatro de aficionados, ni es teatro de sociedad, con señoritas empingorotadas y resabidillas, y señoritos ambiguos, diseñadores de trajes: es el teatro de estudiantes. Teatro de gentes que van adelante, que no lo hacen más que por divertirse y a quienes nada divierte tanto como el teatro. No son estudiantes de la carrera de teatro. Ni siquiera tienen la recompensa de ver actuar a sus compañeros, que el que no representa es apuntador, traspunte, maquillista o cuida de la tramoya. Sudan, se desesperan, padecen, acaban rendidos: ni siquiera saben saludar para agradecer los aplausos. No pueden más. Y, sin embargo, ahora hay que desclavar, desmontar, plegar, dejar libre el paso de la escalera para las clases de mañana. Ya se fueron todos los espectadores, el director del plantel; los estudiantes todavía maquillados le dan de firme al martillo, a un cortafrío, a una improvisada palanca. Hay que llevar las mesas a la clase de dibujo, dejar las sillas en su sitio. Soy ya más de las diez.

A tantos años de distancia alguien tiene noticias de ¿qué sucedió con el teatro en la escuela?, que al decir de Max Aub es teatro de verdad. “Pequeño, cojo, manco, pobre, hasta tartamudo, imposible de representar ante un público profesional; pero teatro de verdad, teatro de adentro.”

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