No es posible
acostumbrarse al ritual que desarrollan los llamados voladores de Papantla, ya
sea en Teotihuacan, en el Museo de Antropología, en Coyoacán, o donde haya
oportunidad de verlos en acción. Estremece escuchar el sonido del tambor y la
flauta ejecutados por el danzante que se encuentra en la parte superior del palo,
mientras da pequeños saltos en la diminuta base que lo protege del vacío. Es
probable que pronto esta ceremonia ritual sea declarada parte del Patrimonio
Cultural Inmaterial de la
Humanidad.
Como muchas de las
tradiciones que se representan en lugares turísticos, corre el riesgo de ir perdiendo
su sentido religioso para convertirse en espectáculo comercial. Narciso
Hernández, citado por Arturo García Hernández, da cuenta del origen y
significado de la ceremonia.
(Narciso)
Hernández (…) refirió la leyenda que habla del origen de la ceremonia: hubo una
vez una fuerte sequía que causaba muerte y hambre. Un grupo de viejos sabios
encontró que la razón de la sequía era que los dioses estaban enojados porque
los hombres no eran agradecidos.
Entonces
se dieron a la tarea de buscar a cinco jóvenes castos para localizar y cortar
el árbol más alto, recio y recto del monte y utilizarlo en un ritual con música
y danza. Así, uno de los jóvenes se paraba en la punta del tronco –para estar
más cerca de los dioses- y tocaba una flauta mientras los otros cuatro
descendían girando alrededor, con el fin de convencer a los dioses para que
hicieran llover y la tierra recuperara su fertilidad.
Los
jóvenes que descienden representan los cuatro puntos cardinales y los cuatro
elementos naturales: agua, tierra, viento y fuego.
Arturo García
Hernández comenta que ante el riesgo que esta tradición pudiera perderse, hace
unos años se formó la Escuela
de Voladores.
Entre
las acciones que contempla el Plan de Salvaguarda está el fortalecimiento de la Escuela de Voladores que
ya existe y en la cual niños, jóvenes e incluso ancianos aprenden la historia y
el significado ritual, además de que se les imbuye del profundo sentido
espiritual que tiene. (…)
Cruz
Ramírez Vega, director de la
Escuela de Voladores, explicó que no hay un tiempo
determinado para aprender a volar y todo lo que implica, porque la enseñanza va
mucho más allá de la técnica del descenso. “No es como ir a la secundaria; se
aprende el amarre, a aventarse, el corte del palo, a subir y bajar el equipo,
pero también el significado espiritual.”
Está
por egresar la primera generación de la Escuela de Voladores, que ha permanecido cuatro
años en el plantel, pero Ramírez Vega remarca: “Tengo 30 años como volador y
aún me falta por aprender”.
Ahora bien, no todos los que parecen
voladores lo son. Hace unos cuantos años en el CESDER, en Zautla (Puebla), tuve
el gusto de conocer y convivir con un grupo de indígenas huicholes; allí
habíamos coincidido convocados por el tema educación. El buen Oscar Hagerman me
invitó a seguir viaje con ellos. Entre otros lugares fuimos a la sublime ciudad
de Cuetzalan. Los huicholes, vestidos con sus ropas tradicionales, observaban
el palo que estaba emplazado frente a la iglesia y desde el cual es sabido que se lanzan los
voladores de Papantla. Comentaban acerca de la valentía, “los hüevos”, que hay que tener para
lanzarse desde ahí, cuando se acerca una señora -cámara de fotos en mano- para
preguntar “a qué horas iba a comenzar la función”. Ellos contestaron: “lo
lamentamos señora, pero no podemos informarle; somos de otra empresa.”
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