Hay recuerdos de la niñez que nos llegan con vaguedad, como pequeñas islas
rescatadas desde el gran mar del olvido. Otros se presentan con mucha nitidez y
vienen acompañados de voces amorosas que han quedado grabadas en las profundidades
del corazón.
Esto le acontecía a Germán Dehesa al evocar el rito de despedida que tenía
lugar durante su niñez cada vez que salía rumbo a la escuela.
En términos económicos, mi infancia fue más pobre que
rica; pero por el lado de la ensoñación, fue suntuosa. Cada mañana que salía yo
a vivir con la certeza siempre cumplida de que me estaba esperando alguna
aventura jamás vivida, algún encuentro, algún descubrimiento, alguna porción de
paraíso. Ya me voy, mamá. Muy bien, mijito, que Dios te bendiga y te proteja,
que el Sagrado Corazón de María te traiga con bien… (les ahorro toda la letanía
que abarcaba 20 minutos largos. Hagan de cuenta era yo Marco Polo que se iba a
Catay y no un niño que iba a la escuela). ¿Llevas pañuelo? Sí, mamá. ¿Te
lavaste bien las orejas? Sí, mamá. ¿Llevas suéter? Hace mucho calor. Pero luego
enfría. Está bien, me llevo el suéter. No lo vayas a perder, ¿llevas todos tus
útiles? Sí, mamá. ¿Llevas tu torta? Sí, mamá. ¿De qué es? De salpicón, la
traigo en la mochila. ¿Y la lonchera? De momento se encuentra extraviada (mi
manejo del español ya era notable). Vas a llenar los libros de salpicón. La
envolví con la primera plana del Excélsior.
Dios te haga un santo. Lo dudo, mamá. (…)
Los años han pasado y será el propio Dehesa quien –a comienzos del siglo
XXI- asume ese papel protector hacia sus lectores.
Cincuenta años después, mi infancia es un país lejano,
pero algo de ella permanece como la almendra secreta de mi persona. Desde ahí
te escribo, lectora, lector querido. Sé que, no sin cierto desamparo y
crispación, te dispones a vivir otra semana del loco tiempo que México y el
mundo nos ha deparado. Te pido que aceptes el riesgo, el reto y la aventura de
salir a vivir y no a durar (…) No sé si ya llevas tu torta de salpicón; pero
yo, como mi madre, te pido que salgas bien arropado, porque el tiempo está muy
cambiante y no me parecería nada bien que se te resfriara el alma.
Difícil e ineludible tarea la de abrigar esperanzas en estos tiempos que,
con demasiada frecuencia, parecen convocar al desánimo. Al respecto dice Eduardo
Galeano: “En lengua castellana decimos, cuando se nos ocurre que tenemos
esperanzas: abrigamos esperanzas. Linda expresión, lindo desafío: abrigarla,
para que ella no se nos muera de frío en estas implacables intemperies de los
tiempos que corren”.
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