La complejidad de ciertos libros los vuelve de difícil
lectura y no sería de extrañar que muchos de los que opinan sobre ellos ni siquiera
los hayan leído. Uno de estos casos es el de Así hablaba Zaratustra de Federico Nietzsche que no fue aceptado
por ningún editor y respecto al cual el propio autor reconocía la aridez de su
lectura. En relación a ello señala Noel Clarasó
Lo editó el mismo Nietzsche, en una
muy limitada edición. Ofrecía después los ejemplares a sus amigos a condición
de que se comprometieran a leer el libro. Y sólo siete se comprometieron.
Después de esto, en alabanza a la buena amistad de uno de sus incondicionales,
decía Nietzsche:
-Es tan amigo mío, que ni la lectura
de Así hablaba Zaratustra ha
conseguido alejarle de mí.
Por su parte Renato Leduc -citado por José Ramón
Garmabella- narra lo que le sucedió en tiempos de la Revolución.
Una vez, cuando contaba con unos 15
años de edad, compré el libro de Federico Nietzsche titulado Así hablaba
Zaratustra para leerlo en el tren que me llevaría a Chihuahua. Como es
lógico suponer, yo a esa edad no sabía quién carajos era el tal Nietzsche, pero
como el título de su obra me era atrayente, de manera es que la adquirí con el
firme propósito de leerla.
Total, que la comencé a leer y como no
entendía una chingada, al llegar a Chihuahua dejé sobre la cama del hotel el
libro y no me volví a ocupar de él. Sin embargo, a los pocos días, llegaron a
visitarme un telegrafista amigo mío llamado Tomás Campos y el afamado general
villista Pablito Seáñez, cuya fama se debió entre otras cosas a que fue muy
amigo de John Reed; Pablito se sentó en la cama y al ver el libro aquel me
preguntó:
—Oye, ¿y quién era este Zaratustra?...
Le respondí:
—Pues un cabrón que así hablaba...
Y le regalé el libro con la esperanza
de que él sí lo entendiera...
Por cierto que Seáñez (o Siañez, según otras fuentes) llegó
al final de su vida por lo que suele identificarse como cuestiones de momento.
Afirma Nellie Campobello: “Aseguran que se disgustó con el general Villa, que
se manoteó con él y que Pablo insultó al general, se hicieron de palabras y, en
la discusión, sacaron las pistolas; la más rápida, como hasta entonces –de otro
modo no hubiera sido el jefe-, fue la del general Villa.”
Lo que ya no sabemos es si finalmente el general Seáñez
tuvo tiempo de hincarle el diente a Así
hablaba Zaratustra o si la historia de aquel libro siguió en la calesita de
los obsequios.
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