Se posesionaron del mercado de las paletas
desde mucho antes que se inventara el concepto de franquicia. Difícil saber
cuántos establecimientos existen con esta denominación; Sam Quinones hace un
cálculo al respecto. “Nadie sabe cuántas paleterías La Michoacana hay en la
nación. Algunos calculan alrededor de diez mil. Un estudio estimó que había
entre ocho y quince mil. Casi todas las plazas de todos los pueblos de México
tienen por lo menos una Michoacana.” Quinones localiza el origen del negocio.
La historia de
cómo sucedió eso es una de las grandes aventuras épicas de los negocios
modernos mexicanos. (...)
La gente de
Tocumbo fundó y expandió la paletería “La Michoacana ”. La Michoacana se convirtió
en un modelo de negocio; una mezcla entre una franquicia y un negocio familiar
sin ser técnicamente ninguno de los dos. Construida con base en dos grandes
ventajas comparativas mexicanas (fruta barata y deliciosa y trabajo duro) el
modelo de La Michoacana
demostró ser lo suficientemente adaptable como para permitir a rancheros
analfabetas competir con compañías de helados transnacionales y hacerse ricos
en el proceso.
La bonanza del emprendimiento permitió que
la migración de Tocumbo fuera muy diferente a la del resto de la región; continúa
Quinones
En el norte de
Michoacán, donde la economía depende del dólar, la inmigración es una tradición
y la gente de cientos de pueblos pasa más tiempo en Estados Unidos que en
México. Tocumbo es un lugar extraño. Es un pueblo donde prácticamente nadie
trabaja en Estados Unidos. Cuando la gente de Tocumbo visita Estados Unidos, va
como turista. Al igual que los pueblos de inmigrantes de cientos de kilómetros
a la redonda, Tocumbo está vacío la mayor parte del año, pero al contrario de
esos pueblos, su gente está distribuida por México (en Mérida, Monclova,
Mazatlán) trabajando en paleterías.
Con el éxito económico no llegó el olvido de
sus raíces sino que por el contrario –señala Quinones- contribuyeron a mejorar
las condiciones de vida en su lugar de origen.
Tocumbo no se
parece a ningún otro pueblo mexicano. (...) El pueblo tiene servicios con los
que la mayoría de los pueblos mexicanos sólo pueden soñar. (...) En el centro
del pueblo está la joya de la corona de Tocumbo: la iglesia del Sagrado Corazón,
diseñada por Pedro Ramírez Vázquez, el mismo arquitecto que diseñó la basílica
de Guadalupe en la ciudad de México y el Estadio Azteca, el estadio de futbol
más grande del país.
El pequeño y
aislado Tocumbo es “el pueblo más rico de México”, dice Luis González y
González. (...)
Durante los
setenta, conforme mejoró el nivel de vida de los paleteros, empezaron a
invertir en su pueblo. En esos años se renovó la plaza y se pavimentaron las
primeras calles. Al igual que el financiamiento de sus paleterías, los
tocumbeños mantuvieron sus proyectos de mejoría citadina entre ellos. Cada
proyecto estaba auspiciado por donativos de paleteros, raramente con alguna
ayuda gubernamental. La Feria
de la Paleta
surgió en 1987 como una manera de juntar dinero para la iglesia, que fue
terminada en 1991.
Seguramente, y en contra de lo que sugieren
muchos manuales de negocios, buena parte del florecimiento de tamaña empresa
paletera estuvo en conservar su origen artesanal. Al respecto concluye Sam Quinones
Conforme se
desarrollaba, la Michoacana
se convirtió en la versión heladera de la artesanía mexicana. En la parte de
atrás de cada tienda se hacían los helados. (...) Sin embargo, como eran
rancheros muy independientes, cada quien manejaba su negocio a su manera.
Entonces La Michoacana
no se convirtió en una gran empresa. (...) Todo esto demostró
ser la gran fuerza de La
Michoacana. Su método de producción mantenía los costos más
bajos del mercado. Hacer el helado y las paletas en el mismo lugar de venta y
según se fueran necesitando aseguraba la frescura. Además La Michoacana no
necesitaba flotas grandes y caras de camiones refrigeradores que llevaran la
mercancía de una fábrica a lugares alejados. Así, los paleteros podían vender
su producto a un precio mucho menor que el de las grandes corporaciones,
adquiriendo así la lealtad del vasto mercado del helado de las clases
trabajadoras, que valoraban el precio por encima de todo.
Y finalmente no es posible dejar de aludir a
las muchas historias de amor que, a lo largo y ancho del país, tuvieron como
punto de partida unas paletas de La Michoacana antes de ir a sentarse en un banco
o de dar la vuelta a la plaza.
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