jueves, 20 de marzo de 2014

Entre el pato Donald y las pantuflas voladoras


El pato Donald es un reconocido personaje creado por Walt Disney que comienza sus muchas andanzas en la década de los treinta del siglo pasado. No sólo ocupó un importante espacio en el mundo del espectáculo y la diversión sino que también se constituyó en tema de estudio como el realizado por Ariel Dorfman y Armand Mattelart con el título Para leer al pato Donald. Muchos adultos de hoy recuerdan las vicisitudes que recorrieron durante su infancia junto al célebre pato y su familia. Tal es el caso de Enrique Calderón Alzati.

Una de las cosas que recuerdo con nitidez de mis primeros años de vida es la lectura que cada sábado podía hacer de una simpática revista infantil que creo se llamaba Las aventuras del pato Donald. Era mi cómic favorito y recuerdo que me llamaba particularmente la atención la capacidad de diversificación con que Donald participaba en aquellas aventuras; así, mientras que algunas veces capitaneaba un barco mercante o un submarino, en otras era administrador de una mina de diamantes en África, explorador en las regiones polares o detective en América del Sur. En general su habilidad para meterse en problemas era bastante significativa, pero gracias a sus sobrinos Hugo, Paco y Luis lograba salir razonablemente bien librado en sus andanzas financiadas casi siempre por el legendario Rico Mac Pato, jefe indiscutible del clan.

Contrariamente a lo que pudiera suponerse, el pato Donald no queda limitado al mundo de la infancia. Calderón Alzati se ha reencontrado con él en diferentes momentos en su vida de adulto.

Se trataba desde luego de fantasías divertidas, que poco tenían que ver con la realidad, según pensaba entonces; años después, mi experiencia en el gobierno federal me hizo ver que estaba equivocado: las instituciones gubernamentales estaban llenas de patos Donald, pero sin sobrinos. Recuerdo por ejemplo el caso de alguien que luego de ser gerente en una paraestatal que fabricaba pantalones de mezclilla, había sido director de un reclusorio y luego director de política informática del gobierno federal, no obstante que tenía dificultades serias para distinguir una impresora de un disco magnético. Después supe que le habían dado un nuevo cargo en la dirección de economía agrícola en la Secretaría de Agricultura.

Estos servidores públicos de vasta trayectoria en funciones tan diversas se hacen presentes en muy diversas latitudes, pareciera ser una constante en la gestión gubernamental. Gilles Chatêlet los identifica como “los pantuflas voladoras, esos mandamases en tránsito permanente entre un sillón de dirección y otro”.

Y tal como están las cosas no cabe duda que muchos son los Donald y pocos los sobrinos reparadores de estropicios.

La conclusión de Enrique Calderón Alzati es contundente. “Vistas así las cosas, Walt Disney adquiría la dimensión de un profeta visionario del mundo moderno.”

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