El pato Donald es un reconocido personaje creado por Walt Disney que
comienza sus muchas andanzas en la década de los treinta del siglo pasado. No
sólo ocupó un importante espacio en el mundo del espectáculo y la diversión sino
que también se constituyó en tema de estudio como el realizado por Ariel
Dorfman y Armand Mattelart con el título Para
leer al pato Donald. Muchos adultos de hoy recuerdan las vicisitudes que
recorrieron durante su infancia junto al célebre pato y su familia. Tal es el
caso de Enrique Calderón Alzati.
Una de las cosas que recuerdo con nitidez de mis primeros
años de vida es la lectura que cada sábado podía hacer de una simpática revista
infantil que creo se llamaba Las
aventuras del pato Donald. Era mi cómic favorito y recuerdo que me llamaba
particularmente la atención la capacidad de diversificación con que Donald
participaba en aquellas aventuras; así, mientras que algunas veces capitaneaba
un barco mercante o un submarino, en otras era administrador de una mina de
diamantes en África, explorador en las regiones polares o detective en América
del Sur. En general su habilidad para meterse en problemas era bastante
significativa, pero gracias a sus sobrinos Hugo, Paco y Luis lograba salir
razonablemente bien librado en sus andanzas financiadas casi siempre por el
legendario Rico Mac Pato, jefe indiscutible del clan.
Contrariamente a lo que pudiera suponerse, el pato Donald no queda limitado
al mundo de la infancia. Calderón Alzati se ha reencontrado con él en
diferentes momentos en su vida de adulto.
Se trataba desde luego de fantasías divertidas, que poco
tenían que ver con la realidad, según pensaba entonces; años después, mi
experiencia en el gobierno federal me hizo ver que estaba equivocado: las
instituciones gubernamentales estaban llenas de patos Donald, pero sin
sobrinos. Recuerdo por ejemplo el caso de alguien que luego de ser gerente en
una paraestatal que fabricaba pantalones de mezclilla, había sido director de
un reclusorio y luego director de política informática del gobierno federal, no
obstante que tenía dificultades serias para distinguir una impresora de un
disco magnético. Después supe que le habían dado un nuevo cargo en la dirección
de economía agrícola en la Secretaría de Agricultura.
Estos servidores públicos de vasta trayectoria en funciones tan diversas se
hacen presentes en muy diversas latitudes, pareciera ser una constante en la
gestión gubernamental. Gilles Chatêlet los identifica como “los pantuflas voladoras, esos mandamases
en tránsito permanente entre un sillón de dirección y otro”.
Y tal como están las cosas no cabe duda que muchos son los Donald y pocos
los sobrinos reparadores de estropicios.
La conclusión de Enrique Calderón Alzati es contundente. “Vistas así las
cosas, Walt Disney adquiría la dimensión de un profeta visionario del mundo
moderno.”
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