La escena de una comida en
tiempos remotos no deja de ser un espectáculo sorprendente a una mirada que
responda a la cultura contemporánea. Una pequeña muestra de ello lo proporciona
el siguiente texto que ha sido adjudicado nada menos que a Leonardo Da Vinci
Acerca de los modales de Mi Señor Ludovico y sus invitados
en la mesa.
Me parece indigna de los tiempos presentes la costumbre
de Mi Señor Ludovico de atar conejos a las sillas de los invitados para que
aquellos puedan limpiarse la grasa de las manos en el lomo de los animales.
Además cuando, después de la comida los animales son recogidos y llevados al
lavadero, contaminan la otra ropa con la que se los lava con su hedor.
Asimismo, tampoco puedo comprender la costumbre que tiene
Mi Señor de limpiar su cuchillo en la ropa de sus compañeros de mesa. ¿Por qué
no lo hace, como el resto de los miembros de la corte, en el mantel?
Pero no se caiga en el error
de suponer que por aquellos entonces no estaban presentes las reglas de
urbanidad y cortesía. Al respecto Julio Camba cita el tratado de la Civilidad –edición de 1530- de Erasmo:
“En vez de chuparse los dedos o de limpiárselos en la ropa después de comer,
será más honesto secarlos con el mantel o la servilleta”. A lo que añade Camba:
Lo
único gracioso de esta máxima, sin embargo, es la seriedad con que está
escrita, porque, a pesar de sus relaciones con príncipes y magnates, Erasmo no
conocía el tenedor. (…)
La
primera corte que usó el tenedor fue la de Enrique III, duque de Anjou (…)
Posteriormente, Luis XIV abolió el tenedor de su casa, y hasta bien entrado el
siglo XVIII no se vio el curioso instrumento en manos de la burguesía francesa.
(…)
Pero
no se crea por esto que el tenedor nació en Francia. Según parece, su inventor
fue un italiano (…)
Aceptando que la mesa es un
lugar tan poco apropiado como recurrido para discusiones de alto tono (ni se
diga si la comida es acompañada de bebidas alcohólicas identificadas como espirituosas), no deja de ser entendible
la resistencia a facilitar cubiertos a los comensales. Como dice Elías Canetti:
“Comemos con tenedor y cuchillo, dos instrumentos que podrían servir fácilmente
para atacar. Cada cual tiene los suyos ante sí, y en determinadas ocasiones los
lleva consigo.” El cuchillo es el
cubierto más temido por su potencial agresivo, pero el tenedor no la ha tenido
mucho más fácil; Michel Tournier afirma
a este respecto
El
tenedor –que en francés se llama foruchette, es decir, horca pequeña-
puede parecer a primera vista una mano pequeña. Se trata sólo de una
apariencia, pues los dedos de la mano tienen cada uno su personalidad, son
prensiles y, sobre todo, a los cuatro dedos colocados en un mismo plano se
añade el pulgar que puede oponerse a los demás. (…)
El
tenedor tiene algo de diabólico. El diablo suele ser representado con una horca
en la mano, sin duda para echar a los réprobos al fuego del infierno. Así como
la cuchara tiene vocación vegetariana, el tenedor es un símbolo carnívoro.
Para Tournier la cuchara es el instrumento más amigable. “Por el
contrario, la cuchara actúa sin malicia ni azares. Acaricia suavemente la
superficie del líquido para descremarlo sin violencia. Hay en ella una
redondez, una concavidad, una suavidad, que evocan el gesto tierno y paciente
de una madre dando la papilla a su bebé.”
Eduardo Galeano también
subraya las connotaciones diabólicas del tenedor (cuyo origen, a diferencia de
Camba, lo sitúa en Bizancio) y las resistencias que generara.
Dicen
que Leonardo quiso perfeccionar el tenedor poniéndole tres dientes, pero le
quedó igualito al tridente del rey de los infiernos.
Siglos
antes, san Pedro Damián había denunciado esta novedad venida de Bizancio:
—Dios
no nos hubiera dado dedos si hubiera querido que usáramos ese instrumento
satánico.
Luego del tenedor mejorado
por Leonardo, y que se ha convertido en el clásico, han continuado las innovaciones;
al respecto afirma Julio Camba
(…) ya
no sé cuándo alcanzó la categoría de cuadridígito. Por cierto que, últimamente,
han surgido en nuestras mesas unos tenedores palmípedos, con los dedos unidos
en casi toda su extensión por una membrana de metal, y que, si a primera vista
parecen cucharas disfrazadas de tenedores, sometiéndolos, en cambio, a un
examen más detenido, sólo parecen tenedores disfrazados de cucharas. Producto
híbrido y carnavalesco, este aparato constituye la última evolución del
tenedor, y en Inglaterra está obteniendo un éxito loco.
Estos esfuerzos del tenedor
por disfrazarse de cuchara no han sido exitosos si tenemos en cuenta la
resistencia que tienen algunas líneas aéreas (después de los atentados a las
Torres Gemelas) para proporcionar cubiertos de metal a sus pasajeros. La
eficacia de esa medida preventiva ha sido total debido a que las considerables dificultades
que ofrecen los cubiertos de plásticos para cortar un pequeño trozo de carne dejan
en claro su imposibilidad para poner en riesgo la seguridad de un vuelo.
1 comentario:
Es sugestivo que en momentos en que desertan tus molares te pongas a pensar en sus aliados en la cadena alimenticia. Abrazo, Pancho
Publicar un comentario