Hasta ahora, cuando menos,
no ha sido posible organizar el funcionamiento de las sociedades sin algún tipo
de orden jerárquico (que los hay para todos los gustos y disgustos). Es así que
el poder ha ido adquiriendo -en el tiempo y en el espacio- muy diversas fuentes
de legitimación: la tradición, el
resultado electoral, la lucha armada, el dinero, la religión, el conocimiento,
la edad, el sexo, etc. Las diferentes sociedades se organizan en forma vertical
correspondiendo a los diversos grupos atribuciones muy desiguales en cuanto a
prerrogativas y obligaciones. No por repetido pierde asidero aquello de que el poder
enferma y esto se pone de manifiesto, entre otras variantes, en personas muy
honestas cuando fueron parte de la base y que el día que se encumbran (así sea en
un pequeño peldaño de la escala social) parecen padecer una especie de vértigo
social que las lleva a reproducir comportamientos deshonestos y delincuenciales
que antes habían censurado con vehemencia. Seguramente influye en ello la debilidad
del propio ser humano como un orden social fundamentado en este tipo de
comportamientos.
El requerimiento para
continuar ascendiendo, en muchas ocasiones, se basa en ser solícito con el superior
y déspota con el inferior. Ello ha dado lugar a una serie de comportamientos
analizados por Aldous Huxley quien establece un paralelismo entre la sociedad y
el gallinero.
En
estas sociedades (organizadas jerárquicamente) el pequeño jefe se siente
contantemente impulsado a vengarse en sus inferiores de todas las indignidades
que le infieren sus superiores. En todo gallinero, los pollos tienen un “orden
de picoteo” perfectamente establecido. La gallina A picotea a la gallina B, que
a su vez picotea a la C, ésta a la D y así sucesivamente. Lo mismo ocurre en
las condiciones actuales dentro de las sociedades humanas. El tiránico mandón
es en buena parte un producto de la tiranía de más arriba. Los dictadores
grandes procrean pequeños dictadores, tan seguramente como los escorpiones
grandes procrean a los más chicos, y como las “cucarachas” grandes procrean a
las chicas.
Hace algunos años el
escritor argentino Mempo Giardinelli también observaba en su país estas
similitudes. Pero advierte que en el gallinero (al igual que en la sociedad) no
sólo existen turnos para el picoteo sino también jerarquías para defecar.
La
Ley del Gallinero, tan popular en la Argentina, es verdaderamente cruel. Su
postulado básico dice que en todo tinglado las gallinitas del palo de arriba
defecan sobre las del escalón inferior. Por extensión, en el tinglado de la
vida cada uno jode siempre al que está un poco más abajo y eso –en esta
Argentina desoladora- se tiene por natural y lógico y aceptado.
Giardinelli cuestiona
radicalmente tal orden social. “Sin embargo es terrible, y horrible, que
semejante desdicha de la gallinería se tenga por buena ya hasta por moral en el
presente angustioso e incierto que estamos atravesando. La Ley del Gallinero y
su prestigio son repudiables (…)”
A juzgar por las noticias recientes
los gallineros contemporáneos andan alborotados dado que las leyes del juego
son muy injustas y cada vez son menos quienes aceptan en forma conformista cargar
con los excrementos de sus compañeros de especie.
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