Siempre duelen aquellos amores que pudiendo haber sido,
no fueron. Y más aún cuando el origen del desencuentro estuvo en algo tan nimio
como la pérdida de una carta. Pío Baroja fue uno de los perjudicados por este
traspapeleo epistolar y no se queda con las ganas de contarlo.
(…) entre mis papeles viejos (…)
encuentro una carta dirigida a mí, y sin abrir, desde hace más de veinte años.
¡Qué cosa rara!
Rompí el sobre y hallé una hoja
escrita en francés por una mujer desconocida: carta como de una novela de
aventuras. No comprendo cómo no la leí en su tiempo. Estaría fuera de casa. No
sé. La carta no tiene fecha; al menos, del año. Está escrita en francés. Pone
“viernes 27 de febrero”. Por la estampilla del sello de Correos parece que es
de 1922 ó 1923.
No recuerdo absolutamente nada de lo
que hice estos años ni en la primavera ni en el invierno. Quizá estuve fuera o
quizá estuve enfermo. La letra de la carta es una letra de colegio, un poco
puntiaguda. Yo no entiendo nada de grafología y no sé si sus principios tienen
o no exactitud. La dirección de la carta está sólo en el sobre, a estilo
francés.
Dice así:
“Viernes,
27 de febrero.
Señor:
Tengo un gran deseo de conocerle y de
hablarle. Odio la etiqueta y las conveniencias sociales. ¿Para qué tantos
requisitos inútiles? La vida, en general, es bastante pobre y mezquina para
añadirle dificultades.
Tengo ganas de hablar con usted.
¿Quiere usted ir al baile de máscaras de Bellas Artes, que se celebrará el
lunes próximo en el Teatro Real? Yo estaré vestida de Pierrot, de blanco, con
antifaz, en la tercera platea, entrando, a la izquierda, y podremos hablar.
Para mí será un momento feliz. Soy entusiasta lectora de sus libros.
No sé si hago bien o mal en
escribirle. A usted no le parecerá atrevimiento, pero a las pocas personas que
me conocen en Madrid, sí.
Aunque paso por norteamericana, soy
circasiana de nacimiento, de familia de antiguos jefes rebeldes, enemigos de
Rusia y de Turquía.
Una circasiana y un vasco es un poco,
como en la ópera de Bizet, Carmen y don José. Yo no cantaré como ella
L’amour est enfant de bohême.
Usted no creo
que sea tan loco como don José.
En fin,
hablaremos. Yo le conozco de vista y alguna vez he tenido el impulso de
acercarme a usted para hablarle; pero me ha faltado el valor. Espero que en el
baile el valor me lo dé el antifaz.
Una circasiana
tímida es un poco ridículo, ¿verdad?
Pero ¿qué voy
a hacer? ¿Irá usted? No tema usted hacer de don José. Hay que tener audacia.
Vaya usted. Se lo ruega la más apasionada de sus lectoras.
S.
W.”
Cuando don Pío narra la historia -en 1949- ese tren ya
había pasado por lo que concluye con un dejo de amargura: “¡Qué prólogo de
aventuras más clásico! ¡Qué lástima! ¡Es mala suerte! ¡Quién sabe lo que le
hubiera pasado a uno si llega a leer esta carta a tiempo! Claro que yo no era
joven en la época, pero aún así… ¡Qué miseria de suerte! Es lo que más me
indigna: no tener suerte.” Hasta aquí el relato de Pío Baroja.
Ahora bien, son pocas pero existen historias de este tipo
que acaban bien. Una nota de prensa de julio de 2009 presenta un ejemplo de
ello.
Londres.- Estuvo desaparecida durante
diez años, pero al final una carta de amor consiguió reunir a una pareja: Steve
Smith y Carmen Ruiz-Pérez se conocieron hace 17 años cuando ella hizo un curso
de inglés en Reino Unido, pero después se separaron y durante años no tuvieron
noticias uno del otro.
Según informa hoy la agencia PA, Smith
se decidió al final a escribir una carta dirigida a la casa de la madre de su
gran amor en España. Pero la misiva se dejó en la repisa de una chimenea a la
espera de ser leída, se resbaló por debajo y desapareció.
No fue hasta diez años después que los
obreros que renovaban la casa encontraron la carta debajo de la chimenea y se
la mandaron a Ruiz-Pérez, que vive ahora en Francia.
Al principio, no podía creer lo que
leía. "No llamé a Steve enseguida, porque estaba tan nerviosa. Habían
pasado diez años desde que escribiera la carta, y yo no sabía qué pensaba
ahora", declaró al periódico "Herald Express".
Pero al volverse a ver en el aeropuerto,
"nos echamos a los brazos uno del otro", explicó Smith. "En 30
segundos nos besamos". El viernes se casaron, a los 42 años, en Brixham,
en el sudoeste de Inglaterra.
Aun cuando muy de vez en cuando se den estas situaciones
con final feliz, no hay que confiarse. Es
posible que los desencuentros amorosos sigan ocurriendo en estos tiempos del
correo electrónico por un mensaje que naufragó en la bandeja de entrada o, peor
aún, cuyo aciago destino lo condujo al spam.
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