En el pasado, el común de las personas sabía muy poco de medicina. En caso
de enfermar, si ello era posible, concurrían con el médico, curandero o quien
se consideraba sabio en estos menesteres. De un tiempo a esta parte, y esto lo
han señalado muchos autores, se ha venido dando una ¿suerte? de medicalización de la sociedad. Los
diferentes medios informan acerca de los síntomas de las enfermedades, la
importancia de concurrir con prontitud a la consulta médica y, principalmente, cómo
prevenir enfermedades. No hay duda que ello representa un gran avance, siempre y
cuando no se llegue a excesos como a los que alude Horacio Radetich (“Banales
dicterios”, en Mira, 26 de junio de
1991).
(…) la cuestión de la salud se volvió un tema
trascendental que es tratado exhaustiva y reiteradamente. Antes si uno se
sentía mal iba al médico; ahora el médico se te mete en la casa por medio de la
prensa, la radio y la televisión, y te aterroriza regodeándose en imágenes
apocalípticas sobre lo que te puede pasar si comes un bistec con ensalada.
Los especialistas, y a veces no tanto, coinciden en la importancia de seguir
una sana y equilibrada dieta. Pero las cosas se empiezan a complicar cuando
aparecen puntos de vista distintos, cuando no opuestos; continúa Radetich
(…) decides flagelarte con una buena dieta, porque todo
el mundo sabe que no hay nada más sano que una buena comida. Consultas y
adviertes que lo que es bueno para una cosa es fatal para la otra. Al borde de
la inanición ves, en un programa de televisión, un señor que te dice que si no
tomas mucha agua la piel se te caerá a pedazos y otro que te asegura que si
tomas agua la salmonelosis hará presa de tus entrañas. El jugo de naranjas es
sospechosamente cancerígeno y mejor que ni huelas la carne porque el colesterol
te hará la vida imposible; pero si no tomas vitaminas C y no comes productos animales
te va a ir peor. El pescado te produce cólera y un huevo dejó de ser un huevo
para convertirse en un producto terrible, que en el momento menos pensado se te
acumula en las venas y te propicia un infarto o, si no, se te va para el otro
lado y es causa de una bestial hepatitis.
Por su parte Francisco Martín Moreno (“Memorias de un glotón”, en Excélsior, 6/1/1993) confiesa -con algo
de tristeza y mucho de nostalgia- la manera en que se ha visto afectado en su
condición de sibarita al saber más acerca de los alimentos que habitualmente
ingería.
Siempre fui un glotón, siempre. Desde hace muchos años
empecé a disfrutar, para mi fortuna, de los placeres de la buena mesa. (…)
Comía indiscriminadamente unos buenos tlacoyos con
chicharrón, unos peneques, unas quesadillas de huitlacoche, un buen plato de
ropa vieja o bien otro de manchamanteles sin olvidar el pollo en mixiotes, el
huachinango a la veracruzana o los chiles en nogada. (…)
Eres lo que comes, aprendí igualmente desde muy joven. Es
más: eres lo que digieres, me enmendó alguien la plana con buen tino en cierta
ocasión. Mi afición por la glotonería empezó a decaer según empecé a conocer la
calidad de los ingredientes actuales que sólo se parecen en lo externo a los
utilizados por nuestros abuelos para confeccionar los mismos platillos.
¿Ejemplos? Una de mis ensaladas favoritas sin duda alguna es la “Romanita”.
Simpático nombre, ¿verdad? Pues bien, cuando supe que una buena parte de las
legumbres que se consumen en la muy noble y leal ciudad de México son regadas
con aguas negras, infestadas por las más variadas familias de parásitos,
algunos de ellos, auténticas especies desconocidas por la medicina actual,
empezó a desaparecer mi tradicional proclividad hacia la “Romanita”. Ingerir
una ensalada así puede producir abscesos amibianos hepáticos y cerebrales de
consecuencias imprevisibles. De modo que si de ensaladas se trata ni en casa ni
en foto, so pena de estar dispuesto a pasar 15 días de vacaciones obligatorias
recluido en un hospital. (…)
¿Usted se comería una ensalada regada con aguas negras,
hecha crecer y madurar con fertilizantes tóxicos y “preservada” con
insecticidas cancerígenos? ¿Usted se comería unos ostiones, unos camarones o un
pescado que se desarrolló o vivió en las aguas químicamente contaminadas que la
lluvia trajo de los campos mexicanos? Claro está: empecé a dejar de ser glotón…
¿Las carnes? A mí me gustaba mucho la machaca norteña con
huevo a la hora del desayuno. Ni la dieta ni la obesidad constituyeron mis
temas de preocupación. No así aconteció cuando descubrí la cantidad de animales
que eran engordados con hormonas para poderlos sacrificar y vender nuevamente a
corto plazo obteniendo jugosas ganancias ajenas a la salud de los consumidores.
(…) De tal forma que la machaca, como cualquier otro tipo de carne empezó
igualmente a caer de mi gusto, para ya ni hablar del huevo con el que se
confecciona este estupendo platillo tan nuestro, sobre todo si se parte del
supuesto que las mismas gallinas son estimuladas artificialmente para
explotarlas a su máxima expresión haciéndolas poner la mayor cantidad de veces
posibles en beneficio del avicultor. (…) ¿Cómo comer entonces un pollo o un
buen pedazo de carne o un huevo cuyo crecimiento fue estimulado con hormonas
que provocan daños incalculables en la salud humana?
De la huerta ya no como casi nada, ni de los corrales ni
de los establos ni de los esteros ni del mar. (…)
No, ya no soy un glotón. Me hubiera fascinado seguirlo
siendo, pero si ya no puedo comer ni legumbre salvo que estén 7 veces hervidas
y por lo mismo totalmente insípidas, ni puedo consumir carne de res para ya ni
hablar de la de cerdo ni de la certera posibilidad de contraer triquinosis con
sólo olerla ni puedo disfrutar un buen plato de ostiones ni de almejas, una
buenísima campechana como en los viejos tiempos ni debo comer huevos ni pollo
por temor al efecto de las hormonas ni leche, porque no hay tantas vacas para
satisfacer la demanda de que se habla (…), entonces debo resignarme a la
pérdida irreparable de mis inclinaciones gastronómicas. Ahora yo no puedo tomar
ni agua porque dicen que ésta tiene sales que producen piedras en los riñones o
en la vesícula. (…) Por eso desde entonces estoy comiendo bananas hasta que
alguien venga a decirme que la ingestión de potasio en exceso atenta contra la
virilidad (…)
No ya no soy glotón (…)
Claro que la abdicación a los placeres de la mesa no es la única opción que
queda, tal como lo muestra Horacio Radetich quien reacciona de otra manera a
esta problemática: “Entonces uno, sabio al fin, apaga la tele, no prende el
radio ni compra el periódico; e inconsciente pero alegremente se avoraza sobre
las garnachas, pensando que es mejor saborear la vida que andar previendo de
qué diablos se va a morir.”
Y es que, tal como lo afirmaba Daniel Cosío Villegas, el saber duele y no
son pocas las ocasiones en que se prefiere vivir en la ignorancia.
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