martes, 7 de octubre de 2014

¿Vida saludable?


En el pasado, el común de las personas sabía muy poco de medicina. En caso de enfermar, si ello era posible, concurrían con el médico, curandero o quien se consideraba sabio en estos menesteres. De un tiempo a esta parte, y esto lo han señalado muchos autores, se ha venido dando una ¿suerte? de medicalización de la sociedad. Los diferentes medios informan acerca de los síntomas de las enfermedades, la importancia de concurrir con prontitud a la consulta médica y, principalmente, cómo prevenir enfermedades. No hay duda que ello representa un gran avance, siempre y cuando no se llegue a excesos como a los que alude Horacio Radetich (“Banales dicterios”, en Mira, 26 de junio de 1991).

(…) la cuestión de la salud se volvió un tema trascendental que es tratado exhaustiva y reiteradamente. Antes si uno se sentía mal iba al médico; ahora el médico se te mete en la casa por medio de la prensa, la radio y la televisión, y te aterroriza regodeándose en imágenes apocalípticas sobre lo que te puede pasar si comes un bistec con ensalada.

Los especialistas, y a veces no tanto, coinciden en la importancia de seguir una sana y equilibrada dieta. Pero las cosas se empiezan a complicar cuando aparecen puntos de vista distintos, cuando no opuestos; continúa Radetich

(…) decides flagelarte con una buena dieta, porque todo el mundo sabe que no hay nada más sano que una buena comida. Consultas y adviertes que lo que es bueno para una cosa es fatal para la otra. Al borde de la inanición ves, en un programa de televisión, un señor que te dice que si no tomas mucha agua la piel se te caerá a pedazos y otro que te asegura que si tomas agua la salmonelosis hará presa de tus entrañas. El jugo de naranjas es sospechosamente cancerígeno y mejor que ni huelas la carne porque el colesterol te hará la vida imposible; pero si no tomas vitaminas C y no comes productos animales te va a ir peor. El pescado te produce cólera y un huevo dejó de ser un huevo para convertirse en un producto terrible, que en el momento menos pensado se te acumula en las venas y te propicia un infarto o, si no, se te va para el otro lado y es causa de una bestial hepatitis.

Por su parte Francisco Martín Moreno (“Memorias de un glotón”, en Excélsior, 6/1/1993) confiesa -con algo de tristeza y mucho de nostalgia- la manera en que se ha visto afectado en su condición de sibarita al saber más acerca de los alimentos que habitualmente ingería.

Siempre fui un glotón, siempre. Desde hace muchos años empecé a disfrutar, para mi fortuna, de los placeres de la buena mesa. (…)
Comía indiscriminadamente unos buenos tlacoyos con chicharrón, unos peneques, unas quesadillas de huitlacoche, un buen plato de ropa vieja o bien otro de manchamanteles sin olvidar el pollo en mixiotes, el huachinango a la veracruzana o los chiles en nogada. (…)
Eres lo que comes, aprendí igualmente desde muy joven. Es más: eres lo que digieres, me enmendó alguien la plana con buen tino en cierta ocasión. Mi afición por la glotonería empezó a decaer según empecé a conocer la calidad de los ingredientes actuales que sólo se parecen en lo externo a los utilizados por nuestros abuelos para confeccionar los mismos platillos. ¿Ejemplos? Una de mis ensaladas favoritas sin duda alguna es la “Romanita”. Simpático nombre, ¿verdad? Pues bien, cuando supe que una buena parte de las legumbres que se consumen en la muy noble y leal ciudad de México son regadas con aguas negras, infestadas por las más variadas familias de parásitos, algunos de ellos, auténticas especies desconocidas por la medicina actual, empezó a desaparecer mi tradicional proclividad hacia la “Romanita”. Ingerir una ensalada así puede producir abscesos amibianos hepáticos y cerebrales de consecuencias imprevisibles. De modo que si de ensaladas se trata ni en casa ni en foto, so pena de estar dispuesto a pasar 15 días de vacaciones obligatorias recluido en un hospital. (…)
¿Usted se comería una ensalada regada con aguas negras, hecha crecer y madurar con fertilizantes tóxicos y “preservada” con insecticidas cancerígenos? ¿Usted se comería unos ostiones, unos camarones o un pescado que se desarrolló o vivió en las aguas químicamente contaminadas que la lluvia trajo de los campos mexicanos? Claro está: empecé a dejar de ser glotón…
¿Las carnes? A mí me gustaba mucho la machaca norteña con huevo a la hora del desayuno. Ni la dieta ni la obesidad constituyeron mis temas de preocupación. No así aconteció cuando descubrí la cantidad de animales que eran engordados con hormonas para poderlos sacrificar y vender nuevamente a corto plazo obteniendo jugosas ganancias ajenas a la salud de los consumidores. (…) De tal forma que la machaca, como cualquier otro tipo de carne empezó igualmente a caer de mi gusto, para ya ni hablar del huevo con el que se confecciona este estupendo platillo tan nuestro, sobre todo si se parte del supuesto que las mismas gallinas son estimuladas artificialmente para explotarlas a su máxima expresión haciéndolas poner la mayor cantidad de veces posibles en beneficio del avicultor. (…) ¿Cómo comer entonces un pollo o un buen pedazo de carne o un huevo cuyo crecimiento fue estimulado con hormonas que provocan daños incalculables en la salud humana?
De la huerta ya no como casi nada, ni de los corrales ni de los establos ni de los esteros ni del mar. (…)
No, ya no soy un glotón. Me hubiera fascinado seguirlo siendo, pero si ya no puedo comer ni legumbre salvo que estén 7 veces hervidas y por lo mismo totalmente insípidas, ni puedo consumir carne de res para ya ni hablar de la de cerdo ni de la certera posibilidad de contraer triquinosis con sólo olerla ni puedo disfrutar un buen plato de ostiones ni de almejas, una buenísima campechana como en los viejos tiempos ni debo comer huevos ni pollo por temor al efecto de las hormonas ni leche, porque no hay tantas vacas para satisfacer la demanda de que se habla (…), entonces debo resignarme a la pérdida irreparable de mis inclinaciones gastronómicas. Ahora yo no puedo tomar ni agua porque dicen que ésta tiene sales que producen piedras en los riñones o en la vesícula. (…) Por eso desde entonces estoy comiendo bananas hasta que alguien venga a decirme que la ingestión de potasio en exceso atenta contra la virilidad (…)
No ya no soy glotón (…)

Claro que la abdicación a los placeres de la mesa no es la única opción que queda, tal como lo muestra Horacio Radetich quien reacciona de otra manera a esta problemática: “Entonces uno, sabio al fin, apaga la tele, no prende el radio ni compra el periódico; e inconsciente pero alegremente se avoraza sobre las garnachas, pensando que es mejor saborear la vida que andar previendo de qué diablos se va a morir.”

Y es que, tal como lo afirmaba Daniel Cosío Villegas, el saber duele y no son pocas las ocasiones en que se prefiere vivir en la ignorancia.

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