No deja de ser curioso que el vestido
de novia tradicional ha sobrevivido, si bien con transformaciones en su diseño,
a los cambios de costumbres, ideas, modas, que caracterizan a la sociedad
contemporánea. En el centro histórico de la ciudad de México es posible
encontrar varios negocios de ese ramo, que exhiben diferentes modelos desde sus
aparadores.
Sabido es que los días que van de
Navidad a Año Nuevo, son muy especiales e indefinibles, una especie de
no-tiempo que favorece a los vientos de nostalgia. En uno de esos días Germán
Dehesa tuvo un encuentro con los vestidos de novias.
Éramos
cuatro adultos y cuatro niños los que (un 27 de diciembre) en calidad de
muégano llegamos al primer cuadro (de la ciudad de México). Yo, la verdad, iba
de un humor más bien melancólico tirando a apocalíptico. He de reconocer, sin
embargo, que el ambiente del centro y la buena compañía lograron que recuperara
esa alegría que me caracterizaba cuando soltero. La verdad, la pasamos de
primera. Recorrimos minuciosamente la calle de Palma visitando una por una las
tiendas de vestidos para novias, primeras comuniones y lencería. Cada modelito
era a la vez espeluznante, regocijante y enternecedor. Yo estaba totalmente
perplejo tratando de imaginarme a las mujeres que son capaces de comprarse
alguna de esas prendas y, sobre todo, a los hombres que se atreven a contraer
nupcias con esos seres que irrumpen en sus vidas disfrazadas de candil francés.
El tema ha atraído a otros escritores,
entre ellos José Joaquín Blanco quien comparte sus impresiones al respecto.
Los aparadores de
las casas de novia ya no saben qué más inventar para el día de tu boda. Los
vestidos de novia son más que flores, más que ángeles, más que pasteles de
merengue.
Un sentimentalismo
de repostería habla de olanes y tules y rasos y sedas y terciopelos y plumas y
pañuelitos bordaditos y todo tipo de plásticos para hacer un arreglo floral
monumental de la que entregará su flor, tan multiplicada y adornada y
publicitada desde su atuendo de marcha nupcial. (…)
¿Es realmente
vestirse lo que hace la novia o más bien se está envolviendo para regalo? (…)
El traje de novia
es como una Fuente de Petróleos o un Monumento a la Raza de la pureza.
Hay ocasiones en que los vestidos de novia
abandonan el primer cuadro de la ciudad y asisten en multitud a la Expo-Novia
del WTC, en donde para algunas visitantes son objeto de admiración y elogio; para
otras, de burla o descalificación. En tiempos en que lo más usual era que los
matrimonios fueran para toda la vida, la novia guardaba su traje como un tesoro
que le recordaría por siempre aquellos momentos, probablemente, tan felices.
Desconozco si en la actualidad haya quienes mantengan esta costumbre aunque las
uniones matrimoniales suelen ser más efímeras.
Sea como sea, y aun cuando no han
faltado quienes desde hace años vienen anunciando su inminente desaparición, el
vestido de novia es uno de esos tantos muertos que gozan de buena salud.
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