martes, 4 de noviembre de 2014

Tiempo de milagros


Hay momentos en que como país, como sociedad, enfrentamos un conjunto de situaciones muy dolorosas, aún más: terriblemente dolorosas. El desánimo y el desaliento se respiran en el clima social y no se tienen rastros de la esperanza. Las razones para ello abundan, las noticias desoladoras se suceden, la palabra escándalo ya no es suficiente por lo que se habla de mega-escándalos. Claro que todo esto no es de a gratis dado que es el resultado de haber convivido durante mucho tiempo con problemas de corrupción, injusticia, impunidad, arbitrariedad, etc., cuyos efectos se han venido facturando al futuro. Y tal como lo han afirmado diversos autores, el futuro tiene una rara costumbre y es la de que un día llega. Y ese futuro tan descuidado llegó con mayor carga de amenazas que de esperanzas.
 
Comenta Mamerto Menapace que en un momento muy difícil para el campo, escuchó a un humilde productor rural afirmar: “guardemos el desánimo para tiempos mejores”. Y sí, en estos tiempos aciagos de eso se trata: sin proponer el optimismo iluso y voluntarista que niega las dificultades del presente, es importante defender el derecho a que las cosas puedas ser muy diferentes a lo que hoy son. En síntesis, no debemos dejarnos robar la esperanza. Al decir de Santiago Kovadloff


Creo que la esperanza se funda en la convicción de que la adversidad, por más que hoy nos paralice y dañe, no tiene por qué contar con la última palabra (…)
El “escándalo” de la esperanza consiste en ocupar los sitios donde, en apariencia, nada la invita a germinar.
La esperanza no soslaya el trato con el dolor ni deja de frecuentar el desencanto: los atraviesa, los sobrepasa. Es un gesto de indignación y firmeza ante los horizontes clausurados por la arbitrariedad de la fuerza o la obstinación de la pesadumbre. (…)
Esperanzado es quien no deja de proseguir y, por lo mismo, de recomenzar, allí donde no pareciera haber lugar para hacerlo; es el hombre que busca, que quiere, que intenta (…)
Al estar esperanzados no negamos que las cosas sean como parecen; negamos que, en esa apariencia, se agote lo que ellas son. Hemos ensanchado el campo de lo significativo sin apartarnos del presente.


Las culturas indígenas tienen mucho que enseñar a este respecto y Ramón Vera Herrera da cuenta de ello.


Los marakate (o sabios) wixárika (huicholes) han soñado que son tiempos oscuros los que se viven y que las velas de vida se están apagando en los cuatro puntos cardinales. Que sólo en el corazón de los pueblos “hay un cabito de vela titilando”. Pero también sueñan con que hay un resplandor inexplicable que asoma por muchos rumbos no muy precisos y emprenden, como el resto de pueblos indígenas mexicanos, un intento frontal por decidir su destino. No confían en que ocurra algún milagro, se dedican a provocarlos.
 
¡Que así sea!

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