martes, 27 de enero de 2015

Amores a distancia: lo que va de las cartas al internet


Un tema de nuestros días tiene que ver con los vínculos amorosos vía internet, existiendo quienes sienten un profundo amor por alguien que se encuentra a miles de kilómetros y a un solo clic. Esto se ha constituido en base argumental de numerosas obras literarias así como de películas.

Sería un error suponer que se trata de algo nuevo; en realidad no es así. Lo novedoso es el medio pero desde hace mucho tiempo el amor a distancia ha adquirido un poder que, con frecuencia, el de proximidad está muy lejos de tener… De este modo lo que ahora circula en soporte de internet, en el pasado lo hizo a través de cartas (así como posteriormente,  por vía telefónica). Max Aub nos proporciona un ejemplo de ello.

En enero de 1941, Rainer-María Rilke (…) recibió una carta de una desconocida escrita en términos apasionados. Le hablaba de su entusiasmo por su obra, le daba las gracias por el hecho de llevarla a cabo. Contestó el gran poeta y así nació una correspondencia (…) La que así escribía era una famosa pianista vienesa, y, aun antes de conocerla, Rilke se enamoró de ella; poder de las letras.

No faltarán quienes digan que antes cuando menos eran más sensatos y a nadie se le ocurría -como acontece actualmente- recorrer grandes distancias tras una simple aventura. Se equivocan ya que este poder de las letras también en aquel entonces era capaz de convocar al camino. Rilke, de acuerdo al testimonio de Aub, “(…) atravesó media Europa con tal de estar a su lado. La alcanzó en Berlín, se la llevó a Suiza, a París, al castillo de Duino.

Habrá quien diga que en el pasado estos romances quedaban en la intimidad de los amantes sin adquirir estado público. Una vez más se trata de un equívoco y Max Aub lo confirma                 

Nada sabríamos de este romance si la que fuera entonces su heroína no hubiera editado sus recuerdos, con algunas de las cartas más emocionadas que recibió de Rilke. Se publican en francés, que él dominó a la perfección. Las Elegías de Duino –traducidas al español por el excelente poeta Juan José Domenchina- cobran así una nueva luz.

Durante mucho tiempo la correspondencia de amor careció de imágenes pero en algún momento alguien decidió acompañar las letras con una ilustración que pretendía dar cuenta de su propia fisonomía y es de suponer que, movido por sus objetivos, aquel trazo fuera muy benevolente a la hora de confrontarse con la realidad. Con el transcurso de los años se incorporarían las fotografías y  posteriormente los videos, claro está que siempre con la intención de presentar el mejor perfil, el ángulo favorecedor (lo que en muchos casos resultó francamente tramposo y en no faltará ocasión de referirnos a ello).

A los jóvenes de hoy se les dificulta pensar en el amor expresado por medio de cartas que demoraban una eternidad en llegar, siempre y cuando no se perdieran en el camino… Pero el partido está empatado porque “la gente grande” (sabrán disculpar pero todas las otras expresiones que se me ocurren son igualmente lamentables: adultos mayores, personas entradas en años, aquellos que peinan canas, adultos en plenitud, personas de la tercera edad, etc.) no entiende las nuevas tecnologías y añora el género epistolar. Soledad Vallejos da cuenta de ello.
 
La historia de las cartas es casi tan antigua como la historia de la escritura. O al menos lo suficientemente antigua como para remontarse al momento en que, por primera vez, dos personas, complotaron para desvanecer la lejanía con algunas líneas. Porque ésa es una salvedad que cabe hacer prontamente: una carta es todo lo que un correo electrónico jamás podrá ser, por rápido y eficiente que resulte. No se trata sólo de que, por ejemplo, una esquelita personal no necesita ser titulada, sino de algo más básico y fundamental: es la materialidad del papel, la inquietud de reconocer en el remitente la letra de alguien que está lejos, el ruidito de la hoja cuando se desdobla, alguna mancha de café sobre las letras, un perfume (aunque no se trate de una carta perfumada), los gestos de la persona que escribió desplegándose en el color de la tinta, eso es una carta. Claro que el surgimiento del mail aseguró la continuidad de algunos contactos (porque, la verdad, quién puede perpetuar la manía de dejar pendiente la cita con el correo y decir que no mandó el mensaje por falta de tiempo), pero también puede decirse que, de alguna manera, sacrificó el encanto del ritual en nombre de la rapidez. Porque las cartas tuvieron más de una época dorada, siempre que más que las palabras de una persona, podían ser la persona misma transformada en papel. Las ventajas eran insuperables; que lo digan, si no, la princesa Margarita de Inglaterra y sus afanes purificadores, que la llevaron a tirar a la chimenea todas las cartas que la Reina Madre había escrito en los últimos diez años de su vida para que no trascendieran detalles de los escándalos palaciegos. A ver si hay alguien capaz de romper su monitor sólo para descargarse.
 
Como la historia no concluye con las actuales generaciones, seguramente dentro de unos años el correo electrónico también pasará a ser cosa del pasado y más de uno lo recordará con nostalgia.

No hay comentarios: