Durante más de cincuenta años,
y con escasas interrupciones, en una casa de la calle Protasio Tagle tuvo lugar
un singular encuentro de hombres (sólo hombres) interesados en diversas ramas
de la cultura. El dueño de casa era el padre Octaviano Valdés quien, en forma
por demás amigable, ponía ese lugar a disposición de aquellos que se daban cita
domingo a domingo de 12 a 14 hr con el exclusivo interés de encontrarse y platicar
acerca de temas varios. Sorprende que lo que allí se tomaba no era café sino
que se constituía una rueda de mate, habituales en el ámbito rioplatense pero
que no deja de llamar poderosamente la atención por aquellos rumbos de
Tacubaya, en la ciudad de México.
Estas reuniones se conocieron
como las domínicas del mate y a ellas dedicaremos una serie de artículos dado
que, entendemos, el tema lo amerita. Para ello nos guiaremos fundamentalmente
por el pequeño libro coordinado por Octaviano Valdés titulado Domínicas del mate (México, Las Hojas
del Mate, 1975). Y para ir entrando en materia citemos, tal como le corresponde
en su calidad de anfitrión, al padre Valdés quien alude a los inicios de la
tertulia.
El año
de 1932, sin programa ni propósito preconcebido, se inició la tertulia del
“mate” con el padre Alfonso Méndez Plancarte, Alfonso Gutiérrez Hermosillo y el
suscrito, atraídos por la común pasión de la literatura. Los dos Alfonsos,
tiempo hace, ya sombras en nuestro recuerdo. El primero, de difícil parangón
por su extraordinaria sabiduría, fue terrible crítico, desfacedor de falsos
prestigios, y a quien no se le ocultaba gazapo alguno por pequeño que fuese.
Alfonso Gutiérrez Hermosillo, muerto dramáticamente en plena juventud, parecía
vivir con el alma en constante éxtasis de poesía.
El mismo autor va enumerando a
los participantes que se fueron sumando (algunos como miembros permanentes, otros
como eventuales); es importante reparar en el preciso perfil que traza el padre
Valdés de muchos de estos personajes.
Poco
después se unió Gabriel Méndez Plancarte, hermano de Alfonso. (…)
No
tardó en agregarse Alfonso Junco, aquilatado poeta, distinguido periodista (…)
Otros
más fueron llegando: Alí Chumacero y José Luis Martínez. (…)
Don
Agustín Yáñez. “El silencioso”, así lo apellidó Gabriel Méndez Plancarte en
memorable artículo, parco en hablar y famoso y fecundo creador de belleza
escrita. No recuerdo si antes o después de don Agustín llegó “El Chato”, don
Alfonso Noriega a poner su nota de alegría en la conversación con el dicho
ingenioso y el gracejo oportuno. Por su medio ganó nuestra reunión la sal
epigramática de Francisco Liguori. Su memoria es un almacén de versos y de datos
y su ingenio está siempre pronto a disparar el epigrama. Andrés Henestrosa,
escritor que sabe escribir en prosa con palabras que nos saben a recién
nacidas, tiene la agudeza a flor de labios y flechas de alegre ironía. Federico
Cantú, famoso pintor, grabador, escultor, y crítico iconoclasta de los que a su
juicio son valores inflados, y aun del mal tiempo por negar el calor del sol.
Rafael Aguayo Spencer, biógrafo casi dueño de don Vasco de Quiroga, llena
nuestra sesión con su risa de sonoro diapasón. Antonio Gómez Robledo, el sabio
de la tertulia tiene todas las respuestas para todas las preguntas humanísticas
y de otras sabidurías. De vez en cuando nos honran sus hermanos los PP. Ignacio
y Javier. Presente en temporadas y ausente en largas vacaciones, el padre
Antonio Brambila, inteligencia incorregiblemente razonadora. Fausto Vega,
amable y discreto, disimula lo mucho que sabe, pero está pronto a rebajar
entusiasmos exagerados en opiniones laudatorias o vejatorias, Raúl Villaseñor,
conocedor de la novela actual y crítico. Ricardo Garibay, chisporroteo de
inteligencia y espíritu siempre en tensión. Ernesto Mejía Sánchez eruditísimo
en literaturas. Jorge Hernández Campos, poeta, ensayista, viajero casi
astronauta, con fines de semana en Roma desde que estuvo en la “Fao”. Alfredo
Leal Cortés, palabra batalladora e interesantemente noticiosa. Daniel Moreno,
laborioso historiador. Héctor Morales Saviñón, literato y distribuidor de
alegría.
Esporádicamente
se aparecen el Obispo de Cuernavaca, don Sergio Méndez Arceo, don Francisco
Monterde, caballerosidad y cortesía. El “Bachiller”, José Rojas Garcidueñas,
erudito y muy agradable conversador. Francisco Zendejas, lector y crítico de
alta velocidad. (…)
Algunos,
después de haber sido contertulios temporalmente, se ausentaron a causa de
cambio en su ritmo de vida, nuevas ocupaciones, tareas en el extranjero, etc.
Enumero a Emmanuel Palacios, los hermanos Pablo y Enrique Casanova, Juan José
Arreola, Jaime García Terrés, Víctor Adib, Emmanuel Carvallo (sic), Ricardo Guerra,
Manuel Calvillo, Porfirio Martínez Peñaloza, el Lic. Antonio Martínez Baez, y
uno que otro más que sólo fue ave de paso.
De muy
grato recuerdo son algunos ilustres desaparecidos: Los españoles “refugiados”
don Manuel Pedrozo, Benjamín Jarnés. El Dr. Manuel Pulido Méndez que fue
embajador de Venezuela, mexicanizado por obra y gracia del dictador Juan
Vicente Gómez, que lo exilió a nuestro país desde su juventud. Los pintores
Fernando Leal y Angel Zárraga. César Garizurieta, “El Tlacuache”, quien nos visitó
todavía dos semanas antes de su trágico fin.
La lista no es exhaustiva y
falta incluir nombres como el del padre Joaquín Antonio Peñalosa (a quien se
menciona en otras fuentes) y Gustavo Sainz quien se integró en los últimos años
de la tertulia. Al conocer quienes participaron de las domínicas del mate queda
de manifiesto su elevado nivel cultural así como la pluralidad de ideas,
concepciones religiosas, oficios y edades. Seguramente cada sesión sería una oportunidad
para la amistad y también para el deleite cultural.
Al carácter incluyente y de
respeto a las diferencias dedicaremos otro de los artículos de esta serie dado que
ello no era habitual por aquellos tiempos. Alfredo Leal Cortés describe el
momento histórico en que inician las domínicas del mate.
El año
de 1932 la ciudad de México tenía una población un poco mayor a 1.029,068
habitantes en una superficie de 59 kilómetros cuadrados. Se manifestaba en la
urbe una clara tendencia expansionista hacia el sur; y el noroeste y noreste eran
terrenos en breña, excepto los tradicionales poblados de Tacuba, la hacienda de
San Juan de Aragón y el viejo barrio de Santa Julia. Los nombres ahora
familiares del área metropolitana como Ciudad Satélite, Las Arboledas,
Coacalco, Ixtapalapa y Tlalpan, ni siquiera asomaban en sueños atrevidos de los
inquietos capitalinos, formando parte de nuestra actual deshumanizada
conurbación.
El
Presidente de la República era don Pascual Ortiz Rubio presionado por la
creciente influencia del “jefe máximo”, Plutarco Elías Calles, y atormentado
por las noticias diarias de un país sangrante de sus últimas convulsiones,
causadas por los excesos, la ambición del caudillaje y un pueblo hambriento de
paz y pan. Los artículos de la Constitución de 1917 parecían un espejismo y los
cínicos del grupo en el poder, pronto obtendrían la renuncia del responsable
del Poder Ejecutivo, única en el último medio siglo de nuestra historia.
Los
hombres de ideas carecían de refugio, de ágora para discernir y discutir ideas.
(…) Apenas asomaba la vida de los cafés y de los salones rococó, etapas ya
traspasadas en Londres y París en el siglo XVIII. (…)
Tal
vez, por intuición, como una tarea pragmática del momento e impulsados por el
común denominador de que vivían para las ideas, Alfonso Méndez Plancarte,
Alfonso Gutiérrez Hermosillo y Octaviano Valdés, sirviéndose del aglutinante
literario, fundaron un grupo sin pretensiones gregarias con el pretexto de una
tertulia.
Así fue como estos tres hombres
profundamente interesados en la cultura desafiaron a su época, abriendo un
espacio de convivencia entre quienes pensaban diferente.
Seguiremos con el tema.
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