La privatización de la salud es un tema recurrente en nuestros
días. Ante el hecho que las instituciones públicas suelen carecer hasta de lo
elemental, que los médicos generales no pueden prestar el cuidado necesario por
la cantidad de pacientes que deben atender, que las consultas con los
especialistas se postergan en demasía, etc., quienes pueden (y a veces hasta
quienes no) recurren a la medicina privada. Además se presentan situaciones que
no dejan de ser paradójicas: no son pocos los países que entre los beneficios
que gozan los altos funcionarios públicos se encuentra la cobertura de seguros privados
de gastos médicos mayores. Aparecen en los medios elogiando el funcionamiento
de la salud pública, pero ni ellos ni sus familias se atienden en ella (algo
parecido sucede con la escuela pública).
El sector privado cuenta con una amplia oferta para
diferentes bolsillos. Nadie duda que los médicos verdaderamente calificados han
hecho un gran esfuerzo y tienen derecho a tener un nivel de ingresos
satisfactorio. Pero en algunos casos, los honorarios están fuera de toda norma
lo que produce enconadas reacciones. Por si fuera poco con ello, es necesario
considerar que si hubiese una epidemia de salud la profesión médica estaría en
crisis, lo que desde hace mucho tiempo se presta a conjeturas; ya en 1946
George Bernard Shaw se refería a ello.
Los médicos deberían recibir una paga
convenida para mantener en buena salud a la familia durante el año... La
monstruosidad del actual sistema de práctica privada en la medicina, consiste
en que da a los médicos un interés material por la enfermedad, a la que
defienden desesperadamente... Nosotros, las víctimas, los apoyamos porque
queremos tener un médico elegido amigablemente por nosotros, y no a extraños
que vengan a enfrentarnos, impuestos por el Estado. La solución es sencilla. En
Suecia, el más civilizado país de Europa occidental, el médico privado recibe
una paga convenida para mantener bien a la familia durante el año. No gana nada
y tiene más trabajo cuando en la familia hay enfermos. Y no pierde nada y tiene
menos trabajo cuando todos están bien. Conocidos míos suecos, no han encontrado
dificultad en inducir a médicos ingleses a hacer este arreglo. ¿Por qué no
hacerlo obligatorio y abolir el pago por el implacable método del “¿cuánto
es?”.
Es así que el tema de los honorarios médicos se las trae,
su relación con los conceptos de salud-enfermedad es conflictiva y no siempre
se ha resuelto –tal como lo plantea Gregorio Doval- de la misma manera. “Hoy en
día los médicos cobran cuando sus clientes están enfermos. En la China imperial de Huang Ti
[hace casi 5.000 años], sin embargo, los médicos sólo cobraban cuando la gente
estaba sana.” Pero las cosas no terminaban allí y, añade Doval, “en caso de
enfermedad, los médicos corrían con los gastos del tratamiento”. Seguramente no
faltará quien considere conveniente retomar estas ideas.
Por otra parte, y al igual que sucede con otras profesiones
y oficios, cuando el trabajo es más exigente los honorarios son mayores; George
Bernard Shaw aborda la cuestión.
Cuanto más tremenda es la mutilación,
tanto más cobra el mutilador. El que
arregla una uña encarnada del dedo gordo del pie, cobra unos pocos chelines; el
que practica una operación en las vísceras, recibe centenares de guineas,
excepto cuando lo hace, para ejercitarse, en el cuerpo de una persona pobre.
Esto conduce al absurdo, a diferencia de lo que acontece en
otros ámbitos, que cuando las cosas van peor los honorarios profesionales
suelen ser más elevados; es Julio Camba quien alude a ello
Los
médicos más caros no son precisamente aquellos que nos hacen unos diagnósticos
más optimistas, lo que, pensándolo bien, no deja de tener su explicación,
porque tal es la naturaleza humana, que todos consideraríamos abusivo el que
por diagnosticarnos un simple catarro nasal se nos cobrase igual que por
diagnosticarnos un cáncer o una lesión cardíaca.
Por último es necesario resaltar que, y también alejándose
de los criterios que aplican en otras profesiones y oficios, el galeno tiene
sus honorarios garantizados independientemente del resultado de sus afanes.
Ello no siempre fue aceptado de buena gana y hubo quienes se rebelaron, tal es
el caso del citado emperador Huang Ti quien -de acuerdo con Gregorio Doval- “había
dictado un decreto que obligaba a los médicos a colgar en la puerta de su casa
un farolillo por cada enfermo a su cuidado que muriese”. Y mucho peor aún para
los intereses del gremio médico la opción por la que, según narra Jorge Mejía
Prieto, optó el rey Guntram.
Los
descendientes de Clodoveo, el monarca de los francos que murió en el año 511 de
nuestra era, fueron tiranos y bárbaros de la peor especie. Uno de ellos, el rey
Guntram, estaba casado con Austrichilda. Un día la reina enfermó de disentería
y, como sus dos médicos no lograban aliviarla, supuso que éstos eran
negligentes e hizo prometerle a Guntram que los ejecutaría sobre su tumba en
caso de que ella falleciera a causa de la enfermedad.
La
reina murió a los pocos días. Y fiel a su promesa, Guntram dispuso una suntuosa
ceremonia a la que asistió toda la corte, y en la que los dos médicos fueron
sacrificados sobre la tumba de Austrichilda.
Hay tema para rato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario