jueves, 16 de abril de 2015

Honorarios médicos


La privatización de la salud es un tema recurrente en nuestros días. Ante el hecho que las instituciones públicas suelen carecer hasta de lo elemental, que los médicos generales no pueden prestar el cuidado necesario por la cantidad de pacientes que deben atender, que las consultas con los especialistas se postergan en demasía, etc., quienes pueden (y a veces hasta quienes no) recurren a la medicina privada. Además se presentan situaciones que no dejan de ser paradójicas: no son pocos los países que entre los beneficios que gozan los altos funcionarios públicos se encuentra la cobertura de seguros privados de gastos médicos mayores. Aparecen en los medios elogiando el funcionamiento de la salud pública, pero ni ellos ni sus familias se atienden en ella (algo parecido sucede con la escuela pública).


El sector privado cuenta con una amplia oferta para diferentes bolsillos. Nadie duda que los médicos verdaderamente calificados han hecho un gran esfuerzo y tienen derecho a tener un nivel de ingresos satisfactorio. Pero en algunos casos, los honorarios están fuera de toda norma lo que produce enconadas reacciones. Por si fuera poco con ello, es necesario considerar que si hubiese una epidemia de salud la profesión médica estaría en crisis, lo que desde hace mucho tiempo se presta a conjeturas; ya en 1946 George Bernard Shaw se refería a ello.
 

Los médicos deberían recibir una paga convenida para mantener en buena salud a la familia durante el año... La monstruosidad del actual sistema de práctica privada en la medicina, consiste en que da a los médicos un interés material por la enfermedad, a la que defienden desesperadamente... Nosotros, las víctimas, los apoyamos porque queremos tener un médico elegido amigablemente por nosotros, y no a extraños que vengan a enfrentarnos, impuestos por el Estado. La solución es sencilla. En Suecia, el más civilizado país de Europa occidental, el médico privado recibe una paga convenida para mantener bien a la familia durante el año. No gana nada y tiene más trabajo cuando en la familia hay enfermos. Y no pierde nada y tiene menos trabajo cuando todos están bien. Conocidos míos suecos, no han encontrado dificultad en inducir a médicos ingleses a hacer este arreglo. ¿Por qué no hacerlo obligatorio y abolir el pago por el implacable método del “¿cuánto es?”.
 

Es así que el tema de los honorarios médicos se las trae, su relación con los conceptos de salud-enfermedad es conflictiva y no siempre se ha resuelto –tal como lo plantea Gregorio Doval- de la misma manera. “Hoy en día los médicos cobran cuando sus clientes están enfermos. En la China imperial de Huang Ti [hace casi 5.000 años], sin embargo, los médicos sólo cobraban cuando la gente estaba sana.” Pero las cosas no terminaban allí y, añade Doval, “en caso de enfermedad, los médicos corrían con los gastos del tratamiento”. Seguramente no faltará quien considere conveniente retomar estas ideas.
                                                                                             

Por otra parte, y al igual que sucede con otras profesiones y oficios, cuando el trabajo es más exigente los honorarios son mayores; George Bernard Shaw aborda la cuestión.

 
Cuanto más tremenda es la mutilación, tanto más cobra el  mutilador. El que arregla una uña encarnada del dedo gordo del pie, cobra unos pocos chelines; el que practica una operación en las vísceras, recibe centenares de guineas, excepto cuando lo hace, para ejercitarse, en el cuerpo de una persona pobre.


Esto conduce al absurdo, a diferencia de lo que acontece en otros ámbitos, que cuando las cosas van peor los honorarios profesionales suelen ser más elevados; es Julio Camba quien alude a ello
 

Los mé­dicos más caros no son precisamente aquellos que nos hacen unos diagnósticos más optimistas, lo que, pensándolo bien, no deja de tener su explicación, porque tal es la naturaleza humana, que todos con­sideraríamos abusivo el que por diagnosticarnos un simple catarro nasal se nos cobrase igual que por diagnosticarnos un cáncer o una lesión cardíaca.
 

Por último es necesario resaltar que, y también alejándose de los criterios que aplican en otras profesiones y oficios, el galeno tiene sus honorarios garantizados independientemente del resultado de sus afanes. Ello no siempre fue aceptado de buena gana y hubo quienes se rebelaron, tal es el caso del citado emperador Huang Ti quien -de acuerdo con Gregorio Doval- “había dictado un decreto que obligaba a los médicos a colgar en la puerta de su casa un farolillo por cada enfermo a su cuidado que muriese”. Y mucho peor aún para los intereses del gremio médico la opción por la que, según narra Jorge Mejía Prieto, optó el rey Guntram.
                                                                      

Los descendientes de Clodoveo, el monarca de los francos que murió en el año 511 de nuestra era, fueron tiranos y bárbaros de la peor especie. Uno de ellos, el rey Guntram, estaba casado con Austrichilda. Un día la reina enfermó de disentería y, como sus dos médicos no lograban aliviarla, supuso que éstos eran negligentes e hizo prometerle a Guntram que los ejecutaría sobre su tumba en caso de que ella falleciera a causa de la enfermedad.
La reina murió a los pocos días. Y fiel a su promesa, Guntram dispuso una suntuosa ceremonia a la que asistió toda la corte, y en la que los dos médicos fueron sacrificados sobre la tumba de Austrichilda.


Hay tema para rato.

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