martes, 14 de abril de 2015

La felicidad: entre Schopenhauer y la tía de Ibargüengoitia

Tema siempre presente en nuestras sociedades el de la felicidad, que durante mucho tiempo fue muy mal vista bajo la sospecha de que si todo estaba tan bien, seguramente algo andaría muy mal. Pero las cosas han ido cambiando de tal manera que primero se reivindicó el derecho a la felicidad y luego –como lo han señalado diversos autores- reparando en la obligación que tenemos de ser felices, todo esto acompañado por una nutrida bibliografía sobre el tema (sea con consideraciones de fondo o con supuestos recetarios que dicen conducir a la felicidad).
Cabe recordar que el tema de la felicidad desde siempre ha interesado a filósofos y escritores. Arthur Schopenhauer sostiene que la diferencia en la fortuna de las personas depende fundamentalmente de tres aspectos:
·         Lo que uno es: la personalidad en su sentido más amplio. Por consiguiente, también aquí se incluyen la salud, la fuerza, el temperamento, el carácter moral y la inteligencia y su desarrollo.
·         Lo que uno tiene: bienes y posesiones de todas clases.
·         Lo que uno representa: bajo tal expresión entendemos lo que se es en la representación de los otros, cómo se lo representan a uno los demás, lo cual depende de la opinión en que nos tengan, y se divide en honor, rango y fama.
En el camino a la felicidad, según Schopenhauer, intervienen factores externos (que él identifica como destino) y elementos consustanciales a cada persona. “La parte objetiva del presente y la realidad se halla en manos del destino, por eso es variable; la subjetiva, en cambio, somos nosotros mismos; de ahí que sea invariable en lo esencial. Ahora bien, siguiendo su opinión, existe un punto de encuentro entre ambas vertientes ya que el sentimiento de satisfacción/insatisfacción tiene que ver con la manera de comprender la realidad. “El mundo en que se vive depende, ante todo, de la interpretación que tenga de él, la cual es distinta según sea el enfoque de las diferentes cabezas: para uno será pobre, anodino y plano, o rico, interesante y significativo.” Las diferencias en esta manera de aprehender el entorno en que se vive no residen simplemente, como afirman muchos autores, en un acto de voluntad sino que están determinadas por las propias características de la persona.
(…) el melancólico ve una escena de tragedia donde el sanguíneo observa un conflicto interesante y el flemático algo sin importancia. (…) Para hablar más llanamente: cada cual está embutido en su conciencia como lo está en su piel, y sólo vive en ella; de ahí que no pueda ayudársele mucho desde fuera. Porque todo cuanto existe y sucede para el hombre siempre existe y sucede sólo en su conciencia.
Según Schopenhauer existen personalidades más o menos propensas a la felicidad y para expresarlo se apoya en Goethe.
(…) quien posee la suficiente riqueza interior no le exigirá mucho; en cambio, el pobre diablo seguirá siendo un pobre diablo hasta el fin, incluso hallándose en medio del Paraíso rodeado de huríes. Por eso dice Goethe:
              Pueblo, siervos y señores
proclaman a no dudar,
que la dicha más cumplida
de los hijos de la Tierra
es la personalidad.
En síntesis el sentimiento de felicidad tiene que ver con cada persona, tal como lo señala el propio Schopenhauer.
De ahí que esté claro cuán dependiente es nuestra felicidad de aquello que somos, de nuestra individualidad: sin embargo, la mayoría de las veces, sólo valoramos nuestra suerte en función de lo que tenemos o de lo que representamos; pero la suerte, “el destino”, puede mejorarse.
Pero siempre existen resquicios que hacen posible mejorar lo que el destino nos tiene deparado. Es probable que así lo haya entendido Lola Sierra -según lo refiere su sobrino el escritor Jorge Ibargüengoitia- cuando afirmó: “El Destino quiso que yo fuera desgraciada, pero no me dio la gana.”

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