jueves, 15 de octubre de 2015

Arqueología bibliográfica


Todos los que somos compradores habituales de libros usados hemos encontrado dentro de ellos diversos vestigios de sus antiguos propietarios. Hay quienes han compartido sus encuentros y entre ellos encontramos a Barbara Hodgson.

Durante años he conservado los artículos que he encontrado dentro de los libros: flores secas, menús, recortes de periódico, fotos, tarjetas de visita, dibujos, recetas y páginas de otros libros. Me hacen pensar en las cosas que sin darme cuenta yo misma he utilizado como puntos de lectura: recibos, fichas de préstamo de bibliotecas, tarjetas de felicitación y notas. Cuando releo un libro que no había sacado del estante durante una o dos décadas y encuentro entre sus páginas un antiguo abono de autobús, por ejemplo, pienso en lo rápido que cambian las cosas y en lo impersonales que se han vuelto la mayoría de ellas. Los recibos actuales son todos iguales, y el texto impreso pierde el color en muy poco tiempo; las notas ya no son misivas escritas a mano, sino páginas impresas en láser; ¿y cuándo fue la última vez que alguien dedicó tiempo a arrancar una flor y prensarla entre las páginas de un libro?

No es el único testimonio a este respecto. Angélica Jiménez Robles también da cuenta de sus hallazgos

(…) entre sus páginas se pueden encontrar tesoros invaluables, tengo libros donde he encontrado desde el clásico boleto del camión, del trolebús, hasta la carta de amor, la dedicatoria, algunas de ellas muy pasionales, un examen con cinco y en uno encontré un billete de $100.00, el vendedor me lo había dado en $40.00. Es una maravilla lo que puede encontrarse en ellos.

Por mi parte reconozco que tengo mi colección particular y en algún momento pensé que debería organizar una exposición a partir de ello. Pero, como en tantos otros casos me sucede, ya me habían ganado la idea. En una nota de prensa de enero de 2013, leo:

¿Quién no encontró alguna vez entre las páginas de algún viejo libro, un trébol de cuatro hojas o un boleto capicúa? Cápsulas del tiempo: objetos encontrados en los libros, así se titula la exposición montada en la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid. ¿Qué se expone? Una gran variedad de objetos descubiertos entre las páginas de los libros, pequeños tesoros hallados en el proceso de catalogación de los fondos históricos. Telegramas, correspondencia, señaladores, poemas y anotaciones, flores secas, invitaciones y tarjetas de visita, naipes, estampas, dibujos y grabados científicos, recibos de pago, billetes de tranvía, incluso balas y metralla (de los volúmenes que viajaron a las trincheras).

En otro orden de cosas, pero dentro del mismo rubro, hay libros usados en que sus posibles lectores (en atención a la obviedad de que usados no siempre quiere decir leídos) no dejaron marca alguna de las experiencias vividas al ir avanzando en la consulta de la obra. Estos libros viejos, en algún sentido son nuevos. Pero también hay lectores que subrayaron, marcaron círculos, discutieron, se enojaron, agregaron signos de admiración y de interrogación, utilizaron marcadores de colores para dejar constancia de acuerdos y discordias, pegaron papeles, etc. En algunos casos la intervención del lector o lectores previos, ha sido tan nutrida que invita a jugarle al analista e interpretar la vida del colega de afición.

En ello también tengo mi colección particular integrada por algunos libros que podrían ser verdaderas piezas de museo y en algún momento pensé que podría hacer una exposición con ellos. Pero en esto, también me ganaron. En un artículo firmado por María Luján Picabea publicado en el diario Clarín (Argentina) el 4 de julio de 2014, leo la reseña de una exposición que tuvo el acertado nombre de Las huellas de la lectura.

Existe una captura de las páginas 338 y 339 de la novela Finnegans Wake, de James Joyce, que perteneció a Susan Sontag. Es una obra tan increíble que, como apuntó un colega, “dan ganas de colgarla en el living de la casa” para tenerla cerca y poder perderse en los detalles. Y es que en esas páginas se percibe la vehemencia con la que Sontag leía. Uno acaso siente que puede asomarse por encima de su hombro y escuchar sus pensamientos. Bastante más modestas son buena parte de las intervenciones de libros que Esteban Feune de Colombi registró para su proyecto y muestra Leídos –en exhibición en la Biblioteca Nacional–, pero es cierto que hay algunas fotografías que provocan un efecto semejante al de las páginas del ejemplar de Finnegans Wake de Sontag.
Feune de Colombi cuenta que el germen de esta muestra, para la que reunió a 99 escritores contemporáneos, lo asaltó al heredar un ejemplar de las Obras Completas de Oliverio Girondo que había pertenecido a su abuelo materno –a quien no llegó a conocer–, y en él habían quedado las huellas de su lectura. Dice que en el intento por resguardarlas, fotografió el ejemplar y eso le hizo querer más. Así que salió, cámara en mano, y visitó a un escritor detrás de otros, así hasta llegar a 99. A todos les pidió que le abrieran algún libro y le mostraran las marcas que su andadura lectora había dejado. Así, por ejemplo, María Moreno abre El factor Borges, de Alan Pauls, en el que escribió, en las páginas en blanco del final, un relato completo en imprenta mayúscula. El poeta Hugo Mujica, por su parte, muestra Nietzsche. Biografía de su pensamiento, de Rüdiger Safranski, en cuyas páginas se ven subrayados de distintos colores, marcas y resaltados.
Notas al margen con lápiz, palabras encerradas con círculos, llamadas con birome, son algunas de las marcas que Alan Pauls ha dejado sobre su ejemplar de Nombre Falso, de Ricardo Piglia, y Beatriz Sarlo muestra las tarjetas amarillas con notas intercaladas en la edición de 1983, de Autobiografía II, el imperio insular, de Victoria Ocampo. Por las páginas de Instrucción del estanciero, de José Hernández, es claro el paso de David Viñas, la fruición con que ha masticado cada palabra. Así lo indican notas, rayas, flechas y papelitos que el ejemplar, ofrecido a Feune de Colombi por María Moreno, a modo de testimonio. Vaya, pase por la Biblioteca y no se prive de espiar esas lecturas.

Así las cosas he renunciado a todo afán de originalidad pero no descarto incluir en artículos próximos algunas muestras de libros en que lectores anónimos dejaron mensajes (en dedicatorias o notas al margen del texto) que merecen difundirse. Quedan avisados.

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