martes, 20 de octubre de 2015

Los chinos de Mexicali


Es posible que sea un poco exagerado afirmar que la mejor comida china del mundo se come en Mexicali. Lo cierto es que a la hora de enumerar las virtudes de esa ciudad, este argumento es uno de los que encabeza la lista.

Respecto a la numerosa comunidad china que allí habita, se comentan sucesos que se encuentran en la frontera que va de lo verídico al mito. La opinión generalizada es que en realidad nunca se sabrá cuántos son, porque cuando uno de ellos muere sus documentos adulterados pasan a otro (lo que se vería facilitado por el hecho de que para las autoridades migratorias es casi imposible diferenciar entre sí a los diversos miembros de esa colectividad). Así las cosas, la población china en Mexicali estaría muy cerca de hacer posible el viejo anhelo de alcanzar la eternidad. En relación a ello, Antonio Acevedo Escobedo afirma que Martín Gómez Palacio llamó la atención “sobre el hecho de que la muerte de los chinos residentes en México es más misteriosa que su vida, pues una vez fallecidos nadie sabe a dónde van a parar sus huesos”.

Su ocupación principal consiste en ser propietarios o empleados de los muchos restaurantes de comida china que abundan en la ciudad. Como es de suponer, la situación de los chinos en el norte del país (Mexicali, Tijuana) ha intrigado a estudiosos y escritores, entre los que se encuentra Juan Villoro quien buscó información de primera mano con su colega Daniel Sada.
 
—¿Sabes qué cultura une a México y Estados Unidos? —Daniel entrecerró los ojos, como un pícher en el montículo, y lanzó la respuesta—: La comida china.
Mexicali se fundó en una depresión en el desierto, bajo el nivel del mar. Ahí los chinos fueron bienvenidos porque el terreno se consideraba inhabitable. Con el sigilo de una tribu que generalmente vive en las cocinas, se extendieron por toda la frontera. Las noches de Mexamérica son iluminadas por ideogramas de neón. En Tijuana hay casi 300 restoranes chinos y un consulado lleva los documentos de esos ciudadanos abundantes e invisibles que preparan tantas comidas.
Si la escena de Pulp Fiction donde un criminal asalta una cafetería al grito de “¡Saquen a los mexicanos de la cocina!” ocurriera unos kilómetros más al sur, habría que gritar: “¡saquen a los chinos!” (lo cual permitiría verlos por primera vez).
Luis Humberto Crosthwaite me llevó a espléndidos restoranes de comida autóctona, es decir, china. Como él vive en Tijuana desde su nacimiento, en 1962, conoce a varios miembros de la nación que se esconde entre el vapor de sus peroles.
El gusto de los chinos por el secreto los ha llevado a abrir merenderos clandestinos, a los que el cliente llega como invitado a una casa. Luis Humberto me hizo probar camarones confitados con coco y otros prodigios tijuanenses que seguramente Marco Polo degustó junto a la Gran Muralla, pero no me consideró digno de pertenecer a la cofradía de quienes se esconden para comer pato laqueado. Sólo pertenece a la sociedad quien ha visto determinado número de chinos. La cifra exacta es un enigma. Sólo sé que aún no soy digno de ella.

Existe respeto recíproco en el trato con los mexicanos pero no hay mayor integración. Los chinos suelen casarse entre sí y por lo general no comparten su tiempo de esparcimiento (en caso que lo tengan) con el resto de la población. Las escasas denuncias que presentan ante las autoridades locales han originado sospechas en cuanto a que se rigen con sus propias normas. Se ha llegado a mencionar la existencia de un código propio de la mafia en que la traición se paga con la vida, según lo decida el grupo de “padrinos” conformado por quienes manejan el negocio de la inmigración de sus paisanos (que llegan a Mexicali siendo muy jóvenes, casi niños). El trabajo en los restaurantes sería en régimen de casi esclavitud: jornadas extensas; sueldos mínimos (cuando no rige el acuerdo de trabajar a cambio de techo y comida); condiciones de vida paupérrimas; etc. En este contexto de rumores se dice que el patrón chino haría un pequeño guardadito mes a mes, que corresponde a una especie de fondo de retiro de cada trabajador y que deberá entregar al paso del tiempo. Con ese dinero algunos chinos que llegados a Mexicali años antes, ahora emprenden viaje -en condición de ilegales- cruzando la frontera e internándose en Estados Unidos.

Como no es visible el lugar donde viven, se supone que muchos lo hacen en los mismos restaurantes. También se comenta la existencia de “chineras” o “chinescas”: lúgubres espacios situados bajo la ciudad en que habitarían en condiciones muy precarias. Hay quienes afirman que hace muchos años en estas improvisadas viviendas hubo un gran incendio, lo que originó que sus ocupantes salieran huyendo por los subsuelos del centro de la ciudad. Esas mismas fuentes añaden que aquello fue una tragedia en la que murieron muchas personas y de la que nunca se sabrá sus verdaderas dimensiones.

La historia de las chinescas puede que tenga que ver también con el tema del narco; ello se pone de manifiesto en una crónica reciente (julio 2015) de Diego Enrique Osorno en la que describe las pláticas que tuvo con algunos policías federales con los que coincidió en un restaurante de la ciudad de Oaxaca.
Mientras esperamos turno para probar nuestros alimentos, me gusta preguntarles si leen novelas negras de Élmer Mendoza o de Paco Ignacio Taibo II, o bien si ven series policiales como True Detective o The Killing. Ninguno de los que han platicado conmigo conoce a los detectives Mendieta, Belascoarán, Cohle o Holder; en cambio yo no he visto ni The Shield ni El Señor de los Cielos, las series que todos ellos siempre recomiendan. También hablamos sobre otras cosas, por ejemplo, aquello que les ha tocado ver en sus distintas misiones a lo largo del país.
Con uno de estos uniformados platicaba en la semana acerca de una histórica zona de Mexicali creada por inmigrantes chinos conocida como La Chinesca, donde hay una serie de túneles y pasadizos subterráneos que intercomunican diversas edificaciones locales, y que incluso en algún momento llegaron a extenderse hasta la vecina ciudad de Calexico, en Estados Unidos. La primera vez que oí de este sitio fue en 2008, cuando investigaba en Culiacán para mi libro El cártel de Sinaloa (Grijalbo, 2009). Un veterano operador de la organización, quien había trabajado pujantemente durante el reinado de Miguel Félix Gallardo, me contó que la primera responsabilidad importante que tuvo Joaquín Guzmán Loera “El Chapo” fue la de pasar marihuana y cocaína a California a través de Mexicali en los años ochenta. De acuerdo con aquel informante, El Chapo reactivó los viejos túneles de La Chinesca y se volvió así uno de los traficantes más eficientes de esos años. Algunos hablaban de que El Chapo había trabajado con inusual paciencia hasta crear una auténtica ciudad mafiosa debajo de Mexicali.
Este relato sobre La Chinesca y el genio topográfico de quien luego se volvió uno de los mayores capos de la droga en el mundo, siempre me pareció fascinante y muy cinematográfico. Hace unos meses conversaba también al respecto con Craig Borten, guionista de Dallas Buyers Club, quien está escribiendo uno de los muchos guiones que Hollywood prepara sobre la estrambótica vida de El Chapo.
En lo personal me limito a señalar que aún cuando no he viajado tanto como para juzgar si la comida china de Mexicali es la mejor del mundo, sí puedo dar testimonio de que es sumamente recomendable.

1 comentario:

Wendy dijo...

Muy interesante!