Es posible que sea un poco exagerado
afirmar que la mejor comida china del mundo se come en Mexicali. Lo cierto es
que a la hora de enumerar las virtudes de esa ciudad, este argumento es uno de
los que encabeza la lista.
Respecto a la numerosa comunidad china
que allí habita, se comentan sucesos que se encuentran en la frontera que va de
lo verídico al mito. La opinión generalizada es que en realidad nunca se sabrá
cuántos son, porque cuando uno de ellos muere sus documentos adulterados pasan
a otro (lo que se vería facilitado por el hecho de que para las autoridades
migratorias es casi imposible diferenciar entre sí a los diversos miembros de
esa colectividad). Así las cosas, la población china en Mexicali estaría muy
cerca de hacer posible el viejo anhelo de alcanzar la eternidad. En relación a
ello, Antonio Acevedo Escobedo afirma que Martín Gómez Palacio llamó la
atención “sobre el hecho de que la muerte de los chinos residentes en México es
más misteriosa que su vida, pues una vez fallecidos nadie sabe a dónde van a
parar sus huesos”.
Su ocupación principal consiste en ser
propietarios o empleados de los muchos restaurantes de comida china que abundan
en la ciudad. Como es de suponer, la situación de los chinos en el norte del
país (Mexicali, Tijuana) ha intrigado a estudiosos y escritores, entre los que
se encuentra Juan Villoro quien buscó información de primera mano con su colega
Daniel Sada.
—¿Sabes qué cultura une a México y
Estados Unidos? —Daniel entrecerró los ojos, como un pícher en el montículo, y
lanzó la respuesta—: La comida china.
Mexicali se fundó en una depresión en el
desierto, bajo el nivel del mar. Ahí los chinos fueron bienvenidos porque el
terreno se consideraba inhabitable. Con el sigilo de una tribu que generalmente
vive en las cocinas, se extendieron por toda la frontera. Las noches de
Mexamérica son iluminadas por ideogramas de neón. En Tijuana hay casi 300
restoranes chinos y un consulado lleva los documentos de esos ciudadanos
abundantes e invisibles que preparan tantas comidas.
Si la escena de Pulp Fiction
donde un criminal asalta una cafetería al grito de “¡Saquen a los mexicanos de
la cocina!” ocurriera unos kilómetros más al sur, habría que gritar: “¡saquen a
los chinos!” (lo cual permitiría verlos por primera vez).
Luis Humberto Crosthwaite me llevó a
espléndidos restoranes de comida autóctona, es decir, china. Como él vive en
Tijuana desde su nacimiento, en 1962, conoce a varios miembros de la nación que
se esconde entre el vapor de sus peroles.
El gusto de los chinos por el secreto
los ha llevado a abrir merenderos clandestinos, a los que el cliente llega como
invitado a una casa. Luis Humberto me hizo probar camarones confitados con coco
y otros prodigios tijuanenses que seguramente Marco Polo degustó junto a la Gran Muralla , pero no
me consideró digno de pertenecer a la cofradía de quienes se esconden para
comer pato laqueado. Sólo pertenece a la sociedad quien ha visto determinado
número de chinos. La cifra exacta es un enigma. Sólo sé que aún no soy digno de
ella.
Existe respeto recíproco en el trato con
los mexicanos pero no hay mayor integración. Los chinos suelen casarse entre sí
y por lo general no comparten su tiempo de esparcimiento (en caso que lo
tengan) con el resto de la población. Las escasas denuncias que presentan ante
las autoridades locales han originado sospechas en cuanto a que se rigen con
sus propias normas. Se ha llegado a mencionar la existencia de un código propio
de la mafia en que la traición se paga con la vida, según lo decida el grupo de
“padrinos” conformado por quienes manejan el negocio de la inmigración de sus
paisanos (que llegan a Mexicali siendo muy jóvenes, casi niños). El trabajo en
los restaurantes sería en régimen de casi esclavitud: jornadas extensas;
sueldos mínimos (cuando no rige el acuerdo de trabajar a cambio de techo y
comida); condiciones de vida paupérrimas; etc. En este contexto de rumores se
dice que el patrón chino haría un pequeño guardadito mes a mes, que corresponde
a una especie de fondo de retiro de cada trabajador y que deberá entregar al
paso del tiempo. Con ese dinero algunos chinos que llegados a Mexicali años
antes, ahora emprenden viaje -en condición de ilegales- cruzando la frontera e
internándose en Estados Unidos.
Como no es visible el lugar donde viven,
se supone que muchos lo hacen en los mismos restaurantes. También se comenta la
existencia de “chineras” o “chinescas”: lúgubres espacios situados bajo la
ciudad en que habitarían en condiciones muy precarias. Hay quienes afirman que
hace muchos años en estas improvisadas viviendas hubo un gran incendio, lo que
originó que sus ocupantes salieran huyendo por los subsuelos del centro de la
ciudad. Esas mismas fuentes añaden que aquello fue una tragedia en la que murieron
muchas personas y de la que nunca se sabrá sus verdaderas dimensiones.
La historia de las
chinescas puede que tenga que ver también con el tema del narco; ello se pone
de manifiesto en una crónica reciente (julio 2015) de Diego Enrique Osorno en
la que describe las pláticas que tuvo con algunos policías federales con los
que coincidió en un restaurante de la ciudad de Oaxaca.
Mientras esperamos turno para probar nuestros alimentos, me gusta
preguntarles si leen novelas negras de Élmer Mendoza o de Paco Ignacio Taibo
II, o bien si ven series policiales como True
Detective o The Killing. Ninguno
de los que han platicado conmigo conoce a los detectives Mendieta, Belascoarán,
Cohle o Holder; en cambio yo no he visto ni The
Shield ni El Señor de los Cielos,
las series que todos ellos siempre recomiendan. También hablamos sobre otras
cosas, por ejemplo, aquello que les ha tocado ver en sus distintas misiones a
lo largo del país.
Con uno de estos uniformados platicaba en la semana acerca de una
histórica zona de Mexicali creada por inmigrantes chinos conocida como La
Chinesca, donde hay una serie de túneles y pasadizos subterráneos que
intercomunican diversas edificaciones locales, y que incluso en algún momento
llegaron a extenderse hasta la vecina ciudad de Calexico, en Estados Unidos. La
primera vez que oí de este sitio fue en 2008, cuando investigaba en Culiacán para
mi libro El cártel de Sinaloa
(Grijalbo, 2009). Un veterano operador de la organización, quien había
trabajado pujantemente durante el reinado de Miguel Félix Gallardo, me contó
que la primera responsabilidad importante que tuvo Joaquín Guzmán Loera “El Chapo”
fue la de pasar marihuana y cocaína a California a través de Mexicali en los
años ochenta. De acuerdo con aquel informante, El Chapo reactivó los viejos
túneles de La Chinesca y se volvió así uno de los traficantes más eficientes de
esos años. Algunos hablaban de que El Chapo había trabajado con inusual
paciencia hasta crear una auténtica ciudad mafiosa debajo de Mexicali.
Este relato sobre La Chinesca y el genio topográfico de quien luego se
volvió uno de los mayores capos de la droga en el mundo, siempre me pareció
fascinante y muy cinematográfico. Hace unos meses conversaba también al
respecto con Craig Borten, guionista de Dallas
Buyers Club, quien está escribiendo uno de los muchos guiones que Hollywood
prepara sobre la estrambótica vida de El Chapo.
En lo personal me limito a señalar que
aún cuando no he viajado tanto como para juzgar si la comida china de Mexicali
es la mejor del mundo, sí puedo dar testimonio de que es sumamente recomendable.
1 comentario:
Muy interesante!
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