martes, 13 de octubre de 2015

La Bolita


Es un secreto a voces que en diversas ciudades está instalada La Bolita, un juego clandestino que mueve mucho dinero. Existen múltiples versiones en relación a su origen y de cómo llegó a México; una de ellas es la de Ramón Llarena y del Rosario.


Al darse en Cuba el Grito de Vara, el gobernador Capitán General, descubrió a los inodados y los invitó a abandonar la isla en el primer vapor que pasara. El que llegó a La Habana, venía de Europa y tenía como destino Veracruz, que ha sido históricamente hablando la ciudad hermana de La Habana, que conforma el triángulo con Mérida a través de Progreso, Yuc., por lo que los subieron en él. Veracruz se enriqueció con grandes educadores, pensadores y mucha gente de bien, pero también vinieron algunos miembros de la mafia de la época para lo cual desde siempre se ha pintado sola La Habana. Trajeron La Bolita que es una ancestral lotería clandestina sumamente popular (...) 
Los tomadores de bolita o agentes saben y conocen a la perfección el nombre, domicilio y datos de cada uno de sus clientes. Por ello, el afortunado no tiene que presentarse a cobrar sino que La Bolita lo localiza y le paga sin discusión. Por supuesto, no hay pago de impuestos. Jamás ha dejado de entregar un premio. En una ocasión, compré en Mérida y me pagaron un premio respetable en la ciudad de México. Así de serios, formales y cumplidos son. Se trata de la lotería del honor.
Pues bien, en el último tercio del siglo XIX, La Bolita sentó sus reales en el puerto de Veracruz, donde tuvo fastuosas oficinas en la calle Principal o Independencia, siendo el inmueble de madera, acorde a la época, con dos pisos y los años comenzaron a transcurrir. Pero en 1914 se amarró la pelea de box del siglo por el cinturón de los pesos completos. Los dos eran norteamericanos. El gran favorito era el negro Johnson que combatiría contra Willard (también negro) y el encuentro llamó la atención a nivel internacional. La función, elegantísima por cierto, se efectuó en el Hipódromo de La Habana. Sobran películas, testimonios y fotografías. Nada más que todo el continente le había apostado a Johnson, quien materialmente se tiró y vendió la pelea, provocando la furia continental. Por cierto, como aportación idiomática este hecho revivió la voz negra “tongo” que significa, fraude, engaño, estafa o mentira.
En Veracruz, el populacho se enojó y le prendió fuego a la residencia de La Bolita, que había tomado fortunas en apuestas. Nada más que como la casona era de madera, el fuego se contagió quemando las casas vecinas propiedad de distinguidas familias. Total. La Bolita fue obligada a abandonar Veracruz y de inmediato fue calurosamente recibida en Mérida, Yucatán, donde hasta la fecha se encuentra.


Pero no se crea que su clandestinidad conduce a la falta de cumplimiento en sus compromisos; todo lo contrario, dado que en ello reside su éxito. Carlos Castillo Peraza describe cómo funciona esta institución que adquiriera especial relevancia en tierras yucatecas.

Lo único evidente es que la bolita existe, funciona, genera miles de empleos, distribuye fortunas, paga rigurosamente los premios que ofrece y respeta los tratos bajo el claro, distinto e irrebatible principio de que negocio chueco tiene que ser derecho.
En efecto, nadie en su sano juicio compraría números de una rifa cuyos organizadores demostraran carecer de palabra, especialmente si contra el eventual incumplimiento no hubiese –como de hecho no hay ni puede haber en el caso de la bolita- defensa, garantía o protección legal de tipo alguno. Los meridanos en particular y los yucatecos en general, sin escollo de sangre, raza o religión, han extendido los territorios boliteros a Campeche, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz, Chiapas y Belice. La bolita es, una vez más, el universo de la ley que ha de ser respetada sin mezcla, intervención ni injerencia de autoridad alguna, con única base en la palabra que se dan y se toman los apalabrados. En cosas de bolita no hay juez, ni policía, ni árbitro que valga. La norma es sencilla, transparente y universal, conocida de todos y respetada por ricos y pobres: si el cliente gana, la casa paga. (...)
La bolita opera sin ostentación pero no camina por catacumbas. El vendedor se aproxima libreta en mano; pregunta al presunto cliente a qué números quiere apostar y cuánto; apunta, cobra y se va. A los habituados, llega a darles crédito e incluso a apuntarlos en ausencia. Las cifras premiadas las aporta, con su sorteo inmediato ulterior al trato, la Lotería Nacional. Son en consecuencia públicas e indiscutibles, conocidas e infalsificables.
Cerradas las ventas, el agente acude antes de la hora del sorteo oficial a su banco de bolita, rinde cuentas e informe y cobra su parte. Si alguno de sus apuntados resulta agraciado, él mismo le lleva el dinero al café donde comenzó el ciclo o al domicilio del afortunado. Seguramente recibirá una generosa propina del ganador. Sencillo, bien organizado, el negocio da para que viva el apuntador, es suficiente para que todos los premios se paguen y rinde ganancias más que generosas a los arriesgados banqueros. La vox populi asegura que, entre éstos, rige un sistema verbal pero eficiente de reaseguros para salvarse en caso de que algún número resulte, como ellos mismos dicen, “muy cargado”, ya que en esta lotería sin billetes ni publicidad el mismo guarismo puede ser vendido tantas veces como sea demandado.
Alguna vez, un bisoño y pretencioso gerente de la sucursal Mérida de la Lotería Nacional –torero y político fracasado en diferentes épocas de su vida- llegó a la oficina anunciando sin pudor que golpearía a la bolita. La carcajada de los meridanos fue mayúscula. La ciudad quiso entender que sólo podría tratarse de un fanático del ping-pong o de un aficionado al golf. Y es que en una región castigada por decenios en su economía, la bolita crea probablemente más puestos de trabajo que todos los programas gubernamentales sumados, y que todas las empresas legalmente establecidas juntas.

En el entorno de La Bolita han surgido historias, rumores, mitos, leyendas; tarea difícil la de discernir realidad y fantasía. A ello se refiere Castillo Peraza.


Mitos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Por períodos sexenales, trienales o incluso menores, se habla de lotes enteros de carros patrulla donados a la policía, de igualas para todo rango de funcionarios, de donativos generosos para obras sociales, de aportaciones magnánimas para tareas apostólicas, de colaboraciones discretas para campañas políticas, de inversiones nuevas, de empresas emergentes (...) Lo que no se puede comprobar tampoco se puede perseguir; lo que nadie denuncia como ilegal, inmoral o perjudicial, no habrá autoridad que quiera –no digamos que pueda- erradicarlo. Además, a ningún yucateco detenido por delitos contra la salud ha podido jamás relacionársele y menos identificársele con quienes tienen fama pública de boliteros. Tanto los padrinos viejos de este juego como los jóvenes, saben que tocar el universo comercial de la droga equivaldría a perder la complicidad social, es decir, a morir. Y Mérida es una comunidad de sibaritas, mucho más que suicidas. Cuando uno sabe que algún tío, primo, amigo, compadre o hermano vende bolita, no pregunta nunca dónde, cómo ni por qué. Decidir convertirse en bolitero es como escoger religión; un acto libérrimo, personal, por el que lo peor que se hace es dañar al fisco. Y el fisco fue y será el adversario principal y común. Uno puede estar cierto de que vender o comprar bolita es inmoral: entonces no apunta ni se apunta. Tampoco se obliga a nadie a hacer alguna de esas dos cosas. Ni siquiera se le sugiere ni invita a participar en el deporte si muestra con claridad que no está de acuerdo. No se castiga al que se sale del negocio. Nadie sale disgustado de la empresa. Sólo el que engaña a su cliente o a su banco corre riesgos. Hasta donde se sabe, el único peligro es que tal falta se pene con la inclusión del pecador en una lista negra de quienes no podrán vender nunca más. Los dueños de la empresa se cuidan de pagar a los clientes defraudados por malos vendedores, para que permanezca inmortal su gallina de los huevos de oro.

La cuestión de por qué quienes deberían erradicar esta práctica clandestina no han podido desarticularla, es tema recurrente y ello ha sido analizado –entre otros- por Pablo César Carrillo.


El juego clandestino está perfectamente ubicado por la Secretaría de Gobernación, pero extrañamente no lo han regulado. Un ex director de Juegos y Sorteos de la Lotería Nacional, quien pidió no publicar su nombre, afirmó que el gobierno de Fox los quería “cerrar” desde hace tres años, pero llegó una “orden de arriba” de no molestar a La Bolita. (...)
Un político del más alto nivel de Yucatán aseguró que los dueños de La Bolita han tenido relación cercana con los gobernadores en turno y los partidos políticos. “De hecho, ellos le meten dinero a las campañas del PAN y del PRI, y los dueños son respetados porque son buenas personas, no son mafiosos, sino empresarios que dan mucho empleo e invierten sus ganancias en Yucatán”, aseguró un diputado del PRI (...)


Así las cosas, todo parece indicar que La Bolita goza de buena salud en un régimen de libertad vigilada.

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