Sin duda estas notas serán ecológicamente incorrectas
cuando el elogio y cuidado de la naturaleza ocupan actualmente un lugar
prioritario. Pero sucede que hay quienes elevan su voz en contra de ella. Un
ejemplo de ello se pone de manifiesto en la obra “La decadencia de la mentira”
de Oscar Wilde, cuando uno de los personajes reacciona con vehemencia frente a
la naturaleza; se trata de Vivian quien dialoga con Cyril en la biblioteca de una casa de campo en el
condado de Nottingham
Vivian: ¡Gozar de la Naturaleza! Tengo el gusto de comunicarle que he perdido
esa facultad por completo. (…)
A mi juicio, cuanto más estudiamos el Arte, menos nos preocupa la Naturaleza.
Realmente lo que el Arte nos revela es la falta de plan de la Naturaleza, su
extraña tosquedad, su extraordinaria monotonía, su carácter completamente
inacabado. La Naturaleza posee, indudablemente, buenas intenciones; pero como
dijo Aristóteles hace mucho tiempo, no puede llevarlas a cabo. Cuando contemplo
un paisaje, me es imposible dejar de ver todos sus defectos. A pesar de lo
cual, es una suerte para nosotros que la Naturaleza sea tan imperfecta, ya que
en otro caso no existiría el Arte. El Arte es nuestra enérgica protesta,
nuestro valiente esfuerzo para enseñar a la Naturaleza cuál es su verdadero
lugar. En cuanto a eso de la infinita variedad de la Naturaleza, es un puro
mito. La variedad no se puede encontrar en la Naturaleza misma, sino en la
imaginación, en la fantasía, en la ceguera cultivada de quien la contempla.
Vivian continúa con sus argumentos mientras sostiene
que las limitaciones de la naturaleza son las que han provocado el origen del
arte y será por ello que se le deberán perdonar sus imperfecciones.
¡Es que la Naturaleza es tan incómoda! La hierba dura
y húmeda está llena de asperezas y de insectos negros y repulsivos. ¡Por Dios!
El obrero más humilde de Morris sabe construir un sillón perfectamente cómodo
como no podrá hacerlo nunca La Naturaleza. (…) No me quejo de ello. Con una Naturaleza cómoda, la Humanidad no hubiera
inventado nunca la arquitectura; y a mí me agradan más las casas que el aire
libre. En una casa se tiene siempre la sensación de las proporciones exactas.
Todo en ella está supeditado, dispuesto, construido para uso y goce nuestros.
Este
personaje de Oscar Wilde no fue el único en expresar su antipatía hacia la
naturaleza. En este mismo tenor Max Jacob se pregunta “¿El
campo, ese lugar donde los pollos se pasean crudos?”
En
México también se encuentran representantes de esta corriente. Así el Padre
Ignacio Gómez Robledo confiesa sus sentires: “Siempre me he clasificado a mí
mismo como hombre de ciudad (…) No soy ni marino ni silvestre: el mar y la
selva o el bosque me aburren sin remedio al tercer día.” Caso extremo el de mi
colega y querida amiga Lula Graf Ibargüengoitia. Hace muchos años junto a su
familia hizo un viaje en crucero que visitó lugares insólitos. A su regreso me
contó lo bien que le había ido, las dimensiones del barco, la comida, la
bebida, los shows de a bordo, etc. A la hora de preguntarle qué tal eran esas
islas exóticas de nombre impronunciable que había visitado el barco, me contestó
que no se había bajado del barco, que se quedó a bordo leyendo y tomando algún
vinito. Y sin aplicarme anestesia, concluyó: “Mira, así nos la llevamos bien:
que la naturaleza no se meta conmigo que yo no me meto con ella”.
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