jueves, 9 de junio de 2016

Alegatos contra la naturaleza


Sin duda estas notas serán ecológicamente incorrectas cuando el elogio y cuidado de la naturaleza ocupan actualmente un lugar prioritario. Pero sucede que hay quienes elevan su voz en contra de ella. Un ejemplo de ello se pone de manifiesto en la obra “La decadencia de la mentira” de Oscar Wilde, cuando uno de los personajes reacciona con vehemencia frente a la naturaleza; se trata de Vivian quien dialoga con Cyril  en la biblioteca de una casa de campo en el condado de Nottingham  

Vivian: ¡Gozar de la Naturaleza! Tengo el gusto de comunicarle que he perdido esa facultad por completo. (…) A mi juicio, cuanto más estudiamos el Arte, menos nos preocupa la Naturaleza. Realmente lo que el Arte nos revela es la falta de plan de la Naturaleza, su extraña tosquedad, su extraordinaria monotonía, su carácter completamente inacabado. La Naturaleza posee, indudablemente, buenas intenciones; pero como dijo Aristóteles hace mucho tiempo, no puede llevarlas a cabo. Cuando contemplo un paisaje, me es imposible dejar de ver todos sus defectos. A pesar de lo cual, es una suerte para nosotros que la Naturaleza sea tan imperfecta, ya que en otro caso no existiría el Arte. El Arte es nuestra enérgica protesta, nuestro valiente esfuerzo para enseñar a la Naturaleza cuál es su verdadero lugar. En cuanto a eso de la infinita variedad de la Naturaleza, es un puro mito. La variedad no se puede encontrar en la Naturaleza misma, sino en la imaginación, en la fantasía, en la ceguera cultivada de quien la contempla.

Vivian continúa con sus argumentos mientras sostiene que las limitaciones de la naturaleza son las que han provocado el origen del arte y será por ello que se le deberán perdonar sus imperfecciones.

¡Es que la Naturaleza es tan incómoda! La hierba dura y húmeda está llena de asperezas y de insectos negros y repulsivos. ¡Por Dios! El obrero más humilde de Morris sabe construir un sillón perfectamente cómodo como no podrá hacerlo nunca La Naturaleza. (…) No me quejo de ello. Con una Naturaleza cómoda, la Humanidad no hubiera inventado nunca la arquitectura; y a mí me agradan más las casas que el aire libre. En una casa se tiene siempre la sensación de las proporciones exactas. Todo en ella está supeditado, dispuesto, construido para uso y goce nuestros.

Este personaje de Oscar Wilde no fue el único en expresar su antipatía hacia la naturaleza. En este mismo tenor Max Jacob se pregunta “¿El campo, ese lugar donde los pollos se pasean crudos?”

En México también se encuentran representantes de esta corriente. Así el Padre Ignacio Gómez Robledo confiesa sus sentires: “Siempre me he clasificado a mí mismo como hombre de ciudad (…) No soy ni marino ni silvestre: el mar y la selva o el bosque me aburren sin remedio al tercer día.” Caso extremo el de mi colega y querida amiga Lula Graf Ibargüengoitia. Hace muchos años junto a su familia hizo un viaje en crucero que visitó lugares insólitos. A su regreso me contó lo bien que le había ido, las dimensiones del barco, la comida, la bebida, los shows de a bordo, etc. A la hora de preguntarle qué tal eran esas islas exóticas de nombre impronunciable que había visitado el barco, me contestó que no se había bajado del barco, que se quedó a bordo leyendo y tomando algún vinito. Y sin aplicarme anestesia, concluyó: “Mira, así nos la llevamos bien: que la naturaleza no se meta conmigo que yo no me meto con ella”.

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