En otra ocasión nos hemos referido al
tema de los seudónimos (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2015/11/seudonimos-la-identidad-elegida.html).
En el caso de México el campeón de la categoría –y cabe acotar que con mucha
diferencia a su favor- es Ireneo Paz, tal como lo comenta José de la Colina.
(…) Y está un campeón de la seudonimia,
un rompedor de todos los récords: don Ireneo Paz, abuelo del poeta Octavio (que
nunca se seudonomizó, tal vez porque ya lo había hecho su antepasado, y cuán
abundantemente); y este don Ireneo, que por cierto era hombre aguerrido y
peleón a pesar de su apellido y su nombre propio (pues Ireneo significa
“pacífico” en griego), era un ser nominalmente multitudinario, una verdadera
explosión demográfica de seudónimos: se vistió con unos trescientos nombres de
pluma, entre los cuales abundan (siendo él liberal y nada amigo de la
clerigalla) los de frate: desde Fray Albérchigo hasta Fray Zumba,
pasando por Fray Caramba, Fray Chorizo, Fray Culantro, Fray Chilaquile, Fra
Diábolo, Fray Guamazo, Fray Pichilingüe, Fray Trompetilla...
Los seudónimos no sólo sirven para
jugar a ocultar la identidad del escritor sino que también, en algunos casos, para
darse un recreo personal permitiéndose ser por un rato aquél que no se es,
porque como dice Juan José Millás “no hay nada tan agotador como ser uno mismo
todo el rato”. Y es por eso que Millás considera
que “el éxito de las drogas, del cine o las novelas estriba en que te permiten
durante algún tiempo descansar de tu propia identidad”. También se podría
agregar a esa lista el éxito de los seudónimos.
José de la Colina realiza una pertinente observación al
afirmar que algunos seudónimos parecen querer enturbiar más aún el campo
literario.
Aunque, todo hay que decirlo, este
asunto del nombre de bautizo y el nombre de pluma a veces introduce cierta
confusión en el terreno de la literatura, que ya en sí mismo es asaz confuso.
¿No juraríamos que Próspero Miró era el nombre original de cierto escritor, y
Antonio Pompa y Pompa su seudónimo? (pero el caso resultaba al revés). (…) ¿No
hemos sospechado alguna vez que el poeta Gabriel Zaid se apellida así porque un
día leyó el apellido Díaz reflejado en el espejo?
Algunos casos merecen ser destacados
por la confusión a que dieron lugar y Víctor Roura proporciona un ejemplo de
ello.
Una vez,
un periodista cercano a la
Presidencia de la República escribió artículos bajo un cuidadoso
seudónimo en determinada publicación para denostar, criticar e insultar a los
partidos de oposición. Al final del sexenio, como viera que su labor de
periodista del régimen llegaba a su término, pagó su propia esquela en el
periódico donde publicó su columna diaria para despedir a su seudónimo,
deseándole una vida eterna en el más allá. Hubo gente, entonces, que se creyó
que el columnista fallecido era en verdad un periodista de carne y hueso. Pocos
sabían quién estaba detrás de ese seudónimo.
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