martes, 14 de junio de 2016

Consideraciones en torno a los seudónimos


En otra ocasión nos hemos referido al tema de los seudónimos (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2015/11/seudonimos-la-identidad-elegida.html). En el caso de México el campeón de la categoría –y cabe acotar que con mucha diferencia a su favor- es Ireneo Paz, tal como lo comenta José de la Colina.
(…) Y está un campeón de la seudonimia, un rompedor de todos los récords: don Ireneo Paz, abuelo del poeta Octavio (que nunca se seudonomizó, tal vez porque ya lo había hecho su antepasado, y cuán abundantemente); y este don Ireneo, que por cierto era hombre aguerrido y peleón a pesar de su apellido y su nombre propio (pues Ireneo significa “pacífico” en griego), era un ser nominalmente multitudinario, una verdadera explosión demográfica de seudónimos: se vistió con unos trescientos nombres de pluma, entre los cuales abundan (siendo él liberal y nada amigo de la clerigalla) los de frate: desde Fray Albérchigo hasta Fray Zumba, pasando por Fray Caramba, Fray Chorizo, Fray Culantro, Fray Chilaquile, Fra Diábolo, Fray Guamazo, Fray Pichilingüe, Fray Trompetilla...

Los seudónimos no sólo sirven para jugar a ocultar la identidad del escritor sino que también, en algunos casos, para darse un recreo personal permitiéndose ser por un rato aquél que no se es, porque como dice Juan José Millás “no hay nada tan agotador como ser uno mismo todo el rato. Y es por eso que Millás considera que “el éxito de las drogas, del cine o las novelas estriba en que te permiten durante algún tiempo descansar de tu propia identidad”. También se podría agregar a esa lista el éxito de los seudónimos.

José de la Colina realiza una pertinente observación al afirmar que algunos seudónimos parecen querer enturbiar más aún el campo literario.

Aunque, todo hay que decirlo, este asunto del nombre de bautizo y el nombre de pluma a veces introduce cierta confusión en el terreno de la literatura, que ya en sí mismo es asaz confuso. ¿No juraríamos que Próspero Miró era el nombre original de cierto escritor, y Antonio Pompa y Pompa su seudónimo? (pero el caso resultaba al revés). (…) ¿No hemos sospechado alguna vez que el poeta Gabriel Zaid se apellida así porque un día leyó el apellido Díaz reflejado en el espejo?

Algunos casos merecen ser destacados por la confusión a que dieron lugar y Víctor Roura proporciona un ejemplo de ello.

Una vez, un periodista cercano a la Presidencia de la República escribió artículos bajo un cuidadoso seudónimo en determinada publicación para denostar, criticar e insultar a los partidos de oposición. Al final del sexenio, como viera que su labor de periodista del régimen llegaba a su término, pagó su propia esquela en el periódico donde publicó su columna diaria para despedir a su seudónimo, deseándole una vida eterna en el más allá. Hubo gente, entonces, que se creyó que el columnista fallecido era en verdad un periodista de carne y hueso. Pocos sabían quién estaba detrás de ese seudónimo.

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