Puede acontecer que ante complejas coyunturas
personales, uno procure defenderse de la mejor manera intentando prever cómo se
presentarán los hechos y lleve a cabo estrategias cuyo objeto sea disminuir los
efectos negativos que aquella situación pudiera representar. Pero a veces ya de
cara al evento consumado, las previsiones y los gastos de energía sirvieron
para poca cosa –o más claramente, para nada- ya que el curso de los
acontecimientos no tuvo nada que ver con lo previsto.
Algo parecido le sucedió a Francia –según narra
Homero Alsina Thevenet- en tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
Tras la experiencia bélica de 1914-1918, los
gobiernos franceses comenzaron a preocuparse de que Alemania pudiera armarse y
atacar. Por iniciativa de su Ministro de guerra, el ex soldado André Maginot,
llegó a construirse la llamada Línea Maginot para proteger su frontera. Las
fortalezas y casamatas ocuparon una línea de 314 kilómetros , de
norte a sur, cubriendo todo el posible frente bélico alemán. Terminada en 1938, a un costo tremendo,
esa defensa fue un motivo de tranquilidad nacional, con instalaciones modernas
en lo militar y muchas previsiones en materia de comunicación interna y
aprovisionamiento. (...)
Lamentablemente, la Línea Maginot no
cubría, al norte, los 200
kilómetros de frontera con Bélgica. En la Segunda Guerra
Mundial el ejército alemán invadió sucesivamente Holanda, Dinamarca y Bélgica,
entró en Francia por el norte y llegó rápidamente a París (junio 1940),
convirtiendo en inútil a la línea Maginot. Del fracaso no se enteró el propio
André Maginot, que había fallecido en 1932.
No creo que sirva de consuelo saber que no
hemos sido los únicos a quienes ha pasado esto de construir inútiles líneas
Maginot a modo de defensas que a la postre resultarían fácilmente burladas pero…
uno nunca sabe.
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