Existen pocas dudas en cuanto a que la
cohesión entre los habitantes de una nación se logra por medio de la bandera,
el himno, los héroes, relatos históricos, comida, pintores, música, cantantes y
una larga lista de etcéteras. Pero menos sabido es que en ello también pueden
intervenir los colores. Tal es el caso, como lo señala Arturo Rodríguez Döring,
del rosa mexicano.
Después de la Revolución, como parte del
proceso nacionalista que definió nuestra idiosincrasia presente, se
multiplicaron los grupos derechistas en México, particularmente durante el
cardenismo, que fue el gobierno postrevolucionario más orientado hacia el
pensamiento de izquierda. Esta polarización se fue definiendo aún más durante
la Guerra fría en las décadas posteriores. Cuando terminó la segunda guerra
mundial, y coincidiendo con el macartismo, el entonces presidente Miguel Alemán
impulsó una doctrina llamada “de la mexicanidad” y la mayoría de los medios
masivos de comunicación se unieron a esta campaña, fuertemente anticomunista.
En medio de este período surgió la idea
de un “rosa mexicano”. Alrededor de 1948, Ramón Valdiosera, un joven diseñador
de modas, supuestamente inspirado en la indumentaria de los grupos étnicos y el
color de las buganvilias, lanzó una colección que tuvo amplia aceptación entre
las mujeres de la alta sociedad mexicana, encabezadas por actrices como Dolores
del Río y María Félix. Cuando se presentó en el hotel Waldorf Astoria de Nueva
York, los periodistas estadunidenses lo bautizaron como mexican pink y posteriormente recibió el espaldarazo de Alemán como
una especie de embajador de la mexicanidad en el extranjero y entre el jet set.
Una vez más se confirma que todos los días se aprende algo nuevo.
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