Es frecuente que se defina a los
clásicos como aquellos que han derrotado al tiempo (envejecen bien al conservar
su vigencia) y al espacio (se han difundido por muy diversos lugares). En una
cultura caracterizada por la irrupción de la permanente novedad (que por lo
mismo rápidamente deja de serlo), los clásicos conservan su lozanía. Así sucede
en las diversas manifestaciones artísticas y Eduardo Chillida refiriéndose a
Juan Sebastián Bach afirma: “Moderno como las olas, antiguo como la mar.
Siempre nunca diferente, pero nunca siempre igual.” Mientras que par Roberto
Bolaño
Un clásico, en su acepción más
generalizada, es aquel escritor o aquel texto que no sólo contiene múltiples
lecturas, sino que se adentra por territorios hasta entonces desconocidos y que
de alguna manera enriquece (es decir, alumbra) el árbol de la literatura y
allana el camino para los que vendrán después. Clásico es aquel que sabe
interpretar y sabe reordenar el canon. Normalmente su lectura, según los
bobitos, no es considerada urgente. También hay otros clásicos cuya principal
virtud, cuya elegancia y vigencia, está simbolizada por la bomba de relojería,
una bomba que no sólo recorre peligrosamente su tiempo sino que es capaz de
proyectarse hacia el futuro.
En ellos conviven
pasado y presente, dado que siempre tienen algo nuevo por decir tal como
sostiene Carlos Monsiváis: “Un clásico, entre muchas otras cosas, es un libro
leído por cada generación como si apenas se publicase, y no se determina por
fechas de impresión sino por la cercanía o la distancia de sus lectores.” Por
su parte para Ítalo Calvino “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”,
lo que según Edith Wharton es explicable porque mantiene “cierta frescura
imprescindible y eterna”; tal es el caso de Homero –de acuerdo con Lëdo Ivo-
quien “cansado hace milenios de pertenecer a la vanguardia (…) sueña con ser un
clásico”.
Los adultos los frecuentan con mayor
asiduidad que los jóvenes (aunque cabe señalar la existencia de múltiples
excepciones al respecto) y muchos son los reincidentes porque al decir
de Clifton Fadiman “cuando vuelves a leer un clásico, no ves más de lo que ya viste en el
libro; ves más en ti de lo que había
antes”.
El que durante
mucho tiempo estuviese mal visto –lo que parece estar pasando- no haber leído
estas obras, dio lugar a juegos de simulación, a los que distintos autores han
aludido en forma más o menos irónica. Así para Mark Twain clásico es “un libro muy encomiado por
la gente, y que nadie ha leído”, mientras que para Chesterton se trata de “un escritor del que se puede
hacer el elogio sin haberlo leído”.
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