martes, 7 de noviembre de 2017

Peluquerías y barberías


Tal vez por confiarle nada menos que su testa pero lo cierto es que todo cliente establece un vínculo muy especial con su peluquero de cabecera. Claro está que existen profesiones y oficios con más prestigio, de ahí que muchos niños deseen ser médicos, ingenieros, pilotos, choferes…, pero también está quien anhela ser barbero; tal fue el caso de Fernando Fernán Gómez.

Otro oficio que me pareció muy interesante fue el de barbero. No por cortar el pelo, que eso no me atraía, sino por el ambiente de las peluquerías, en el que me prendían la atención, particularmente, los espejos; los espejos enfrentados en cuyo azogue mi imagen -estaba yo encaramado en la sillita supletoria- se multiplicaba incomprensiblemente hasta el infinito. El agitar habilidoso de las tijeras en manos del peluquero también atraía con insistencia mis miradas. Pero lo que había decidido hacer cuando fuera mayor, era afeitar. Aquella operación me parecía maravillosa: embadurnar las caras de jabón, hacer que fuera surgiendo la blanquísima espuma, que se hinchase sobre las mejillas, el mentón y el cuello. Y luego pasar delicadamente la navaja, llevarse en ella el jabón y con lento cuidado depositarlo en el cacharrito de metal y goma. Tenía yo un muñeco grandote que se llamaba Pepe. Debió de ser el nombre de Pepe muy significativo para mí, porque también se llamaba Pepe mi amigo imaginario y secreto con el que hablaba a solas cuando me aburría, en casa, en los cuartos de las pensiones o en los largos paseos cogido de la mano de alguien. A ese muñeco, a Pepe, le afeitaba (…)  Me dejaban jabón y una brocha vieja y le rasuraba una y otra vez al tiempo que charlaba con él como había visto hacer a los barberos.

Es muy probable que en más de un momento de enojo y contrariedad en los escenarios, don Fernando -extraordinario actor con reconocido (mal) carácter- hubiese lamentado no haber seguido su vocación primigenia…

En España, país con vocación de tertulia, las peluquerías se convierten -junto a bares y cafés- en espacios idóneos para encendidas polémicas en relación a temas varios: política, comidas, fútbol, toros, historia, etc. Así las cosas, Rafael Azcona recuerda a un profesional de la navaja que marcaba la cancha con intención de que las eventuales discrepancias, a que el tema del día pudiera dar lugar, no redujeran su clientela.

(...) siempre admiré a un barbero ampurdanés del que nos hablaba a Manolo [Vincent] y a mí nuestro amigo Juan Estelrich (...)  
El barbero en cuestión, antes de meterle al cliente la tijera, le preguntaba amablemente: “¿Con conversación o callado?”. Si le pedían que mantuviera cerrada la boca no despegaba los labios, pero si el cliente deseaba conversación, el barbero inquiría: “¿Dándole la razón o con controversia?”.

El tema da para mucho y prueba de ello es la descripción que hace Arturo Peón Barriga en cuanto a las tarifas diferenciadas en una peluquería de Sololá, Guatemala.

[Fernando Paiz] me cuenta que existe una peluquería en el pueblo de Sololá en  Guatemala, que está ubicada justo en la parte superior de un monte desde donde se domina el Lago Atitlán que está cercado en el fondo por volcanes. En la peluquería existen dos hileras de sillas para que los clientes se atiendan. Mientras una de ellas está orientada hacia el interior del salón, la otra permite apreciar la vista. Con el tiempo los peluqueros empezaron a cobrar tarifas diferenciadas para cada hilera: un corte con vista cuesta significativamente más que un corte sin vista. Desde entonces, los grandes señores de la región se aseguran de pagar un corte con vista, pues en el pueblo, este se ha convertido en un símbolo inequívoco de estatus, y los transeúntes que pasan frente a la peluquería, se encargan de hacer correr oportunamente la voz que distingue y señala a los unos de los otros según su jerarquía y señorío.
Los peluqueros –escuchadores profesionales, expertos en las sutilezas del alma humana e intuitivos comerciantes- han pintado en la pared del fondo de la peluquería exactamente el mismo paisaje que se abre al frente, con los mismos volcanes y todo. Han justificado así un ligero incremento en las tarifas de los cortes sin vista, y permiten, al mismo tiempo, a los clientes menos pudientes, vivir, mientras dura el corte de pelo, la experiencia de ser un gran señor.

Nunca podré olvidar la sorpresa que me llevé hace ya muchos años al descubrir en los camellones de la Avenida Zaragoza, ya de cara a la salida hacia Puebla, peluqueros trabajando en plena calle. Ello me inspiró a escribir un cuento que tal vez algún día comparta en este espacio.


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