Nombre curioso el de este
bocado que está dispuesto a disfrutar quien renuncia a un plato más suculento
pero tampoco se contentaría con algo más frugal. ¿Cuál fue su origen? Julio
Camba nos da noticia.
Por lo
que respecta a los cafés, considerados como casas de comida, sus clientes han
estado divididos durante mucho tiempo en dos grandes facciones: los partidarios
del bisté y los partidarios de la media tostada, hasta que surgió un hombre
que, fusionando la media tostada con el bisté, puso término a las sañudas
banderías. De este hombre providencial no sabemos casi nada, y lo sabemos casi
todo. Es decir, sabemos que en el café que frecuentaba se le conocía por Don Pepito; y este diminutivo respetuoso
nos revela, a la vez, la autoridad que había adquirido y el afecto que había
inspirado.
Un día Don Pepito solicitó del mozo que, en vez
de un bisté entero, le sirviese un cachito de bisté entre dos medios
panecillos.
-Estoy un
poco desganado –le dijo al mozo-. Un bisté entero me sentaría mal.
-¡No
faltaba más, Don Pepito! –le contestó
el mozo-. Lo que usted quiera…
La
combinación resultó buena, y a los pocos días se había hecho popular en todo el
café.
-¿No
podrías traerme un bistecito de esos que suele tomar aquel señor? –le decía un
parroquiano al camarero.
-¿Qué
señor? ¿Don Pepito?
-Sí.
Tráeme un Don Pepito, anda. Y a ver
si está bien jugoso.
Y a
aquellos bistés diminutos se les denomina, desde entonces, con el diminutivo de
su creador.
Enterados.
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