jueves, 2 de agosto de 2018

La suspensión voluntaria de la incredulidad


Si nunca pudiéramos distanciarnos de la lógica ni pedirle tregua a la realidad, nuestras vidas serían más difíciles de lo que de por sí son y, claro está, mucho más tediosas. Los creadores de cine, novela, teatro, poesía, cuento, ficción… ponen de su parte pero también requieren de la nuestra: suspender por un rato el derecho a la incredulidad, lo que nos permitirá involucrarnos en la obra.

Los que saben de esto dicen que fue Samuel Taylor Coleridge (en 1817, según Javier Marías) quien acuñó la precisa expresión de suspensión voluntaria de la incredulidad para referirse a ello. Jorge Luis Borges –citado por Esteban Peicovich- aclara la cuestión (a la que caracteriza como instancia de fe poética).

Creo con Coleridge que "la fe poética es la suspensión voluntaria de la incredulidad". Por ejemplo, si asistimos a una representación de teatro, sabemos que en el escenario hay hombres disfrazados que repiten las palabras de Shakespeare, de Ibsen o de Pirandello que les han puesto en la boca. Pero nosotros aceptamos que esos hombres no son disfrazados; que ese hombre disfrazado que monologa lentamente en las antesalas de la venganza es realmente el Príncipe de Dinamarca, Hamlet; nos abandonamos a eso. En el cinematógrafo es aún más curioso el procedimiento, porque estamos viendo, no ya al disfrazado, sino fotografías de disfrazados y sin embargo creemos en ellos, creemos en ellos mientras dura la proyección.

Son los autores más que nadie quienes saben que ese bono de suspensión de la incredulidad no es ilimitado, por lo que deberán esforzarse para que la narración sea verosímil, creíble. Ahora sí que no hay límites de validez universal sino que los pone cada quien, de tal manera que hay personas más crédulas y otras que tienen buenos detectores para encontrar fallas en la obra. Entre estos últimos se encuentran los propios escritores que, en tanto expertos, devienen en público muy exigente; Javier Marías proporciona su propia experiencia al respecto.

A quienes escribimos ficciones nos acechan las inverosimilitudes por todas partes. Dejó de interesarme la celebrada House of Cards cuando el Vicepresidente estadounidense (Kevin Spacey) mata con sus propias manos a una periodista en el metro… y nadie lo ve, ni lo capta una cámara. Lo siento, pero un Vicepresidente no está para esos menesteres. Se los encarga a un sicario, a través de intermediarios; como mínimo, a su esbirro de mayor confianza.

Y llegados a ese punto, ya no hay vuelta atrás –continúa Marías-: “Uno recobra la incredulidad muy fácilmente” y todo por algo tan simple como “un detalle o una vuelta forzada del argumento, por falta de ayuda”.

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