martes, 30 de abril de 2019

Diagonal o ambladura


Los parroquianos de Habladuría, caso de haberlos, conocen de sobra que frecuentemente los temas abordados son de escasa o nula actualidad. En ello nos identificamos totalmente con lo que sostiene Vivian Abenshushan en su artículo “Anatomía del disperso” (verdadero manifiesto del gremio).

Así pues, no hay discusión, por más necia que parezca, a la que el disperso no conceda un segundo de su tiempo, ni teoría, ya sea extravagante o exangüe, que no sazone con ejemplos desacostumbrados. Poseído por el demonio del coleccionismo inútil, el disperso ama lo que a nadie interesa, como saber, por ejemplo, que el estornudo corre a 60 km por hora, que los esquimales asienten y niegan en dirección contraria, que un día Gorki sorprendió a Tolstoi preguntándole a una lagartija si era feliz, que el olor del sobaco se llama hirco, que T.S. Eliot solía embadurnarse la cara de verde cuando estaba deprimido, que Newton no elaboró la ley de la gravedad porque le cayó una manzana en la cabeza, sino por la forma en que caían los senos de su mujer.

Y es así como hoy nos topamos con un gran escritor a quien a veces también interesan temas singulares; nos referimos a Michel Tournier quien de esta manera comienza su testimonio.

No hace mucho, fui a la estación a buscar a un periodista americano. Venía directamente del aeropuerto de Roissy por la línea B del RER [línea de ferrocarriles de cercanías]. Le señalé el semáforo de la carretera.
-Aquí termina la zona urbana y empieza el campo –le dije-. Ahora entramos en la Francia profunda.
Y como si obedeciera a mi frase, el semáforo se puso verde. Mi americano se quedó en silencio, sobrecogido de respeto por la “Francia profunda”. Pero aquello no era nada. No habíamos hecho ni cien metros cuando la carretera quedó bloqueada por las famosas vacas que regresaban al establo.
-La mayoría de niños americanos –me dijo el visitante- creen que la leche es una bebida industrial, como la cerveza o la cocacola.
-Quizá no les falte razón, tratándose de la leche americana –dije yo con mala idea.
-Hay muchos que sufren un choque cuando se les dice la verdad y se les muestra la manera arcaica y carnal de obtener la leche.
-¡Arcaica y carnal! En efecto, así es la vaca. Mírelas cómo avanzan delante de nosotros. Ya andaban así en los tiempos de Homero.

Esta aparentemente inofensiva observación de Tournier fue el inicio de una serie de descubrimientos.

-¿De veras cree que las vacas siempre anduvieron así? –me preguntó.
-¡Pues claro!
No hay que fiarse nunca de los americanos. Su aparente ingenuidad a veces esconde saberes sorprendentes.
-No esté tan seguro. Como usted no puede por menos que saber, los cuadrúpedos andan según dos tipos de andadura muy distintos: la ambladura y la diagonal. En la ambladura, el miembro anterior derecho y el miembro posterior derecho avanzan al mismo tiempo. Después, el miembro anterior izquierdo y el miembro posterior izquierdo se desplazan a la vez. No con perfecta simultaneidad, para ser exactos. La ambladura nunca es exacta. El miembro posterior se mueve con un ligero adelanto sobre el miembro anterior, al que de este modo parece empujar. En la andadura diagonal, por el contrario, el animal adelanta primero el anterior derecho y el posterior izquierdo, y después el anterior izquierdo y el posterior derecho.
-Nuestras vacas andan en diagonal –observé yo.
-Sin duda –prosiguió mi invitado-, pero ¿fue siempre así? Nos hallamos ante un problema que los zoólogos no han sabido aclarar, que yo sepa.

El periodista americano, en diálogo con Michel Tournier, amplía sus observaciones hacia otras especies.

Casi todos los cuadrúpedos domésticos andan en diagonal, empezando por el gato, el perro, el caballo y la vaca. Antes, se ataban las patas de algunas yeguas –llamadas hacaneas- para enseñarles por fuerza la ambladura. Se las destinaba a las damas que montaban a la amazona, porque para ellas la ambladura resultaba más cómoda. Por el contrario, los mamíferos salvajes sólo conocen la ambladura, desde el zorro al corzo, pasando por el tigre y el bisonte. La ambladura es también el modo de andar del camello y el elefante. Si quiere usted distinguir a un lobo de un pastor alemán, mire cómo andan. El primero ambla, el segundo anda en diagonal.
-También se les puede hacer beber. El perro lame, el lobo aspira el líquido.
-Diríase que la presencia humana modifica la andadura de los cuadrúpedos, haciéndoles pasar de la ambladura a la diagonal. ¿No le parece curioso?

Pero Tournier no quiso alejarse tanto del tema y retomó la pregunta original.

-Así, ¿usted piensa que las vacas de Homero amblaban, y que luego pasaron a la diagonal para dar gusto a los humanos?
-Si no las vacas, al menos sus antepasados prehistóricos. Y no fue por dar gusto. Debió de ser un efecto de la civilización.

Llegado a este punto Tournier pasa a enunciar una serie de consideraciones personales acerca de la cuestión.

Mi visitante me había dejado perplejo. No podía ver andar a un cuadrúpedo por la calle, por el campo o en la televisión, sin observar si caminaba amblando o en diagonal. (…)
Mi idea es esta: la diagonal es una andadura ideal. Es más equilibrada y sin duda menos fatigosa que la ambladura, que obliga al animal a lanzar su cuerpo primero a la derecha y luego a la izquierda, en un balanceo que se observa en el elefante y el camello. Pero la diagonal implica un terreno perfectamente plano. Este terreno lo ofrece el hombre a sus animales domésticos en forma de camino, paradera o el suelo de las casas. Por el contrario, para los terrenos accidentados, los suelos arenosos, pantanosos o rocosos, la ambladura es más fácil y más segura. La ambladura es pues el modo de andar salvaje y rústico, y la diagonal la andadura refinada y civilizada. 
Las tres andaduras del caballo –paso, trote, galope- también son muy interesantes. De este modo, observaremos que así como el paso suele ser en diagonal, el trote es siempre en diagonal pura, y el galope es en ambladura pura. Y el trote es un paso humano, artificial, que los caballos salvajes desconocen.

Claro que la tentación era mucha como para omitir cuestionarse lo que acontece al ser humano.

¿Y el hombre, en todo eso? Ciertamente no es un cuadrúpedo, aunque a veces ande a cuatro patas. Pues bien, observemos a nuestros semejantes cuando deambulan ante nuestros ojos. Si tienen los brazos libres, los balancean al andar. Y ¿cómo los balancean? Adelantando el brazo derecho al tiempo que la pierna izquierda, y viceversa. Es la diagonal. Un caminante que imitara la ambladura con los brazos, sin duda adoptaría una buena dosis de salvajismo.
En cuanto a los bebés, es curioso cómo también adoptan espontáneamente la diagonal en cuanto empiezan a gatear. Todos podemos hacer el experimento. La ambladura es posible, naturalmente, pero ¡a qué precio! La diagonal se impone sin discusión.

Hace unas semanas nos referimos a El Pensador de Rodin (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2019/02/el-pensador.html). Pues bien, Michel Tournier incluye en su aproximación al tema de la diagonal o la ambladura un análisis sobre tan famosa escultura.

Dicho pensador apoya el codo sobre la rodilla. Pero ¿qué codo? ¿qué rodilla? Miradlo bien: por un sorprendente capricho de Rodin, pone el codo derecho sobre la rodilla izquierda. De ello resulta una postura forzada, una torsión del busto que sin duda el escultor eligió para hacer destacar los músculos de la espalda.

Concluye Tournier con la siguiente advertencia: “Pero ¡ay del barrigudo que trate de adoptar dicha postura! No lo conseguirá, si no es al precio de dolorosos esfuerzos. En lo que cuesta preferir sistemáticamente la diagonal a la ambladura.”

Avisados.

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