jueves, 2 de mayo de 2019

Encontrarse en el museo


Cada quien, de acuerdo a su sensibilidad y sus gustos, reacciona de diferente manera después de visitar un museo. Pero en algunos casos –tal como el que cita Juan José Millás- ciertos visitantes perciben que una de las piezas allí expuestas les trae un mensaje personalizado desde el pasado remoto.

Volvió un par de veces al Arqueológico, donde se había obsesionado con una humilde pieza prehistórica, hecha en barro, que parecía empeñada en transmitirle a través de los siglos un mensaje de su creador.

Pudiera suceder entonces que la persona de que se trate quede obsesionada con ese objeto portador de un mensaje que debe lograr descifrar. No sería extraño que, así las cosas, el sujeto visitara con mucha frecuencia el museo y permaneciera durante horas ante aquel vestigio del ayer perdido en sus elucubraciones.

Otro caso diferente es el de quienes pueden identificar un aire de familia con algunos personajes plasmados en las piezas expuestas; Adam Zagajewski ilustra este caso.

En el Louvre cuelgan de las paredes lienzos de maestros de diversas escuelas: italianos, holandeses, españoles. Por los pasillos de las galerías pasan multitudes de italianos, holandeses, españoles, de rostros que a menudo se parecen asombrosamente a los rostros de los cuadros.

Pero existen situaciones mucho más asombrosas en las que el visitante se reconoce en un cuadro determinado, ya no se trata de un parecido sino que es uno mismo quien se encuentra en esa pintura. Eso fue lo que le sucedió a José Manuel Caballero Bonald y que narra en entrevista de Ima Sanchis.

En una de mis primeras visitas a Barcelona me ocurrió un hecho definitivo. Fui a visitar el Museu d'Art Modern de Catalunya y descubrí un retablo maravilloso, el de san Vicente, de un pintor catalán de mediados del XV, Jaume Huguet. En él había un personaje leyendo un libro eclesiástico y, entre los oyentes, estaba yo.  (...)
Hice una foto, la amplié y descubrí que incluso tenía una mancha rosácea, que es una mancha superficial de nacimiento, idéntica a la mía.

Concluye Caballero Bonald: “Aquel personaje era tan igual a mí que me asusté y nunca más he vuelto. Temo que ese personaje haya envejecido tanto como yo.”

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