jueves, 25 de abril de 2019

Tiempo de espera


La aseveración de que “no sabemos esperar”, se ha vuelto un lugar común en nuestro tiempo. La aceleración y la prisa que caracteriza nuestras vidas supone movimiento; mientras que la espera -por el contrario- implica detenerse, perder el tiempo.



Ya habrá oportunidad de referirnos a otro tipo de esperas como las de que: encienda la computadora, pase el transporte público, nos reciba el médico, nos respondan un mensaje, nos atienda un funcionario, etc. Pero ahora nos centraremos en la espera en un encuentro personal.



Pues bien, como punta de partida debemos reconocer las dos orillas de la situación: el que espera por un lado y el esperado por el otro. Fabrizio Mejía Madrid apunta que debemos tener en cuenta que al vivir en la Ciudad de México trasladarse de un lugar a otro supone enfrentar múltiples vicisitudes de allí que –afirma- “el tiempo de la ciudad es tan elástico que uno nunca sabe cuando una espera se transforma en plantón”. El mismo autor repasa las diferentes etapas que se suceden cuando estamos en esta circunstancia.



La primera se centra en buscar atenuantes que expliquen el retraso: “La tendencia es esperar siempre un poco más, inventando justificaciones para el retraso: el tráfico, un accidente -desde un imprevisto sin consecuencias hasta un probable ataque cardiaco.”



La segunda es el momento de la incertidumbre, de la duda: “Después, uno empieza a preguntarse si el responsable no será uno mismo: ¿Quedamos aquí o en otro sitio?”



Finalmente, se trata de disculpar a la otra parte: “Bueno, yo llegué tarde la otra vez.”



Claro está que todo esto en el mejor de los escenarios porque también cabe la posibilidad de atribuir al otro una amplia gama de intencionalidades que explican su atraso: “otra vez lo mismo”, “esto demuestra que no le importo”, “le tiene muy sin cuidado que yo pierda tiempo”, “pudo haber avisado”, etc. Si el enojo es de consideración más vale que no llegue porque en caso que lo haga, el encuentro tendrá un difícil inicio que no será fácil revertir.



Pero pudiera darse el caso que no sólo el que espera la está pasando mal, tal como lo señala Ramón Gómez de la Serna. “Nos está esperando alguien en nuestra casa, pero no encontramos vehículo en que volver, y poco a poco nos convertimos en el que nos espera, pensamos como él estará pensando, mirando el reloj como él lo estará mirando.” ¿Quién no ha sentido la desesperación en un retraso? Tal vez sea por ello que Peter Handke afirma: "prefiero ser el que espera que el esperado".



Finalmente digamos que la espera suele ser generosa cuando se trata de una cita amorosa y muy breve si es asunto de otros menesteres. En el primero de los casos, cuando ya no resta más que rendirse ante la evidencia de que no llegará, tan solo queda encontrar una buena justificación que alivie el tenor de la derrota.  

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