viernes, 13 de septiembre de 2019

Baldomera resultó habilidosa para la estafa


José Luis Melero inicia con una frase contundente: “Mariano José de Larra tuvo tres hijos de su desgraciado matrimonio con Josefa Wetoret.” Por cierto que nos deja con la intriga porque ya no aclara a qué se refiere con eso de su desgraciado matrimonio. La referencia a dos de sus hijos es sucinta: Luis Mariano fue escritor como su padre mientras que Adela “ha pasado a la historia por haber sido la amante favorita del rey Amadeo de Saboya durante su breve reinado en España (…)” 
Pero en quien Melero se va a detener es en Baldomera, que resultó una estafadora de cuidado y permite confirmar aquello de que en todas las épocas se cuecen habas.
(…) merecería por sus aventuras financieras un lugar de honor en un posible manual sobre las más distinguidas estafadoras de todos los tiempos. Baldomera anunció a bombo y platillo que abonaría el interés del treinta por ciento mensual a todos aquellos que le confiaran sus ahorros. Aquella disparatada propuesta tuvo un gran éxito entre los más ignorantes y codiciosos, y llegaron a formarse grandes colas para entregarle dinero. Al principio, esta pagó los intereses a quienes habían depositado una menor cantidad de dinero, lo que hizo que otros muchos se decidieran a confiar en ella.
Todo esto ocurría en 1876 y La Ilustración española y Americana contó en un artículo cómo las autoridades se preguntaban por qué desde hacía meses se formaban grandes colas, primero en la calle de la Greda, luego en la plaza de la Cebada y finalmente ante la puerta de un antiguo teatro de la calle de la Paja. La respuesta era sencilla: esas colas las montaba doña Baldomera con todos aquellos infelices que le llevaban sus imposiciones en metálico. 
El resultado previsible –continúa Melero- fue el que transitan habitualmente quienes se dedican al oficio.
Como era fácil suponer, al poco tiempo la hija de Larra desapareció llevándose el dinero de todos aquellos incautos. Fue juzgada y condenada en rebeldía y su pista se pierde en La Habana, donde fallecería algunos años más tarde, según nos contó Natalio Rivas, quien publicó en uno de sus libros una fotografía de doña Baldomera. 
Concluye Melero: “Con esa pinta, yo no le habría dejado ni propina para un café.”

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