No es
raro encontrarse con quienes invitan al silencio como forma de encuentro con Dios
y también con uno mismo, de ser más prudentes en aquello que se va a decir, de escuchar
más a los otros, de no sumarse a un entorno excesivamente ruidoso, etc.
Pero de
lo que no tenía noticia es de la exhortación a no ver. Un breve texto de José
Jiménez Lozano –en el que retoma a Juan de la Cruz- nos conduce hacia ello en
el orden de la vida comunitaria.
Jean
Baruzi (…) habla de aquella contestación que dio Juan de la Cruz a la
invitación que le hicieron los frailes de ir a ver unos edificios que todo el
mundo admiraba. Juan dijo entonces: “Nosotros no andamos por ver, sino por no
ver”. Y comenta Baruzi: “Admitiendo que los monumentos, de que se trata fueran
hermosos y no pertenecieran solamente al orden de la ostentación, es una ética
lo que Juan de la Cruz quiso formular. Nosotros debemos introducir, en las más
pequeñas modalidades de nuestra vida diaria, el no-ver”.
Esto
le permite a Jiménez Lozano referirse a lo que identifica como la ética del no-ver.
Como un
rango cultural simplemente, desde luego. Toda cultura de algún grosor exige una
cierta ascesis de modo ineludible. Pero esa ética del “no-ver”, es al mismo
tiempo una estética, o a la inversa: incluso la hermosura debe ser a veces
desechada en pro de una belleza más profunda (…)
Y
concluye en forma categórica “(…) pero lo que no hemos venido a ver son
ostentaciones y retóricas”.
Deja
tarea.
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