miércoles, 11 de septiembre de 2019

Lin Shu, un traductor de excepción


En otra ocasión hemos abordado el tema de como algunas traducciones de libros mejoran al original (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2017/02/traductores-que-mejoran-el-original.html). Ahora volvemos a la cuestión guiados por Simon Leys quien hace un breve preámbulo antes de referirse al personaje que nos ocupa. 
Cuando la traducción es al inglés (por ejemplo), la cuestión es, más que la de dominar la lengua extranjera, la de dominar el inglés. Esto podría convertirse en un axioma: Es deseable entender el idioma del original, pero es indispensable dominar la lengua de destino. Esta fórmula puede parecer al mismo tiempo un chiste y una perogrullada, pero es un hecho cierto que hay traducciones que son obras maestras literarias, que han ejercido una influencia considerable y que han sido hechas por traductores que apenas conocían la lengua del original, si es que sabían algo de ella; su capacidad se debía exclusivamente al hecho de ser grandes estilistas en su lengua materna. 
Y es aquí donde hace su aparición el maestro Lin Shu (quien, como veremos, debería ser declarado patrono de los traductores); continúa Simon Leys
El caso más ilustre y singular es sin duda el de Lin Shu (1852-1924), una figura capital de la historia literaria de la China moderna. Sin conocer una sola palabra de ninguna lengua extranjera, Lin Shu tradujo casi doscientas novelas europeas, y este vasto cuerpo de ficción extranjera contribuyó poderosamente a la transformación del horizonte intelectual de China al final del Imperio. 
Afirma Leys que estar aquejado por una enfermedad y la visita de un amigo fueron los factores propicios para crear las condiciones que hicieron posible la realización de su obra cumbre.
Convaleciente tras una grave enfermedad, Lin Shu recibió hacia 1890 la visita de un amigo que había regresado recientemente de Francia. El amigo le habló de una novela muy popular en Europa en esa época, La dama de las camelias, y le sugirió que emprendiese su traducción. Colaboraron los dos de la manera siguiente: el amigo relataba la trama, y Lin Shu iba traduciéndola al chino clásico. Esta Dama de las camelias china tuvo un éxito prodigioso. Hay que decir que es inmensamente superior al original: a pesar de ser escrupulosamente fiel a la narración de Dumas fils, que reproduce párrafo por párrafo, frase por frase, su estilo es admirable por su nobleza y su capacidad de concisión… ¡sólo hay que imaginar en qué se convertiría una novela por entregas si se reescribiese en el latín de Tácito! (Cuando Mao Zedong recibió a una delegación de senadores franceses, alabó La Dame aux camélias como el mejor ejemplo del genio literario francés, para gran perplejidad de sus visitantes: como todos los intelectuales de su generación, había leído la traducción de Lin Shu, medio siglo antes, y había conservado un recuerdo indeleble de ella). 
Este fue el comienzo de su actividad, prosigue Leys, que lo llevaría a realizar otras muchas traducciones.
Estimulado por este éxito inicial, Lin Shu continuó su tarea, emprendiendo traducciones con varios colaboradores; dependiendo completamente de los gustos y el conocimiento variable de ellos, construyó una oeuvre enorme y heteróclita, traduciendo a troche y moche a los gigantes de la literatura mundial (Hugo, Shakespeare, Tolstói, Goethe, Dickens) así como buen número de autores de segunda fila como Walter Scott y R.L. Stevenson, y escritores populares como Anthony Hope y H. Rider Haggard (por el que desarrolló una especial predilección); y luego también a los portavoces de naciones oprimidas, de los polacos, los húngaros, los serbios, los bosnios… ¡e incluso Leeuw van Vlaanderen (“El León de Flandes”) de Hendrik Conscience!
Concluye Simon Leys con algunas reflexiones en torno al oficio de traducir que le es posible inferir a partir de la obra de Lin Shu.
Lo que ejemplifica el caso fascinante de Lin Shu respecto a lo que nos interesa aquí es la importancia del estilo: el arte literario del traductor puede compensar incluso una profunda incompetencia lingüística… aunque éste sea, sin duda, un ejemplo extremo. Como regla general sería justo decir que si el traductor es verdaderamente un escritor, el sentido erróneo ocasional puede incluso no invalidar su obra. Sin embargo, todos los recursos de la filología no le servirán de nada si escribe sin oído literario.  
Recomendación de la casa para el caso que usted sea escritor: búsquese traductores de la escuela de Lin Shu porque en una de esas le mejoran la obra y lo convierten en celebridad.

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