Desde
siempre los poetas han exaltado la belleza de diversas partes del cuerpo
humano, pero dudo que la nuca haya sido la inspiración de muchos de ellos.
Parte extraña de la anatomía, cuyo propio nombre –procedente del árabe, según indican
los que saben- ya carga con cierta rareza. Por alguna asociación difícil de
comprender en Argentina se utiliza el modismo “estar de la nuca”, para
significar estar loco.
Sin
ser particularmente agraciada, difícilmente pudo haber sido el inicio de un
gran amor; Patrick White –citado por José Jiménez Lozano- anota que
(…) la
nuca es seguramente la parte más vulnerable de nuestra anatomía.
Afortunadamente no podemos vernos la nuestra. A menos que una belleza
profesional, amenazada por la edad, sentada entre el espejo de su peluquero y
su espejo de mano, entrevea algo que deliberadamente rechaza, y, entonces, se
siente salvada hasta que eso vuelve a producirse.
Por lo
general no existen mayores motivos para estar atentos a ella, salvo cuando por
medio del dolor nos recuerda su existencia. La molestia en esa región suele ser
persistente, desagradable y pone de malas.
Su
instante de fama se manifiesta en ocasión de que el peluquero busque que el
propietario de la testa apruebe el corte realizado. Continúa Jiménez Lozano
Pero los
peluqueros masculinos son implacables, y, para que comprobemos que el corte de
pelo, en ese lugar precisamente, está a nuestro gusto, nos proporcionan la
visión de la propia nuca, mientras ellos mismos juegan un poco con el peine en
el pelo.
Para José
Jiménez Lozano es el momento preciso para añadir: “Así harían los antiguos
verdugos profesionales para calcular el golpe”.
En
estos tiempos en que por tantos medios se procura frenar los efectos propios del
envejecimiento del cuerpo, José Jiménez Lozano deviene en asesor de belleza al sugerir
un tratamiento que evite estragos en la nuca.
(…) y si
irremediablemente envejecemos (…) quizás sólo hay una forma de que nuestra nuca
al menos no se deteriore escandalosamente: no inclinándola para besar los
zapatos de nadie, y no tragarnos ningún paraguas de orgullo que nos haga andar
como escayolados. De otro modo, la gloria alcanzada se concentra en forma de
grasa en el pestorejo y, ciertamente, compone una nuca obscena.
Avisados.
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