Si uno
se pregunta en torno a la relación que puede existir entre los celos y el atavismo,
la respuesta no se haría esperar: escasa, tirando a nula. Sin embargo sabido es
que en la vida (y en ocasiones también en la muerte) habitan situaciones
extrañas; Michel Tournier -en un artículo al que tituló “El atavismo o El
ancestro pulverizado”- da cuenta de una de ellas.
Atavismo.
¡Qué bonita palabra! Bien construida, musical, fácil de pronunciar, agradable
al oído, extraña sin resultar rara, científica pero no sabihonda. La debemos al
botanista holandés Hugo De Vries (1848-1935), que descubrió y estudió las
mutaciones. Está formada a partir del radical latino atavi (tatarabuelo), aunque en realidad se trata de una sinécdoque,
pues en realidad evoca a muchos otros antepasados. (…)
En el
punto opuesto de la herencia, que designa la influencia inmediata del padre y
la madre, el atavismo manifiesta así la persistencia, en cierto modo
subterránea, de unos caracteres que podrían creerse definitivamente perdidos en
el transcurso de la evolución. Gracias al atavismo, cada uno de nosotros puede
tener la esperanza de poseer tal o cual rasgo físico o moral que caracterizaba
a alguno de nuestros antepasados que vivieron varios siglos atrás. Puede ser
incluso que nos parezcamos a ese ancestro como un hermano gemelo, y que en suma
haya existido un primer yo, sin duda modificado por unas condiciones de tiempo
y espacio totalmente distintas.
Es así
que el atavismo, rompiendo con lo lineal y lo esperable, da lugar a la
irrupción de lo inesperado; continúa Tournier
Esta
noción de atavismo es muy valiosa, pues hace estallar en una cantidad de
fragmentos inmensa pero no infinita la masa hereditaria bajo la cual nuestros
progenitores inmediatos –padre y madre- amenazaban con aplastarnos. Gracias al
atavismo, la herencia no es un bloque que avanza de generación en generación,
como un adoquín que los peones camineros se fueran pasando de mano en mano al
hacer una carretera; es un polvo de estrellas del que cada uno de nosotros saca
algo para componer su constelación personal.
Una
vez concluido este aporte conceptual Michel Tournier pasa a describir en su
artículo que -será fácil percibir- ya tiene varios años, cómo fue que “el
alcance humano del atavismo encontró una ilustración tragicómica en un suceso
reciente que tuvo lugar en la Alemania Federal.” (Antes de proseguir con la
historia, permítasenos hacer un paréntesis para discrepar con el autor -o tal
vez con el traductor- en cuanto al rasgo tragicómico
con que caracteriza a un asunto que en realidad tiene muchísimo de trágico y
nada de cómico). Pero retomemos el relato de Tournier
Un hombre
se entregó a la policía después de matar a su mujer y su hijo con una escopeta
de caza. A primera vista, las circunstancias parecen extravagantes. Se había
presentado ante sus familiares con esta pregunta: “¿Sois capaces de sacar la
lengua enrollándola como un canalón?” Su mujer lo intentó en vano. El hijo lo
hizo sin ningún esfuerzo. Entonces el padre disparó. En efecto, siempre había
tenido dudas sobre la autenticidad de su progenitura, y los celos le corroían
el corazón. Entonces leyó en un tratado de genética que la facultad de sacar la
lengua y enrollarla era bastante inusual, y rigurosamente hereditaria. Y esa
facultad él no la tenía. Si su mujer tampoco la tenía, y su hijo sí, entonces
es que el hijo era adulterino. Cosa que quedó demostrada, con el resultado que
ya conocemos.
Ambos
asesinatos, de acuerdo con Tournier, pudieran haberse evitado si el victimario
hubiese tenido mayor formación en relación al tema. “Ese celoso apasionado
ignoraba el atavismo. Pues el hijo podía haber heredado la lengua enrollable,
si no de su padre ni de su madre, sí de algún ancestro prehistórico o del
Renacimiento.” Y concluye Michel Tournier: “Queda visto que el atavismo es una
forma de herencia que tiene como límite suprimir la herencia, cosa que
constituye un progreso humanista, pues pulveriza la herencia hasta el infinito,
doblando el número de sus signatarios a cada generación.”
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