miércoles, 6 de noviembre de 2019

Con la verdad (y la mentira) hay que andarse con cuidado


La verdad es todo un tema. En principio casi todos decimos militar en su causa pero la cosa tiene sus bemoles; no solo a veces la retaceamos frente a los demás sino también de cara a nosotros mismos porque de los cuentos que nos contamos, también está hecha la vida. 
Cuando la verdad no es completa deja de serlo y ello conspira contra la justicia que por eso pregunta a los testigos: “¿Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?” Ya entrados en tema, recurramos a Simon Leys.
Entre las tribus primitivas, idiotas y locos son objeto de un respeto especial y disfrutan de ciertos privilegios; dado que su condición les libera de las limitaciones normales de la prudencia y la sabiduría, son los únicos a los que se puede perdonar que digan la verdad, una actividad que no se toleraría naturalmente en una persona cuerda. 
Este privilegio según Leys tiene su razón de ser. “Porque la verdad, por su propia naturaleza, es fea, salvaje y cruel; perturba, asusta, hace daño y mata.” Y de ahí que recomienda dosificarla. “Si en algunas situaciones extremas puede llegar a utilizarse, debe ser sólo en pequeñas dosis, en condiciones de riguroso aislamiento y con las más estrictas precauciones profilácticas.” Quien no tenga este cuidado puede convertirse en un verdadero peligro para sí mismo y para los demás. “El que esté dispuesto a difundirla sin control o prodigarla, tal como llega, es una persona peligrosa e irresponsable a la que se debería poner coto por su propia seguridad, así como para preservar la armonía social.”
Por si fuera poco, Josep Pla –en entrevista de Salvador Pánikar- advierte sobre la existencia de muchas verdades. “Hay la verdad de usted, la verdad de su mujer, la verdad mía, la verdad de usted ayer, la verdad de usted mañana. Todo es un enorme mundo de verdades.”
Pero eso sí, sucede –continúa Simon Leys- que en ocasiones la verdad no se doblega ante los obstáculos y restricciones que la tenían bajo libertad vigilada. 
Sin embargo, a veces (…) la verdad se libera. Igual que un río que rompiese sus diques, desbarata todas nuestras defensas, irrumpe violentamente en nuestras vidas, inunda nuestros cómodos hogares y deja expuesto en medio de la calle, para que todos lo vean, el pez que habitaba en las profundidades.
Por tanto la mentira y la simulación nunca pueden sentirse tranquilas porque sabido es que en cualquier momento…

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