martes, 5 de noviembre de 2019

Recuerdos de la noria


Hay escritores de muy buena pluma que a partir de evocar un objeto entrañable de su infancia nos conducen a un recorrido sorprendente; tal es el caso de José Jiménez Lozano 
(…) el gran misterio de la noria estaba para nosotros, los chicos, en otra parte; en lo que se llamaba “el registro”: una puertecilla abierta en la cimbra del pozo en la base a ras de suelo del montículo en que la noria se asentaba por fuera, y a ras del agua que lograba almacenar el pozo por dentro. Se abría la puertecilla y era un espectáculo sobrecogedor. Por la cúpula de la cimbra donde giraba la máquina entraba la luz que iluminaba aquel oscuro recinto débilmente. La cadena de los arcaduces mostraba un brillo siniestro, y el pozo, si estaba casi vacío, era como una sima impresionante, y en sus paredes se veían a veces las horribles salamandras; si estaba lleno, era un agua negra, como una gran pupila. Y estaba luego el fragor que se oía allí dentro, en aquella oquedad con bóveda, causado por el agua que se derramaba de los cangilones.
Si el sol daba sobre la puerta del registro, proyectaba además, las sombras de los que allí nos asomábamos en aquella oscuridad, y las sombras se reflejaban en el agua, si la noria estaba parada en ese momento. Era como la caverna platónica. Aquel recinto era hermoso y terrorífico, como bajar al Hades. Sabías que si perdías pie y caías al agua, te ahogabas; y que perderíamos pie si nos adentrábamos un milímetro más allá del puro umbral de la puertecilla. “No pases –decíamos- que el agua te llama.” Y, si te llamaba, ya no tenías salvación.
Las gentes contaban todavía que en aquellas aguas vivían hermosas princesas moras, que a veces salían y habían deslumbrado a las lavanderas o a los hortelanos con su belleza del agua, que “llamaba” para fascinarnos y aterrorizarnos.

Lo de las princesas moras -víctimas del agua que llama- puede que no estuviera tan fuera de la realidad dada la enorme atracción suscitada por las norias en la cultura árabe; con su llanto característico posibilitaban el florecimiento de esos maravillosos jardines que les eran tan significativos. A ello se refiere Jiménez Lozano en otro pasaje.
Los poetas árabes han visto en las norias o máquinas hidráulicas elevadoras de agua una plañidera de lacerante gemido. Como Mahbub, un gramático del Al-Andalus que vive a fines del siglo X o principios del XI: “[Esta máquina], capaz de gemir (…)”
(…) el lamento de la noria, ese quejido que “hace llorar”, dice también el poeta árabe Mahbub; y, “gracias a las lágrimas de sus párpados, aparece un jardín con tapices de flores”, un prado lleno de verdor.
La erudición de Jiménez Lozano le permite traer a cuento nada menos que a Teresa de Ávila, para quien el agua era fuente de inspiración.

Teresa de Ávila, que dice que “no me hallo cosa más a propósito para declarar algunas de espíritu que esto de agua…, que la he mirado con más advertencia que otras cosas”, contrapone, sin embargo, dos fuentes con dos pilones que se llenan de agua de modo muy diferente: “El uno viene de más lejos por muchos arcaduces y artificio; el otro está hecho en el mismo nacimiento del agua y vase hinchendo sin ningún ruido…; ni es menester artificio ni se acaba el edificio de los arcaduces, sino procediendo agua de allí”. Y “es la diferencia –añade- que la que viene por arcaduces es, a mi parecer, los ‘contentos’ que tengo dicho que se sacan con la meditación; porque los traemos con los pensamientos, ayudándonos de las criaturas en la meditación y cansando el entendimiento; y, como viene en fin con nuestras diligencias, hace ruido… Estotra fuente viene el agua de su mismo nacimiento, que es Dios”.
Es ésta una página hermosísima de Las Moradas o Castillo encantado, que se refiere a la experiencia de la oración (…)

Sin embargo, para José Jiménez Lozano la reflexión de Teresa de Ávila no sólo tiene que ver con la experiencia religiosa sino también con la escritura.

(…) pero es claro que el símbolo de esas dos fuentes de agua: la noria y el manantial, es también valedero para la escritura. Esta escritura, que sacamos a veces a fuerza de muchas vueltas, pero otras de repente, se nos ofrece como un manantial. Aunque quizás, desde luego, porque hemos dado muchas vueltas a la noria y sacado, una y otra vez, arcaduces secos o cuyo agua no acertamos a verter.

De esta manera Jiménez Lozano nos condujo de la noria de su infancia, a la cultura árabe, a Teresa de Ávila y a la escritura.

En fin, cosas de la gente de letras.

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