lunes, 4 de noviembre de 2019

Desde la ventana de un café vienés


En otra ocasión hemos aludido a la importancia que adquirieron los cafés a fines del siglo XIX y comienzos del XX en la ciudad de Viena. En ellos se daban cita la vida social, política, artística así como la bohemia de su tiempo. Eduard Pötzl, en un texto de 1906 (traducción y compilación de Francisco Uzcanga Meinecke),  comparte sus observaciones desde la ventana de uno de estos cafés.  

Llovía por la tarde.
El cielo, de color plomizo y otoñal, parecía querer descender hasta los tejados de las casas. (…) 
A través del grueso vidrio de la ventana miré a la calle, que, estrecha y empinada, recorre buena parte de la vieja Viena. (…) 
Me llamó la atención que, al pasar por delante, muchos mirasen con ojos ausentes a través de mi ventana. Uno de ellos se quedó parado, dirigió hacia mí una mirada absolutamente vacía y enderezó su sombrero. Me di cuenta de que, debido a la posición del cristal y a la luz tenue del fondo, su imagen se reflejaba en la luna de la ventana. Pronto llegaron más personas que, según su grado de vanidad, se aprovechaban en mayor o menor medida de esta circunstancia.

Hasta que un concursante destacó en aquel desfile de vanidades reflejadas en el cristal de la ventana.

Un hombre joven comprobaba el efecto de su atractiva personalidad esbozando una pícara mirada ante el espejo. Parecía gustarse a sí mismo, ya que sonrió de diferentes maneras mientras se ponía tieso y se arreglaba el cuello del abrigo, como para dar a entender al resto de peatones que era ése el motivo real de su parada. Luego dio un paso atrás, echó un vistazo a su silueta reflejada y la cotejó con el original, temeroso de que la ventana se olvidara de reflejar algún bonito detalle. Satisfecho del resultado, se volvió para continuar su camino, pero no sin echar antes un último vistazo que le reafirmara la excelente impresión que le causaba su noble estampa, ahora en la transición del reposo al movimiento.

Por lo visto, de acuerdo a la descripción de Eduard Pötzl, aquel hombre joven encontró en su reflejo la imagen que esperaba. “Su gesto al retirarse exhibía una satisfacción tan plena que estoy seguro de que no se habría sonrojado si alguien le hubiera comparado con el Discóbolo de Mirón o con el Galo Moribundo.” Sin embargo -y asumiéndose como jurado de aquella pasarela citadina- para ese entonces Pötzl ya le había encontrado su lado flaco. “Aunque, en honor a la verdad –y dicho sea de paso-, el risueño joven no podría negar, puesto bajo juramento, que se libró del servicio militar a causa de sus exagerados pies planos. (…)”

Así esta breve estampa de época permite apreciar que el extremo cuidado por la apariencia personal no es exclusivo de nuestros tiempos.

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