jueves, 21 de noviembre de 2019

La espera horrorosa


Por aquellos entonces Ramón Gómez de la Serna vivía en Buenos Aires; estaba preocupado y pendiente por el quebranto en la salud de su hermano José quien a su vez residía en Chile. Ello queda de manifiesto en lo que escribió con tristeza –tal vez  aunada a la carga de nostalgia que suele acompañar a los días feriados- el 25 de mayo de 1951 (no pasa inadvertido que precisa hasta la hora en que lo hace: las 12 de la noche). 
Estoy oyendo Radio Chile y tengo miedo de oír que mi hermano Pepe haya fallecido, pues velo hace ya muchos días el cáncer que fue inútil operar. Ahora sólo (…) esa espera de que se desmoronen las habitaciones interiores y apaguen ese fuego de hogar que hay en el corazón. Llevo viendo en esta última temporada muchas de esas esperas horrorosas. 
En otro momento Ramón Gómez de la Serna se refirió a esa enfermedad (amenaza tan cercana para su hermano y posiblemente también para él mismo) en los siguientes términos
Cáncer: Mientras, cada cual está cuidando su cáncer, mimándole, llevándole al teatro, dándole pan… El cáncer está escondido, con su geografía secreta, pero madurando como un moretón del pellizco que nos dio el destino al pasar, como poniéndonos el hierro, porque ya vamos teniendo edad. 
Aquella doliente espera ante la muerte inminente que amenazaba al otro lado de la cordillera de Los Andes se prolongaría dos años más.
En estos días de junio de 1953, mi pobre hermano Pepe está esperando morir del cáncer, esperando sin haberse enterado, por lo menos desconociendo que cada día que pasa le lleva a la muerte. Ese desmoronamiento del cáncer cuando después de operado el canceroso lo cierran con horror los médicos que saben que ya no hay nada que hacer, tiene el espantoso efecto de todas las paredes interiores, un día un ala del edificio interior y otro día otra, hasta que llega la hora del derrumbe esencial y los escombros caen sobre el corazón y lo paran. 
En ambos textos el cáncer es caracterizado como un desmoronamiento progresivo de la existencia hasta que llega el momento -como señala en el último- “del derrumbe esencial” en que “los escombros caen sobre el corazón y lo paran”.
Más adelante Ramón Gómez de la Serna nos permite conocer un poco más acerca de la vida de su hermano.
El “pobre Pepe”, que es como lo llamamos muchas veces por su modo de ser y de vivir en el mayor descuido y dándose gustos que no eran nada, pero llenaban y comprometían lenta y tontamente su vida, ha tenido esa sorpresa fatal que ha acabado –o va a acabar en días- con su vida. 
En estas escasas líneas quedan abiertas varias preguntas: ¿cuál era ese “modo de ser”?, ¿a qué alude con que vivía “en el mayor descuido”?, ¿cuáles fueron “esos gustos que no eran nada” pero que “comprometían lenta y tontamente su vida”?
Es posible añadir dos aspectos relevantes tomados de notas biográficas. 
Por un lado, durante su niñez los hermanos estuvieron internados en la misma escuela de la ciudad de Palencia lo que seguramente los unió en tantas vivencias compartidas. Por otra parte Ramón también era José dado que en las instancias legales fue anotado como Ramón Javier José y Eulogio.

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