Mientras aparecen nuevas palabras otras se van
perdiendo en el camino, seguramente es inevitable. Por más que se acepte que
así son las cosas, no quita la existencia de cierta nostalgia que ello provoca.
Muchos son los ejemplos de los términos que van cayendo en el olvido y Carmen
Martín Gaite repara en uno de ellos. “Hoy ha caído en desuso el adjetivo de novelera con el que era costumbre
calificar, siendo yo niña, a cierto tipo de mujeres”; aun cuando reconoce que no
le resultó tarea sencilla entender a qué se refería la expresión, la forma en
que lo caracteriza es magistral.
Tardé en captar el sentido que las personas mayores
daban a este vocablo. No se lo solían aplicar, con gran sorpresa mía, a aquellas
mujeres que mostrasen una particular afición a la literatura, entre otras cosas
porque en Salamanca (ciudad en la que yo nací y me crié) ése era ciertamente un
espécimen más bien escaso en aquel tiempo, sino -como pude ir sacando en
consecuencia luego- a las que no se reconocían demasiado satisfechas en el seno
de los argumentos rutinarios que formaban la trama de su vivir y, para paliar
aquel descontento, o bien hablaban de lo mucho que les gustaría conocer gente
nueva, viajar, asistir a fiestas maravillosas, casarse con un duque o ser
artistas de cine, o bien desorbitaban la realidad al calor de sus sueños y
narraban como una aventura excepcional los sucedidos más anodinos.
Agrega Martín Gaite que el tono de la expresión
variaba notablemente al referirse a una mujer casada, como que al pasar a ese
estado civil se tenía que terminar por aceptar la vida tal cual es.
(…) recuerdo un dato curioso del que me di cuenta más
tarde, y es que el tono despectivo con el que generalmente se pronunciaba
aquella palabra tomaba acentos de reprobación si se trataba de mujer casada.
Aún “es una chica novelera”, podía decirse con cierta condescendencia benévola,
pero “lo que le pasa a esa señora es que es una novelera”, entrañaba ya un
juicio más rígido.
También por aquellos entonces se usaba la palabra novelería para aludir al estado de
fascinación momentánea que provocaba en las personas la irrupción de alguna
novedad en la vida cotidiana.
Así concluye Carmen Martín Gaite la consideración del
tema.
A mis paisanas no se las tachaba de noveleras porque
leyeran pocas o muchas novelas, sino porque en su deseo de escapar de la
realidad se adivinaban resonancias de aquellas otras heroínas de las novelas, que
se perdieron por leer novelas y soñar con vivirlas.
¿Qué habrá sido de la vida de aquellas noveleras que
conoció Martín Gaite?
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