Si
algo es aburrido, para quienes no estamos en el gremio pero sospecho que
también para los propios médicos, son las historias clínicas. Nada bueno puede
tener lugar con inicios como: “Pac., fem, 45, cursa con px de tr lat amnio
deamb con tx de ml…”
Claro
que hay excepciones, ¡grandes excepciones!, la de aquellos que descubren en
ellas otras facetas tanto humanas como literarias.
Uno de
estos casos es el del doctor Oliver Sacks -protagonista frecuente de este
espacio- que por medio de sus libros ha permitido que personas totalmente ajenas
a la especialidad nos interesemos por la neurología (posiblemente su obra más
conocido es “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”). Él mismo nos
habla de sus inicios.
(…) en
Nueva York encontré un trabajo que significaba algo para mí, en un hospital
para enfermos crónicos del Bronx (en Despertares
le di el nombre de “Monte Carmelo”). Los pacientes me fascinaban, me preocupaba
mucho por ellos, y me tomé como una especie de misión contar sus historias:
historias de situaciones prácticamente desconocidas, casi inimaginables para el
público en general, y, desde luego, para muchos de mis colegas.
Fue
así como después de un largo proceso encontró lo que le apasionaría durante el
resto de su vida. Claro que no fue fácil distanciarse del formato habitual de
las historias clínicas al tiempo que recibió incomprensión por parte de muchos
de sus colegas.
Había
descubierto mi vocación y me entregué a ella en cuerpo y alma, con total determinación,
y con muy poco apoyo por parte de mis
compañeros de profesión. Casi sin darme
cuenta, me convertí en un narrador en una época en que el relato médico
casi había desaparecido.
Los
obstáculos no lo hicieron claudicar y encontró inspiración en figuras señeras
de la investigación neurológica.
Aquello
no me disuadió, pues sentí que mis raíces se hundían en las grandes historias
neurológicas del siglo XIX (y para ello sí encontré el aliento del gran
neuropsicólogo ruso A. R. Luria).
El
compromiso y cariño del doctor Sacks hacia sus pacientes, lo condujo a
multiplicar sus horas de consulta, observación e investigación que lo alejaron
del tipo de vida –muy desordenada, por decir lo menos- que él mismo nos
permitió conocer en sus notas autobiográficas. A partir de este momento todo
cambiaría. “Durante muchos años llevé una existencia solitaria, casi monacal,
pero profundamente satisfactoria.”
¿Cómo
fue su existencia antes de ello? Ya lo veremos en otro momento.
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