En
otras circunstancias ya hemos tratado el tema de los anacoretas en el siglo IV
(http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2019/03/la-historia-de-pacomio-las-aceitunas-y.html).
Conducidos por J. Lacarriére veremos ahora por qué este tipo de vida resultaba tan
atractiva a los campesinos de la época.
(…) en el
Egipto del siglo IV, las condiciones económicas favorecían en altísimo grado la
génesis y el éxito de esta experiencia de
“sociedades artificiales”. En la
vida cotidiana de un fellah copto del siglo IV, nada podía incitarle a aferrarse a las instituciones del pasado ni a un sistema
social del que él era la principal víctima. La tierra, por supuesto, no le
pertenecía; prácticamente no era más que un esclavo al servicio de un terrateniente
(a menudo extranjero, griego o romano) y sus condiciones de vida como aparcero
no ofrecían en absoluto mayores ventajas que aquéllas que podía tener dándose
al anacoretismo.
En un
breve testimonio, en el que Lacarriére cita la Vida de san Arsenio, se pueden apreciar las diferencias de origen
social de quienes coincidían en los monasterios.
Numerosos
pasajes de las Vidas de santos del desierto aportan sobre esta cuestión no
pocos informes. ¿Qué dice, por ejemplo, la Vida
de san Arsenio? Arsenio era un romano, de origen noble, que fue durante
algún tiempo alto dignatario en la corte
de Teodosio el Grande (por tanto, a fines del siglo IV), tras lo cual, a la edad de cuarenta años,
decidió consagrarse a la ascesis y se
trasladó a Egipto. Cierto día en que cayó enfermo, su discípulo le hizo
acostarse sobre una cama y le puso una almohada bajo la cabeza. Un anacoreta
vino a visitarle y se mostró escandalizado ante aquel “lujo”. Entonces, el
discípulo de Arsenio le dijo:
“¿A qué te
dedicabas antes de ser ermitaño?
-Era
campesino.
-¿Y de
qué vivías?
-Como en la
actualidad: dormía en el suelo, comía cada día un poco de lentejas, pan y
aceite. Pero mi alma no conocía el reposo.
-Pues bien -dijo el discípulo-, Arsenio, el que tú ves aquí era en otros tiempos preceptor de los hijos del Emperador, tenía mil domésticos a su servicio y dormía en un lecho suntuoso. ¡Que diferencia entre su condición de entonces y la tuya, tú que vivías peor que ahora! Al abandonar el siglo, tú has abandonado una vida penosa por una vida mejor, mientras que Arsenio ha dejado la opulencia por la pobreza.”
-Pues bien -dijo el discípulo-, Arsenio, el que tú ves aquí era en otros tiempos preceptor de los hijos del Emperador, tenía mil domésticos a su servicio y dormía en un lecho suntuoso. ¡Que diferencia entre su condición de entonces y la tuya, tú que vivías peor que ahora! Al abandonar el siglo, tú has abandonado una vida penosa por una vida mejor, mientras que Arsenio ha dejado la opulencia por la pobreza.”
Aun
reconociendo la existencia de casos excepcionales, es posible afirmar que la mayoría
de quienes optaban por la vida monacal o eremítica provenían de condiciones de
vida caracterizadas por la pobreza.
Se
comprende entonces que, desde los comienzos del monaquismo -y excepción hecha
de los “fundadores” que son todos de familia acomodada-, el reclutamiento de
monjes se hiciera casi únicamente entre los aparceros del campo, los pequeños artesanos, los aldeanos de las márgenes
del Nilo y, de un modo general, entre las clases rurales y laboriosas. (…)
Y se
comprende también el motivo que luego hubo de llevar a tantos esclavos a buscar asilo en los monasterios y acabar,
ellos también como monjes y ermitaños.
Luis
Izquierdo agrega información relevante en torno al tema.
El número de los anacoretas y monjes llegó a ser
considerable. Paladio habla de unos cinco mil en las zonas desérticas paralelas
al Nilo. Ahora bien, la vida del fellah,
campesino egipcio, era tan extremadamente dura que la vocación del desierto no
le suponía un
esfuerzo extraordinario. Esta
circunstancia, unida al
respeto que despertaba
en todos los viajeros la visión
de los ascetas, determinó el crecido
número de ermitaños y monjes. El fellah seguía un impulso religioso, pero también se afirmaba como
hombre: accedía a una consideración de la que había carecido en vida. Los
mismos patricios que, en el ejercicio de
su labor, no reparaban en su existencia,
se prosternaban ante el fellah,
en su
versión monástica.
Obviamente
que tal estado de cosas –continúa Izquierdo- no fue bien visto por los
poderosos.
Los
terratenientes llegaron a protestar por la cantidad de labradores que les huían
al desierto. En las postrimerías del s. IV, llega a afirmarse que el fellah,
aunque llegue a hacerse monje, no podrá escapar de su señor.
Así
fue como la Iglesia, a partir del siglo IV, se distancia de los pobres al
aliarse con los privilegiados, tal como lo señala Izquierdo: “Para delatarle,
intervendrán incluso signos denunciatorios venidos de lo alto: curiosa colaboración de Dios en la economía de los
grandes propietarios agrícolas.” Por su parte J. Lacarriére profundiza en la
cuestión.
El
concilio de Gangres [Gangra], por ejemplo (tuvo lugar en el año 342), excomulga
al obispo Eustato y sus discípulos por haber aconsejado a los esclavos
abandonar a sus amos a fin de hacerse
ascetas. La Iglesia, por otra parte, no
tardaría en tomar la defensa del orden social y de los intereses de los esclavistas
y de los poderosos. “No permitiremos jamás -dice un Canon de los santos
Apóstoles del siglo IV- cosa semejante que causa pesar a los amos de esclavos y
que siembra el desconcierto en los hogares...” Y un edicto del emperador
Valente incluso ordena: “traer por la fuerza a los esclavos que se esconden
entre los monjes”. Estas disposiciones acabaron por influir en la misma
hagiografía, ya que un santo del siglo IV, Teodoro, “tenía el poder milagroso
de ligar a los esclavos con lazos invisibles que hacían imposible toda fuga.
Si, a pesar de esta precaución, el amo perdía su esclavo, le quedaba la posibilidad
de ir a dormir sobre la tumba del santo, el cual le indicaba en sueños el lugar
donde su esclavo se hallaba refugiado. Se ve claramente que san Teodoro prefería
los amos a los esclavos.”
Una
vez más queda de manifiesto que en la Iglesia siempre ha existido un
enfrentamiento entre los que se encuentran más próximos a la perspectiva de
Eustato y quienes optan por Teodoro.
Ayer
como hoy.
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