No sería demasiado original decir que
las personas quisieran dedicarse a lo que les gusta y que, al mismo tiempo, ello
les brinde certeza económica. Pero también es sabido que como las cosas no
siempre son así (es más, por lo general no son así) al optar por ciertas
ocupaciones se asumen riesgos de consideración.
El mundo del espectáculo no es ajeno a
ello, tal como lo pone de manifiesto el actor Fernando Fernán Gómez al
reconocer que el oficio de cómico (expresión que le es más querida que la de
actor) es inseguro, “más aún, como es natural, en las épocas de crisis”. Y para
darnos idea que esta crisis a la que se refiere es de siempre, comenta lo
siguiente
(…) aunque no existen documentos que lo
demuestren, es casi seguro que cuando Tespis en su famoso carro inventó el
teatro, mientras recorría los caminos de la Hélade buscando donde detenerse a echar función,
murmuraba: “¡Vaya crisis teatral que hay este año!”.
Por otra parte Margo Su, conocedora del
medio tanto en calidad de artista como de productora, comenta sus vivencias al
respecto.
Si me equivoco en la programación, el
público no entra. Llega a la puerta del teatro, ve la cartelera, y regresa a su
casa. El estómago me arde pues de todos modos debo pagar elenco y empleados. El
teatro es más efímero que los jitomates: si no se consume el mismo día, se
pierde. Envidio a los fabricantes de refrigeradores o de cerillos o de patines
que si no venden sus productos hoy, los guardan en cajas hasta venderlos. No
pierden.
En este contexto no está de más recordar
que quienes forman parte del espectáculo (actores, directores, productores,
escenógrafos, vestuaristas, tramoyistas, etc.) tienen –como narra Gustavo
Barco- una forma muy curiosa de desearse mutuamente ¡éxito! a la hora de
iniciar una temporada.
En el mundo del espectáculo, desear suerte a
viva voz, paradójicamente, trae mala suerte. En su lugar, aconsejan recurrir al
más elegante y conocido merde!, que también tiene su explicación
histórica.
La costumbre se remonta a épocas en las que
el caballo era el medio de locomoción por excelencia. En aquellos días, ver acumulado
el excremento en la puerta de un teatro era sinónimo de que la sala estaba
colmada, justamente, con los propietarios de esos animales.
Hoy, hasta se agradece efusivamente la
costumbre, y no se considera a nadie un maleducado si, al desear buena suerte,
lo que se escucha es la exclamación: “¡Mucha merde!”
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