Existen algunos libros de diseño
espectacular al tiempo que de muy difícil lectura porque -entre otras
incomodidades- el reflejo que producen al intentar leerlos es mucho peor que el
de uno de esos días en que el sol brilla por unanimidad. Al cabo del tiempo he
aprendido a mantenerme a prudencial distancia de ellos, aunque sea una
descortesía hacia quienes los envían de obsequio con motivo de las fiestas
decembrinas.
Pensé que era cosa mía hasta que di con
dos breves comentarios al respecto firmados por dos reconocidas autoridades en
la materia. El primero de ellos es de Gonzalo Celorio
Las instituciones bancarias hacen libros
bellísimos, lujosos, espléndidos, que no se leen. En el mejor de los casos,
desenvuelto el regalo, se hojean y se ojean. El papel couché, tan bueno para la reproducción fotográfica, lastima la
vista del lector, que tiene que torear los brillos enceguecedores.
La otra nota corresponde a la autoría
nada menos que de Gabriel Zaid
Muchos libros costosísimos que publican
las grandes empresas para celebrarse a sí mismas, o como regalo de Navidad,
siguen el mismo camino: de la celulosa convertida en papel impreso al papel
impreso convertido en celulosa. Pero no importa. En los circuitos del aparato
resonador, lo importante es que la celulosa reciclada una y otra vez genere
resonancia, no lectura.
A este respecto me permito realizar una pequeña
sugerencia. Si son publicaciones de casas bancarias, que en vez de editar estos
libros bajen las tasas de interés. En caso que sean de instituciones públicas
que en lugar de editarlos reduzcan los impuestos.
Al fin que los libros no se leen (aunque
pensándolo mejor tal vez se trate de publicaciones para ver y lucir; no para
leer).
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