jueves, 5 de diciembre de 2019

Me permito distraer su valiosa atención

Si bien hace rato que las academias de dactilografía han pasado a la historia, aún quedamos sobrevivientes que allí aprendimos a escribir a máquina. En mi lejana adolescencia asistí a la del coronel Aguirre en la calle Canelones, en la ciudad de Montevideo.

El material didáctico consistía en una carpeta que contenía diversos formatos de cartas comerciales que se debían transcribir –en aquellas inolvidables máquinas a prueba de cualquier mal uso- cada vez en un tiempo más breve y con menos errores “de dedo”. Los modelos de misivas cumplían escrupulosamente con las  reglas de cortesía en un lenguaje ajeno al habla cotidiana. Fabio Morabito narra su experiencia al respecto

Cuando tenía doce años mi padre se dio cuenta de que yo escribía mejor que él, así que me pidió que lo ayudara a redactar unas cartas a sus clientes. Había comprado un manual para ello, que me dio a leer para que me familiarizara con el lenguaje de ese tipo de correspondencia. En él se recopilaba un gran número de ejemplos de cartas comerciales, clasificándolas según diferentes criterios, uno de los cuales era cómo reconvenir a la otra parte negociadora por algún incumplimiento, porque una sección completa estaba dedicada a los reclamos, todo ello sin perder la pulcritud de una carta de negocios. 

Continúa Morabito con su evocación al tiempo que reconoce que aquella tarea no le desagradaba. 

Leí el libro de cabo a rabo y aprendí rápidamente a imitar el estilo desapegado de esas misivas, no exento de una fina obsequiosidad. Confieso que me emocionaban más que muchos libros de aventuras. Unos preámbulos me dejaban hechizado, como éste: “Con la presente me permito distraer su valiosa atención para notificarle que su pedido…, etc.”. Distraer su valiosa atención: ¡qué frase admirable! Yo sabía que nadie creía sinceramente en la valiosa atención de su destinatario, pero intuía que esta y otras fórmulas de esmerada cortesía debían de incidir de algún modo en una negociación, y me apresuré a incorporarlas en las cartas que escribía mi padre.

No estaría de más que algunos programas en los medios, así fuera por simple cortesía, retomaran estas viejas fórmulas: “nos permitimos distraer su valiosa atención”. 

Estoy seguro que en muchos casos al conocer de sus contenidos y secretas intenciones, contestaríamos: “no, no se lo permitimos”.

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