Si bien hace rato que las academias de
dactilografía han pasado a la historia, aún quedamos sobrevivientes que allí
aprendimos a escribir a máquina. En mi lejana adolescencia asistí a la del
coronel Aguirre en la calle Canelones, en la ciudad de Montevideo.
El material didáctico consistía en una
carpeta que contenía diversos formatos de cartas comerciales que se debían
transcribir –en aquellas inolvidables máquinas a prueba de cualquier mal uso-
cada vez en un tiempo más breve y con menos errores “de dedo”. Los modelos de
misivas cumplían escrupulosamente con las reglas de cortesía en un lenguaje ajeno al
habla cotidiana. Fabio Morabito narra su experiencia al respecto
Cuando tenía doce años mi padre se dio
cuenta de que yo escribía mejor que él, así que me pidió que lo ayudara a
redactar unas cartas a sus clientes. Había comprado un manual para ello, que me
dio a leer para que me familiarizara con el lenguaje de ese tipo de
correspondencia. En él se recopilaba un gran número de ejemplos de cartas
comerciales, clasificándolas según diferentes criterios, uno de los cuales era
cómo reconvenir a la otra parte negociadora por algún incumplimiento, porque
una sección completa estaba dedicada a los reclamos, todo ello sin perder la
pulcritud de una carta de negocios.
Continúa Morabito con su evocación al
tiempo que reconoce que aquella tarea no le desagradaba.
Leí el libro de cabo a rabo y aprendí
rápidamente a imitar el estilo desapegado de esas misivas, no exento de una
fina obsequiosidad. Confieso que me emocionaban más que muchos libros de
aventuras. Unos preámbulos me dejaban hechizado, como éste: “Con la presente me
permito distraer su valiosa atención para notificarle que su pedido…, etc.”.
Distraer su valiosa atención: ¡qué frase admirable! Yo sabía que nadie creía
sinceramente en la valiosa atención de su destinatario, pero intuía que esta y
otras fórmulas de esmerada cortesía debían de incidir de algún modo en una
negociación, y me apresuré a incorporarlas en las cartas que escribía mi padre.
No estaría de más que algunos programas
en los medios, así fuera por simple cortesía, retomaran estas viejas fórmulas: “nos
permitimos distraer su valiosa atención”.
Estoy seguro que en muchos casos al
conocer de sus contenidos y secretas intenciones, contestaríamos: “no, no
se lo permitimos”.
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