Hay diferentes formas de atender lo que posiblemente
constituye la mayor prioridad de nuestras vidas: el cuidado de la propia salud.
Está el modelo centrípeto de aquellos que con puntualidad
británica se hacen todos los chequeos médicos recomendables para su edad:
pruebas, análisis, estudios, etc. Cabe hacer la aclaración que son extremadamente
cuidadosos de su salud pero no hipocondríacos –aunque la frontera a veces sea
difusa-; cumplen con toda precisión su agenda de compromisos médicos. Se les
puede olvidar una cita amorosa pero jamás la consulta con el galeno.
En el otro extremo están los que responden al modelo
centrífugo. Son un poco descuidados y desmemoriados para cumplir con los
análisis que tienen pendientes. De alguna manera son alargadores y van
postergando, como quien no quiere la cosa, el cumplimiento de sus citas
médicas. No faltan excusas ni pretextos para dejar los pendientes clínicos para
mañana. Aquí también conviene precisar que no nos estamos refiriendo –aunque nuevamente
la frontera sea difusa- a quienes abandonan totalmente al destino la evolución
de su salud.
Guiados por el principio de que el que busca
encuentra, los centrífugos prefieren no buscar y solamente van al médico cuando
ya de plano no les queda de otra. Aun cuando existen ejemplares de este tipo en
todas las profesiones, oficios u ocupaciones, los ejemplos que brindaremos
proceden de personas del mundo de la cultura y las artes. Hace años Luis
Ignacio Helguera se refería de esta manera a su tío.
Pensador incansable sobre la muerte en toda su poesía,
Eduardo Lizalde es en su persona, sin embargo, un negador sistemático de la
enfermedad, hasta el punto de nunca padecer una. Explorador profundo del dolor
en su obra, no es hombre dado, sin embargo, a la melancolía: como el tigre que
avizora nuevos horizontes, fuerte y erguido, mira con entereza el futuro y
celebra la vida y el canto.
Siempre se conducen con una buena dosis de negación
aunque al entrar a consultorios o laboratorios inevitablemente serán visitados
por fantasmas de males mayores e irreversibles. Andrés Trapiello no necesita
que nadie lo describa; él mismo nos permite conocer su actitud en relación al
tema que nos ocupa.
Ya no había excusa para no hacerse los análisis que
todos estos meses atrás habían quedado suspendidos por causas mayores (…)
Ahora, ¿qué pretextos podría encontrar para no hacérmelos? Durante semanas ha
ido uno llenándose el alma de temores tenebrosos y melancolías inconsolables,
como aquel que ha necesitado ponerse la venda antes de la herida, y teme
asomarse a sus vísceras y a su corriente sanguínea (…)
Salí a la calle un poco antes de que saliera el sol.
De sol a sol. Iba con paso ligero a la casa donde los hacen. El temor hacía que
caminase deprisa, como si fuese a llegar tarde a mi cita con el destino.
Cuando dejé la clínica, sintiendo aún el picotazo de
avispa en la vena, empezaba a amanecer.
(Por cierto que
si se quedaron con la duda, poco más adelante Trapiello informa que esos
análisis dieron resultados normales).
Será el pintor
Carlos Páez Vilaró quien explique con claridad meridiana las razones de su
resistencia a visitar a los doctores.
Un médico me
produce el mismo temor que enviar el auto al mecánico. Se lo lleva por una
simple carraspera del motor y se termina cambiándole los aros o rectificando el
cigüeñal.
De cualquier
manera intuyo que en caso de tener que elegir entre las dos opciones, Páez
Vilaró no hubiese dudado en llevar su carro al mecánico. Y eso ya es mucho
decir.
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