Puede que la publicación de epistolarios sea interesante al incluir
genialidades que habían permanecido desconocidas y que salen a la luz gracias a
la labor de un investigador. Andrés Trapiello cita algunos casos: “Uno piensa
en epistolarios y recuerda los de Kafka, los de Rilke o Beethoven donde las
ideas, obsesiones y pensamientos arden con una llama intensa.” También pueden
ser trascendentes al hacer evidente entretelones de la historia que obligan al revisionismo
en relación a ciertos episodios.
Pero existen epistolarios cuya publicación genera dudas y que en opinión de
Trapiello son explicables por la beatería
ridícula que caracteriza a nuestro tiempo.
En un periódico se anuncia, con maracas, un
suculento epistolario inédito de Larbaud, J. R. J., Cocteau y otros. Asomarse a
estas cartas abochorna de tal modo que seguramente los huesos de todos ellos se
están revolviendo de ira en la tumba.
La cultura moderna resulta de una beatería
ridícula. Terminarán por publicar facsímiles de los billetes de tranvía que usó
Joyce o las facturas que pagó Proust a sus médicos. A falta de literatura,
están poniendo una tienda de recuerdos religiosos, como las que se ven cerca de
la Plaza Mayor.
Las cartas que con tanto escándalo anunciaban en
primera página no tienen desperdicio. “Querido X. –se dice en una de ellas-, me
es imposible acudir a la cita que teníamos concertada. Ya se servirá usted
indicarme el momento en que podremos vernos. Suyo siempre XX.”
¿Qué agrega el conocimiento de tales misivas? ¿Por qué sería importante que
llegaran a manos del lector? Continúa Trapiello
Si la carta fuera, pongamos por caso, de Hitler a
Pío XII, yo creo que tendría cierta importancia histórica. Ahora, tratándose de
escritores de los que maldita la falta que nos hace saber si se llevaban bien o
no, es cosa ridícula publicarla, a menos que sea uno un personaje de Molière.
Yo me comprometo a escribir epistolarios de ese tenor para cualquier periódico
del mundo que lo solicite. Pero no cartas a Cocteau o de Larbaud. No. Cartas de
Goethe, de Confucio, de Virgilio, picando alto, por arriba, a lo grande.
Para Trapiello estas publicaciones responden a los dictados de la moda
editorial que ponen de manifiesto un conjunto de trivialidades.
Parece que todos se han puesto de acuerdo para
publicar epistolarios de gran profundidad estos días. Ahora el epistolario es
uno entre Dalí y Lorca, unas cartas de colegiales, a las que sólo les falta la
banda azul de buen comportamiento. (…)
En las cartas de Dalí, como en las de Lorca, no se
lee, sino que se miran puñeterías, almidones, chorreras. Son vitolas de puro.
Concluye el autor ya citado eximiendo de toda responsabilidad a los autores
de la correspondencia. “La culpa naturalmente no la tienen ni Lorca ni Dalí,
pero ni uno ni otro iban a suponer que un día en España sobraría dinero para
editárselas.” Sus cuestionamientos van hacia otro lado. “Si esto lo pagara un
señor de su bolsillo, no diría nada. Pensaría, lo mismo que cuando veo que un
particular se atraca de sesos fritos: buen provecho. Pero que haya todavía en
España analfabetos es lo que transforma eso de snobismo en una inmoralidad.”
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