Aun cuando es innegable
que las instituciones educativas han venido cambiando, la anécdota sigue siendo
pertinente. Le sucedió a Nick Owen
Hay una escuela en
Ancona, en la costa oriental de Italia, donde di un curso de perfeccionamiento
para maestros hace ya algunos años. Estacionamos el coche en el patio y
mientras entrábamos en la escuela por una enorme doble puerta de cristal yo
estaba manteniendo una animada conversación con algunos colegas acerca de la
estructura que le daríamos al curso. No me di cuenta de ello hasta que no
estuve dentro del edificio.
La monotonía de los colores produjo un
efecto depresivo instantáneo sobre mí. Por encima de una línea a un metro del
suelo, las paredes eran de un verde caqui militar apagado y por debajo de la
línea, de un beige descolorido. No había una sola obra de arte en ninguna de
las paredes de ninguno de los espacios públicos, el salón o los pasillos, ni de
los maestros italianos ni de los propios alumnos. La iluminación era débil y
fría. La escuela tenía todo el encanto de un depósito de cadáveres.
Dentro de las clases, las cosas estaban
por el estilo. Al margen de los horarios, había una marcada ausencia de
cualquier estimulación visual en las paredes. Estaban desnudas.
Por supuesto que aquello no pasó
desapercibido en el ánimo de Owen quien acusó recibo del mensaje que trasmitía
aquel ambiente tan poco motivador.
Era uno de los entornos más depresivos
en los que haya trabajado jamás. Tuve que desplegar una cantidad enorme de
energía para generar en mí mismo el entusiasmo y el compromiso necesarios para
implicarme en el grupo. Y me pareció percibir igualmente una sensación lúgubre
en ellos.
¿Y los estudiantes?, ¿cómo se sentirían
en su escuela? No hubo que andar
mucho para saberlo porque la respuesta estaba allí cerca, en la entrada.
Fue únicamente al abandonar el edificio
a primeras horas de la tarde y atravesar la misma doble puerta de cristal por
la que había entrado unas horas antes, cuando me di cuenta de la reacción que
el ambiente del interior había provocado en los estudiantes. A ambos lados de
la puerta los estudiantes habían atacado la superficie del asfalto con sus
botes de spray. Habían hecho algunas pintadas muy bonitas a ambos lados de la
entrada, coloristas, imaginativas y expresivas.
El mensaje más importante que querían
transmitir aquellos jóvenes –concluye Owen- estaba claramente realzado. “Y
justo en el centro de las pintadas de la izquierda figuraban las palabras en
italiano: Tutta la Vita e Fuori. Toda la vida está fuera.”
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