miércoles, 15 de abril de 2020

Lectores curiosos


En su obra La vida de los libros (Zaragoza, Xordica, 2009) José Luis Melero establece una clara diferencia entre lectores sabios y curiosos.

En esto de la literatura resulta sencillo distinguir entre un lector sabio y un simple curioso. Mientras el primero se afana con los libros verdaderamente importantes, aquellos que han marcado un antes y un después en la historia de la literatura, y no pierde el tiempo con lecturas menores ni extravagantes, el curioso, en lugar de recorrer las avenidas principales, pasea siempre por los arrabales y acaba conociendo a la gente más rara y simpatizando con los libros más periféricos y estrafalarios. Es decir, que mientras los sabios leen siempre a Nabokov a Cheever, o a Borges, por poner algunos ejemplos, y no suelen distraerse con los libros olvidados de José Asunción Silva, Pedro Boluda o Teresa Wilms, por poner algunos otros, los curiosos disfrutan más con Silverio Lanza o con las supercherías de Lasso de la Vega que con Azorín o Ramón Gómez de la Serna. (…)
Todo esto no quiere decir sin embargo que los sabios nunca lean a los raros ni que los curiosos no disfruten con los clásicos.

Melero caracteriza al lector curioso al tiempo que se identifica con él.

[no es] un seguidor del canon, la academia y los manuales, es más un escaparate de literaturas perdidas, de lecturas fragmentarias, que un ensayo luminoso sobre algunos de los libros más principales. A éstos les sobran plumas más autorizadas que la mía que los estudien o ponderen, pero los pobres “desgarrados y excéntricos”, “los aventureros del arte”, siempre andan necesitados de que alguna alma noble los rescate del olvido y les ofrezca algunos minutos de gloria. Desde luego que también se cuelan por las rendijas (…) escritores muy conocidos e importantes, pero cuando lo hacen es sólo para que nos acerquemos a ellos a través de asunto menores en los que tal vez no perderían el tiempo los estudiosos más sesudos de sus obras.

Hace referencia a sus lecturas “muchas veces arbitrarias pero siempre sugerentes y entretenidas. Sólo faltaba que siendo lector por placer y no por obligación sufriera con algunas de ellas. (…) he sido feliz entre estos libros (…)”

Finalmente José Luis Melero dedica al lector un amigable deseo en relación a sus textos: “Ojalá disfrutes con ellos y te sirvan de solaz y entretenimiento, que no a otra cosa aspira toda literatura. Hasta la más suburbial como ésta.”

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