En su obra La
vida de los libros (Zaragoza, Xordica, 2009) José Luis Melero establece una
clara diferencia entre lectores sabios y curiosos.
En esto de la literatura resulta sencillo distinguir
entre un lector sabio y un simple curioso. Mientras el primero se afana con los
libros verdaderamente importantes, aquellos que han marcado un antes y un
después en la historia de la literatura, y no pierde el tiempo con lecturas
menores ni extravagantes, el curioso, en lugar de recorrer las avenidas
principales, pasea siempre por los arrabales y acaba conociendo a la gente más
rara y simpatizando con los libros más periféricos y estrafalarios. Es decir,
que mientras los sabios leen siempre a Nabokov a Cheever, o a Borges, por poner
algunos ejemplos, y no suelen distraerse con los libros olvidados de José
Asunción Silva, Pedro Boluda o Teresa Wilms, por poner algunos otros, los
curiosos disfrutan más con Silverio Lanza o con las supercherías de Lasso de la
Vega que con Azorín o Ramón Gómez de la Serna. (…)
Todo esto no quiere decir sin embargo que los sabios
nunca lean a los raros ni que los curiosos no disfruten con los clásicos.
Melero caracteriza al lector curioso al tiempo que se
identifica con él.
[no es] un seguidor del canon, la academia y los
manuales, es más un escaparate de literaturas perdidas, de lecturas
fragmentarias, que un ensayo luminoso sobre algunos de los libros más
principales. A éstos les sobran plumas más autorizadas que la mía que los
estudien o ponderen, pero los pobres “desgarrados y excéntricos”, “los
aventureros del arte”, siempre andan necesitados de que alguna alma noble los
rescate del olvido y les ofrezca algunos minutos de gloria. Desde luego que
también se cuelan por las rendijas (…) escritores muy conocidos e importantes,
pero cuando lo hacen es sólo para que nos acerquemos a ellos a través de asunto
menores en los que tal vez no perderían el tiempo los estudiosos más sesudos de
sus obras.
Hace referencia a sus lecturas “muchas veces
arbitrarias pero siempre sugerentes y entretenidas. Sólo faltaba que siendo
lector por placer y no por obligación sufriera con algunas de ellas. (…) he
sido feliz entre estos libros (…)”
Finalmente José Luis Melero dedica al lector un
amigable deseo en relación a sus textos: “Ojalá disfrutes con ellos y te sirvan
de solaz y entretenimiento, que no a otra cosa aspira toda literatura. Hasta la
más suburbial como ésta.”
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